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En esta ocasión quiero dedicar este espacio para comenzar a hacer una serie de reflexiones en torno a la ética de los políticos de nuestros tiempos. La cuestión es que para poder hacer un ejercicio crítico que sea racional y no una disputa guiada por las emociones, pienso que es necesario hacer un poco de análisis sobre el significado de la política y del político desde sus orígenes en la antigua Grecia. La política fue un ejercicio público que data del siglo V a. C. que se comenzó a practicar en el Estado ateniense y que fue muy bien pensado y escrito por Aristóteles en su obra titulada Política. Obviamente lo que se asumía como política en Atenas y lo que entendemos ahora precisa de un abismo tan grande que ya son dos realidades distintas.
Aunque pueda parecer una paradoja es posible, y en efecto existe una ética de la práctica política; es decir, que el político está sujeto a una ética profesional de la misma manera que lo están todas y cada una de las profesiones. Sin embargo, tengo la firme convicción que en la política, la ética se presenta como una rama fundamental del mismo ejercicio y no únicamente como un código deontológico, esto es que no se reduce a ser sólo un conjunto de normas de acción que están contenidas en un código moral.
La razón de lo anterior es porque tanto la ética como la política tienen como objeto de estudio y campo de acción la misma conducta humana. Para Aristóteles ambas hacían referencia al sentido que damos a nuestras acciones a través de la libre voluntad. Por un lado, la ética para Aristóteles trataba de la búsqueda del bien supremo el cual identificó con la felicidad, y por su parte la política suponía la búsqueda del bien común a través de la justicia.
La palabra política viene del término griego politikos que significa ciudadano, y en este sentido todos somos políticos quienes deberíamos estar (al menos en teoría) preocupados y ocupados por buscar y lograr la justicia en nuestra ciudad o comunidad. El político lo que busca es el ordenamiento y la unidad de la gente para lograr la vida justa. ¿Cuándo nos dicen que alguien es un político, qué es lo primero que pensamos? ¿Que se trata de un ser humano que busca el ordenamiento de la comunidad a través de la justicia? Obviamente no.
La política y el político tristemente ya no suponen lo mismo, aunque debería. Si bien la política es esta búsqueda y logro del bien común, el político tendría que ser la persona que de forma concreta y con una agenda específica se dedica de forma profesional a la adquisición de los fines de la política. La política es una cuestión de la vida pública, porque hace referencia a todos los intereses y las necesidades de una comunidad. El político se hace necesario para que en su ejercicio, éste sea la persona responsable de tomar las decisiones de aquello que es del interés común. Primer problemática, los intereses individuales no suelen estar ordenados al interés común.
¿Cómo se sabe qué es lo que es necesario o más conveniente para un determinado grupo social? Y en esto va implicada la ética pues la ética es la encargada de ver por la vida privada y los intereses individuales. ¿La ética y la política deben ir concatenadas? Sí. La respuesta correcta es que la ética está subordinada a la política, y no por que el bien de muchos sea más importante que el bien particular, sino en cuanto que el bien particular real supone ser el mismo bien para muchos. Tal vez esto quedaba mucho más claro en la antigua Grecia que hoy en día porque probablemente no existían tantas posibilidades de desarrollo ni tampoco posibilidades de consumo, y tal vez principalmente porque no se trataba de una sociedad guiada por intereses econocéntricos.
Esto es un gran dilema en la actualidad que el fundamento de la sociedad no es el ser humano como lo era en la antigüedad sino que el fundamento de nuestra sociedad es la economía, dicho llanamente el dinero. Si nos ponemos a atar cabos de toda esta lluvia de ideas es que en la actualidad el interés principal de la política es la economía porque esta última supone ser lo “real” y el mejor de los bienes para una comunidad. Menudo problema, ya que hemos puesto por fundamento un medio y no un fin.
