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La travesía peruana comienza en el centro del mundo, es decir, en Cusco, capital del imperio inca cuyo nombre proviene del quechua “qusqu”, que significa ombligo. Un poco temerosa me interno entre sus pequeñas, empedradas y empinadas callejuelas, con la previa advertencia sobre el temible “sorojchi” o mal de altura que se manifiesta entre los recién llegados dado que la ciudad se encuentra a más de 3 mil 400 metros de altura sobre el nivel del mar.
Por Elsa Núñez Cebada
Fotografías Gihan Tubbeh/PromPerú
Los peruanos tienen un remedio infalible para combatir dicho mal, el cual se basa en recorrer el lugar con calma, comer ligero y beber mucha agua, además del típico mate de coca, una infusión amarga hecha a base de hojas de coca, que ayuda a que el aire llegue a los pulmones con mayor facilidad.
Es fácil perder el rumbo al caminar por las pequeñas veredas que se forman entre la uniformada arquitectura cusqueña (que recuerda a Taxco, Guerrero). Edificios cimentados sobre macizos de piedra, de altos muros blancos y techos de teja me acompañan por la calle Loreto, que me lleva al corazón del lugar: la Plaza de Armas, que se desborda por el colorido de los trajes de las delegaciones indígenas que están desfilando previo a la celebración del Inti Raymi (Fiesta del Sol), uno de los eventos más importantes del calendario incaico.
La plaza es vigilada por la imponente Catedral de Cusco, recinto barroco construido en piedra rojiza que resguarda verdaderas joyas del arte virreinal y frescos de la popular escuela cusqueña que parecieran estar bajo la custodia del imponente Señor de los Temblores, un cristo moreno que cuida a la ciudad de la furia de los movimientos telúricos. Me impresiona la cantidad de láminas de oro de 12 quilates que fueron utilizadas para detallar las capillas laterales y el coro hecho de cedro labrado se convierte en mi sitio favorito; una pieza a la que los indígenas dedicaron 25 años de detalles artesanales.
Es hora de comer, así que me dirijo a la Plaza Regocijo en donde se ubica Chicha, propiedad del chef Gastón Acurio. La decoración refinada contrasta con la sencillez de sus platos. Como entrada recomiendo la causa mixta: trucha ahumada, escabeche y nikkei; como fondo, la ensalada Urubamba hecha con pollo en quinua crocante, lechuga romana y choclo del Valle Sagrado. El sorbete de frutas es un postre perfecto y delicioso.
Antes de terminar el día, me encuentro con un hombre encantador, el señor Santiago Rojas, uno de los maestros artesanos más importantes del país. Su rostro revela sus 92 años de edad, pero su semblante es el de un niño pequeño que juega, imagina y baila, a pesar de haberse roto la pierna hace poco tiempo.
Cuando joven, su gusto por la danza y el oficio de artesano lo llevaron a crear las máscaras que los bailarines portan durante la Fiesta de la Virgen del Carmen.
Valle Sagrado
Una buena manera de prepararse para llegar a Machu Picchu, es conocer el Valle Sagrado que comprende el territorio que se extiende desde Pisac hasta Ollantaytambo. Dejo Cusco por carretera y tomo los terregosos caminos hacia este mágico lugar que para los incas significó una fuente de recursos naturales, un excelente sitio para observar la bóveda celeste y sembrar el mejor maíz (choclo). Para ello, los incas construyeron andenes agrícolas que son una especie de terrazas escalonadas.
Ollantaytambo es el primer centro arqueológico con el que me encuentro. Su forma imita la silueta de una llama echada. Se localiza entre dos montañas, por lo que hay que subir bastantes escalones para llegar al Templo del Sol en la cima.
Paso por Chichero, un pueblito bastante pintoresco que destaca por su actividad textilera. En la plaza del templo Nuestra Señora de Monserrat, los domingos se instala un mercado en el que 14 comunidades venden sus piezas. Muy cerca se encuentra la salina de Maras. Quedé maravillada por la imagen de esas pequeñas veredas cubiertas de sal que, cual nieve, brillan. Estos manantiales de agua tibia y sobresaturada de sal fueron aprovechados para obtener el mineral más utilizado en los rituales de purificación.
Maravilla del mundo
Punto final tanto del camino inca, como del paseo en el Valle Sagrado, es Machu Picchu (montaña vieja). La aventura comienza en la estación del Peru Rail. La expectación es casi palpable y aumenta conforme me interno en el ambiente húmedo y observamos vestigios incas de un puente colgante y una serie de peldaños que descansan a las orillas de la vía.
Luego de llegar a la estación de Machu Picchu en la ciudad de Aguas Calientes (por sus aguas termales), tomo un autobús que me lleva montaña arriba por un camino de terracería. Sé que estoy en Machu Picchu por la vegetación, pero el primer contacto con los vestigios se da de golpe, cuando estoy frente a la panorámica de la montaña Waynapicchu, esa imagen que hemos visto en tantos libros.
Puertas y ventanas trapezoidales (que simbolizan la dualidad [yantani] que existe en la naturaleza), peldaños que comunican la milenaria ciudad, el Templo del Sol orientado hacia la salida de la estrella durante el solsticio de invierno y el observatorio del Intihuatana son detalles que se minimizan al estar en contacto con el espíritu de la montaña, el puma que vigila atento desde Waynapicchu el espacio ritual de Amaru Tupac que descansa a sus pies en forma de lagarto. Mientras todo eso sucede un arcoíris me despide, junto a las golondrinas que vuelan sobre mi cabeza anunciando que viene la lluvia, por lo que es momento de partir.
El aire limpio y el ambiente ligero me despiden, y esa hermosa vista me conmueve. Sé que se trata de la última imagen de este viaje por la historia, la cultura, los paisajes y la gente alegre y amable de un país lleno de riqueza natural y espiritual.
¿Dónde hospedarse?
Cusco
Hotel Monasterio
www.monasteriohotel.com
Valle Sagrado
Hotel Río Sagrado
www.riosagrado.com