Mejores personas, más negocios

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La vinculación empresa-universidad vive uno de sus momentos más críticos. Urge la reinvención del concepto, al menos en México.

Por Luis Hernández Martínez*

La percepción generalizada en la alta dirección de empresa es que las universidades tienen –excepciones a un lado– un área enorme de oportunidad en cuanto a la cercanía y vinculación con la industria.

Igual es parte del sentir directivo, al que me sumo, por supuesto, la añeja idea de que los estudiantes rara vez interactúan de manera significativa con alguna compañía distinta a la que laboran (si es que tienen empleo) o en la que hacen sus prácticas profesionales o servicio social; una circunstancia que sólo limita su visión y conocimiento del mundo empresarial.

En ese contexto de desvinculación, los planes de estudios tampoco se salvan. De hecho, pueden surgir de las personas más inteligentes del mundo académico, pero la verdad es que la mayoría de los involucrados con dicha tarea tienen carencias importantes en términos de vinculación y enlace con la realidad.

Tan les falta que, en el mejor de los casos, las universidades solicitan a los profesores que les apoyen con la actualización de los programas de cada materia, pero sin un sistema claro de mejora y, peor aún, sin ofrecerles remuneración alguna por el esfuerzo intelectual invertido.

El resultado de tal ironía es la evidente falta de un gran esfuerzo coordinado, tanto de las empresas como de las universidades, para mejorar los índices de vinculación y encarrilar los temas de los planes de estudio con la realidad del mundo laboral.

También crea un espejismo: las instituciones académicas creen que forman para la vida y el trabajo, mientras que las compañías juran que los salarios que pagan a sus empleados son dignos para la vida y el trabajo.

 

Hechos en casa

Pero con el ánimo de no ser injusto con respecto al trabajo formativo que realizan las universidades, valga decir que la mayoría de las escuelas mexicanas sí tiene la capacidad –al menos en potencia– de formar mejor a sus estudiantes, pero no todas hacen el esfuerzo de manera constante y sostenido.

Una muestra de que existen áreas de oportunidad importantes en el trabajo universitario es que los planes de estudios son –en su mayoría– demasiado genéricos y, en consecuencia, no pertinentes.

Y es que si bien los programas de cada materia cubren –unos más, otros menos– los temas técnicos mínimos requeridos por la industria, también es verdad que adolecen de una currícula significativa en disciplinas como ética, filosofía, lógica y responsabilidad social.

Lo anterior provocó que varias empresas tomaran las riendas de la capacitación y formación de su talento, más allá de lo que las escuelas hagan (o no) con sus potenciales colaboradores. Algunas, incluso, desarrollaron el concepto de “universidades corporativas” o “incubadoras de empresarios”.

Grupo Tecnocasa, por ejemplo, cuenta con una “escuela de capacitación” pensada para formar a sus futuros franquiciatarios. De hecho, la firma inmobiliaria no solo apuesta por los universitarios activos, también abre sus puertas a las personas que dejaron inconclusos sus estudios profesionales y les ofrece una oportunidad de desarrollo empresarial.

El objetivo de la firma es que la persona que ingrese a sus filas conozca el negocio de la A a la Z, de tal manera que en cierto tiempo cuente con las habilidades y conocimientos necesarios para abrir su propio negocio (abrir una franquicia inmobiliaria).

El mensaje es claro: México no necesita instituciones y personas técnicas disfrazadas de universidades y universitarios. Requiere, entre otras soluciones, de personas éticos, técnicas, socialmente responsables, con la capacidad de crear negocios y ofrecer nuevos empleos.

 

*El autor es abogado, administrador, periodista y educador. Es perfeccionador y experto en compliance en Alta Dirección de Empresas y docente a nivel posgrado en materias de innovación, negocios y derecho.

 

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