Obviamente a partir del econocentrismo la idea de intereses comunes se hace mucho más compleja, puesto que se relativiza el interés común a más bien los intereses del capital de un Estado y ya no del bienestar y bienser en la justicia de la gente que conforma dicha sociedad. De tal modo que esta diversidad de intereses públicos genera una mayor cantidad de partidos políticos, los cuales suponen ser la asociación de individuos unidos por objetivos comunes y que persiguen como meta alcanzar el control del gobierno para llevar a la práctica esos objetivos. Y en este contexto es en el que surgen los políticos ya sea con cargo público o no. Hay que recordar que un político con cargo público es un representante del pueblo, y que en países democráticos además ha sido elegido por el pueblo (suponiendo que la democracia es democrática); que está a cargo de la administración, el mantenimiento y la gestión de los recursos públicos.
El político como fin individual está para velar por los intereses del pueblo, es decir que como ética personal debe tener implícito, autónomamente este código y no de forma heterónoma, es decir desde fuera. Debe cuidar por el interés común de todos y cada uno de los ciudadanos y mantenerse dentro de una ética profesional de servicio al pueblo y no hacia sí mismo. Cuando hablo de esto, no dejo de pensar que soy parte de la corriente de los utópicos o utopistas puesto que la realidad que nos circunda nos afirma todo lo contrario. La corrupción, el populismo, la demagogia, el sectarismo y la incompetencia son vicios del ejercicio profesional del político porque la misma política en su definición lo excluye. Sin embargo, a veces se puede llegar a pensar que en las ofertas de empleo para el político se lee: “Se solicitan persona corruptas, con inclinación al populismo, la demagogia e incompetentes para puesto de político con cargo público”. Y con letras pequeñas: “con hambre de poder”.
Obviamente el poder político es una consecuencia del ejercicio de las funciones públicas del político y en realidad se refiere al Poder Ejecutivo y al Poder Legislativo, nunca al poder en sentido maquiavélico o despótico. Toda forma de abuso del poder supone un ejercicio ilegítimo desde las mismas finalidades de la política. El problema es que la ética personal y la ética pública en estos funcionarios (aunque no en todos) están disasociadas, puesto que en el fondo se traslapa la ética pública por la privada y se disfraza precisamente con demagogia y retórica barata. Cuando el político hace distinción de la ética pública y la ética privada hace afirmaciones como la siguiente: “Privadamente, no estoy de acuerdo con el aborto, ni aceptaré que tal práctica se lleve a cabo en mi familia. Pero públicamente, como miembro de un partido político, voto a favor, pues se trata de dos ámbitos distintos, regidos por lógicas diferentes”[1]. Alfonso López Quintas expresa que el problema está en que lo privado alude al ámbito de la conciencia, de las convicciones personales bien arraigadas; y que lo público se refiere al campo de las decisiones tomadas por consenso entre personas de distinta formación y orientación.
Sobre esta base se piensa que diversas circunstancias pueden llevar al político a permitir, en público, ciertos comportamientos que su conciencia le prohibiría adoptar en privado. ¿Qué pasa cuando en la consciencia privada está como sumo interés el dinero, la fama, el éxito, el poder? ¿Pueden estos intereses ponerse al servicio de las necesidades comunes, del bien común y la justicia aunque en la ética pública estas sean las cuestiones más importantes? Si alguna vez hemos pensado de un político en concreto que aparenta ser algo esquizoide, pues bajo esta perspectiva no estábamos tan equivocados.
Sin embargo, si queremos comenzar con una posible vía para el verdadero ejercicio de la ética política y más aun de la ética del político como una realidad, me parece que la solución va como muchas, en el ámbito de la educación. Hay que educar en la vida pública y la vida privada, en el simple hecho de que la consciencia privada en torno al bien personal vaya en la misma línea que el bien común. ¿Cómo? No lo sé, pero se aceptan sugerencias.
*Doctora en filosofía por la Universidad Panamericana. Maestra en ética aplicada por el ITESM. Coordinadora de investigación del Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad Panamericana Campus Guadalajara.
Twitter: @laruskhi