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Es un tema conocido el problema que enfrenta la mujer entre dos mundos: la familia y la vida profesional. Si bien no se trata de un tema general que aplica a todas las mujeres de México, en efecto, cada día crece en mayor número de mujeres. Y no es que los hombres hayan sido inmunes a este mal, de hecho, ahora se vuelve aún más crítico e identificable el problema dado que los sexos dejaron de subsidiarse el uno al otro para competir entre ellos, dejando a la familia a la deriva.
Larissa Guerrero
La presión actual descalifica a toda mujer que no logra tener una vida fuera de casa en un mundo laboral competitivo. Se engaña a las mujeres, pretendiendo convencerles de que sólo fuera de la familia será posible encontrar la realización, afirma la experta en cuestiones de género Jutta Burggraf, quien señala un fenómeno actual y preocupante en la vida de las empresas y de la sociedad: la falta de integración entre la vida laboral y la vida familiar en las mujeres.
La llamada inserción laboral de las mujeres (es decir. que ahora la mujer tiene un rol importante y equivalente al masculino en la vida empresarial) está trayendo consigo un impacto social que no se puede ignorar. En el mejor de los casos estamos creando miríadas de niños solitarios y desorientados, escasos de figuras maternas y paternas, pero además la tendencia es que la familia está a la baja, que se le considera una carga que hay que evitar a toda costa, con todas las consecuencias que ello tiene.
Ahora bien, la vida profesional de las mujeres todavía no es satisfactoria en cuestiones de igualdad de oportunidades y salarios, y además se les presenta una serie de retos y dilemas aún inexistentes para la mayoría de los hombres. Ningún hombre se plantea (todavía) dejar de serlo para poder laborar (aunque muchos son padres ausentes), pero pareciera que para poder conservar y desarrollar una carrera profesional hoy en día, la mujer sí debería renunciar a ser mujer.
A veces este dilema parece tener una fácil solución, que la mujer adopte, para bien o para mal, el “molde” masculino. Esta es la raíz del feminismo. Es comprensible que desde mediados del siglo XX, impulsadas por intelectuales como Simone de Beauvoir, las mujeres hayan tomado revancha de los hombres porque en el transcurso de la historia efectivamente han sido humilladas.
* Familia y empresa no son agua y aceite, aquí la palabra clave es integración. Si no se integra el trabajo y la familia la mujer se des-integra. Para que se realice por completo, una persona no puede carecer de un proyecto familiar.
Uno de los temas más estudiados en cultura empresarial —al respecto de la dignidad de las mujeres profesionales— es la delicada conciliación trabajo-familia. Lo normal es sentirse algo agobiado de vez en vez por cuestiones de familia, sociedad y trabajo, pero estar presionados la mayor parte del día por la ausencia de equilibrio entre el trabajo y la casa ya no es nada sano. Por ejemplo, la maternidad exige un periodo de recogimiento físico, mental y emotivo. Es una etapa de crianza que requiere por parte de la mujer, la totalidad de su atención. Sin embargo el mundo de los negocios no duerme ni descansa, y siempre hay quien quiere aprovechar la coyuntura para arrebatar el empleo o los clientes. He ahí un dilema: ¿ha de renunciar la mujer a la maternidad para despuntar en su profesión? Todavía en muchos trabajos se despide a la mujer embarazada porque aparece como algo inconveniente a la empresa.
Familia y empresa no necesariamente son agua y aceite, aquí la palabra clave es integración. Si no se integra el trabajo y la familia, la mujer ha de des-integrarse también, porque para que una mujer —y también un hombre— se realice por completo, no puede carecer de un proyecto familiar. No hay nada que reemplace este aspecto de la vida humana: ni el poder, ni el dinero, ni el prestigio. Y si no, basta ver el índice de pacientes psicológicos o psiquiátricos que se atienden por el embate de la soledad.
La conciliación empresa-sociedad reclama que se den soluciones al sufrimiento que implica a las personas de carne y hueso vivir una vida desintegrada, o en otras palabras, tener que ser una persona diferente en cada lugar y circunstancia. Horarios incompatibles, trabajo que se lleva al hogar, necesidad de contratar mucha servidumbre (y los costos que esto representa) o anteponer las órdenes del jefe o jefa a las actividades y compromisos familiares creando crisis matrimoniales. El problema afecta a hombres y mujeres por igual, sólo que el tradicional rol masculino de “proveedor” había ocultado bastante la situación.
* Cada una tendrá que decidir qué es lo más importante, qué va primero y qué va después. Entramos así en el terreno de los valores y la jerarquización de nuestras acciones.
No se trata de hacer un estupendo horario en el que se estire cada minuto y quepan todas las actividades familiares y laborales. La conciliación trabajo-familia ha de ser mucho más profunda, pues lo que va por medio es la propia vida. Cada una y cada uno tendrá que decidir qué es lo más importante, qué va primero y qué va después. Entramos así en el terreno de los valores y la jerarquización de nuestras acciones.
Toda empresa, al igual que las mujeres que laboran en ella, debe clarificar sus valores, transparentarlos y respetarlos. Es necesario saber con antelación y claridad cómo se van a resolver las cosas en caso de contradicción o dilema y qué principios éticos se aplicarán. Una empresa que resuelve todo sobre la marcha puede hacer casi imposible la vida de sus empleadas, y una empleada que no entiende con claridad qué tipo de vida busca, seguro meterá en problemas a su empresa. Lo mismo aplica para los empleados varones. Esto puede tener consecuencias económicas también; la falta de claridad en los valores produce conflictos laborales y todos los conflictos de ésta índole cuestan tiempo y dinero.
En efecto, las empresas en su gran mayoría han sido diseñadas por varones, con esquemas laborales rígidos, y que además no atienden a las cuestiones de género que se presentan en la actualidad. Ya ha llegado el tiempo de repensar las estructuras laborales y empresariales.
Generar personas incompletas, por más eficientes que sean, trae consigo una gran carga psicológica y moral que deteriora la cultura empresarial. En un estado deteriorado las empresas deben acostumbrarse a trabajar con una pléyade de neuróticos y obsesivo-compulsivos, en vez de contar entre su personal con personas excelentes y bien integradas. La integración de las personas se traduce en verdadero valor para una empresa. Las personas integradas son más estables, creativas y armónicas, saben señalar y lograr mejores objetivos. Se preocupan porque las cosas vayan bien porque de eso depende su trayectoria y proyecto de vida. Una persona desintegrada va por lo “suyo” sin pararse a mirar por nadie más que ella, no suele trabajar en equipo y siempre espera la oportunidad de conseguir un puesto más elevado y mejor pagado, sin importarle demasiado lo que haya que hacer para lograrlo. La proyección de una empresa se logra con la fidelidad de las personas que entregan su vida a ese proyecto, y una parte indispensable para lograr esa fidelidad es atender las necesidades de equilibrio e integración de hombres y mujeres entre vida profesional y vida familiar.
Maestra en Ética Aplicada por el ITESM y Doctorando en Filosofía por la Universidad Panamericana Investigación.