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Bienvenidos al país de la puntualidad, la salchicha y, por supuesto, la cerveza.
Para un defeño un país como Alemania parece un lugar donde todo está bien hecho, todo funciona y la gente acata al pie de la letra las reglas sociales. Los alemanes tienen fama de ser muy puntuales, ordenados, disciplinados y sobretodo, muy agradables. Y así es.
Mi primera parada fue en un lugar donde todos sonríen y te saludan si los miras a los ojos, acción que es una especie de obligación cívica. Múnich, en la región de Bavaria, es el sitio donde ocurrieron las trágicas Olimpiadas de 1972 donde terroristas palestinos mataron a dos atletas de Israel; también es la cuna de Andreas Baader, uno de los líderes que junto con la periodista Ulrike Meinhof formó la banda de terroristas Baader-Meinhof, que estuvo envuelta en el famoso secuestro del avión de la aerolínea Lufthansa.
Sin embargo, Múnich –una ciudad de tan sólo un millón trescientos mil habitantes- también es el lugar donde se realiza anualmente el Oktoberfest, el gran festival de la cerveza.
Alemania es de los pocos países que aún permiten a sus habitantes beber en las calles como Holanda o Reino Unido, y no por nada se hace llamar “el país de la cerveza y la salchicha”.
En mi día uno en Alemania recibí mi primera sorpresa cuando me dirigía hacia la estación Rosenhaimerplatz para reunirme con Katinka, una amiga alemana. Fue ahí cuando vi gente con una cervecita Becks o Agustiner –la favorita de los jóvenes y el orgullo de Bavaria- en la mano, totalmente despreocupados, y a las diez de la mañana en el metro.
Esto no significa que haya borrachos por todas las calles. Al contrario. Esta ciudad está tan limpia, ordenada y libre de graffiti o suciedad, que casi te puedes recostar en el piso sin ningún problema.
Mis amigos alemanes me llevaron a un sitio épico y tradicional de Múnich, el Hofbräuhaus, que es un establecimiento con fachada medieval y decorado con bancas de madera y candelabros, en el cual las meseras portan el traje regional bávaro denominado Dirnld. Aquí te sirven tarros de un litro de cerveza de barril clara u oscura acompañados de un gran pretzel de pan con mucha sal. ¡Delicioso!
Al caer la tarde, Katinka me llevó a pasear por la calle más lujosa y cara de la ciudad de Múnich, y me explicó por qué Múnich se ha ganado la fama que tiene en todo el país de ciudad fresa, de gente con mucho dinero y un buen estilo para vestir.
Al ver la iglesia de Nuestra Señora (Frauenkirche) uno puede encontrar que la mayoría de los autos de los feligreses son BMW, Audi o Mercedes Benz en caravana.
A la mañana siguiente, Katinka me preparó un exquisito y emblemático desayuno alemán, el cual consiste en una salchicha blanca (Weißwurst con Brezn) que se acompaña con mostaza dulce, pan negro alemán con mantequilla y/o queso para darle un toque más rico y, claro, sin dejar de lado una cervecita para ayudar a la digestión.
No podía creer lo caro que es el metro, puede llegar a costar hasta 10 euros. Mis amigos me explicaron que para los jóvenes estudiantes esto también resulta un problema económico, así que es muy común que varios no paguen su boleto. La manera de hacerlo es sencilla, porque en Alemania no hay torniquetes en las entradas, uno va directamente a los andenes y una vez abajo tienes que ir a una máquina, comprar el boleto y marcarlo en el checador.
De todas maneras el riesgo de ser sorprendido continúa, ya que hay vigilantes que entran a los vagones a revisar si tienes tu boleto contigo. De lo contrario, te expulsan y cobran 40 euros como multa. Bajo esta amenaza son pocos los que se atreven a hacerlo todos los días.
Katinka y yo caminamos mucho tiempo en un hermoso parque muy verde y repleto de árboles, el Englischer Garten, el más grande de la ciudad y que, además, tiene una especie de río.
Es gracioso ver que en el único punto donde se hacen pequeñas olas se puede observar siempre a algún surfista (sí, surfistas en Alemania) con tablas deslizándose en el agua a una temperatura de diez grados, aprovechando el sol.
En el Bier Garten (El Jardín de la Chela), un lugar de bancas verdes de madera y rodeado de árboles, se reúnen los jóvenes de al rededor de los veinte años y uno que otro adulto para disfrutar de un tarro de cerveza con salchicha o un rico postre.
Katinka compró un platillo típico el cual es una especie de hot cakes en pedacitos, espolvoreados de azúcar glas y acompañados de peras o higos en almíbar y servidos con puré de manzana, una combinación adictiva.
En mi tercer día en Alemania partí hacia Berlín con Katinka en un auto compartido. Llegamos a las 7:30 de la noche después de un trayecto de miedo porque los alemanes se creen pilotos tipo Schumacher, ya que al no poner límites de velocidad en las carreteras sólo ves a todos los autos pasar a gran velocidad junto a ti.
Los punks son el común denominador de Berlín en las calles. La heterogeneidad en los jóvenes berlineses se observa por todos lados, así como el graffiti y la basura. Me dirigí a Alexanderplatz, antiguo centro de Berlín, a casa de una amiga desde donde se observa la torre de televisión Fernsehturm, la cual es la más representativa y uno de los símbolos de esta ciudad.
La vida nocturna en Berlín es semejante a la de México, principalmente por las fiestas caseras: muchos cuartos, tipos de música, y la venta de cerveza Sternburg, la más barata de todas y también una de las más ricas.
Esa mañana de domingo dimos un paseo en el mercado de segunda mano más grande de Alemania, junto al muro de Berlín. Este mercado de pulgas me encantó porque está lleno de recuerdos y memorias de gente que las ha querido dejar atrás.
Las cosas de casas abandonadas o de gente que fallece son llevadas ahí, al mercadito donde puedes encontrar todo tipo de cosas, desde artículos de cocina hasta cartas, postales y objetos personales. Son casi tres kilómetros de puros pasillos repletos de chácharas. Ahí compré un sombrero real de las fuerzas alemanas.
Siempre he pensado que los lugares donde se encuentran las grandes tiendas de diseñadores internacionales y los centros comerciales son sitios no tan interesantes, por ello en el Zoologist Gartden encontré el mayor aburrimiento y desesperación, porque no hay nada más que almacenes y fast food americana.
Me dirigí a la Puerta de Brandenburgo, donde alrededor se pueden ver jóvenes en el piso tomando cerveza en círculos y platicando después de haber salido de la universidad.
La cantidad de inmigrantes en Berlín es mayor que en Bavaria. El barrio turco llamado Kreuzberg es un sitio que se diferencia notablemente del resto de Berlín y el cual está considerado como un de los sitios más peligrosos de la ciudad. Aquí hay mucha basura en el suelo, más graffiti de lo normal y en las calles los únicos idiomas que se escuchan son el turco o el árabe. Sin embargo, los inmigrantes son gente muy linda, con una sonrisa para ti siempre, muy trabajadores e interesantes.
Mi despedida de Alemania fue desde Hauptbahnhof, la central de trenes. Crucé toda la ciudad en metro y vi desde lejos la Gedachtniskirche (una iglesia a medio construir). La estación estaba repleta de personas estancadas -por culpa de la ceniza del volcán islandés Eyjafjallajökull- que como yo se vieron en la urgencia de tomar un tren para salir del país. Para mí esto fue una clara señal: me quería quedar en Alemania.