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#AlAire
Decían que Trump y AMLO se parecen. Que ambos son populistas. Que manejan a la perfección la narrativa de la amenaza para conseguir sus propósitos políticos. Y sí, puede que quienes piensan en ello tengan razón.
Sin embargo, hoy que les escribo esta reflexión, pareciera que los que se parecen más -por increíble que les suene y justo al final de sus respectivos gobiernos- son Joseph Biden y Andrés Manuel López Obrador. ¿Por qué? Porque a pesar de que ambos prometieron cero nepotismo, cero conflictos de interés y cero participación política de sus descendientes, al final del día no lo cumplieron.
Ayer supimos que el presidente de Estados Unidos decidió otorgar el indulto a su hijo, Hunter Biden, quien fue declarado culpable por tres delitos federales relacionados con armas e impuestos. Y no solo eso sino que, al liberarlo de su condena, rompió la promesa que hizo en campaña de no usar los poderes extraordinarios de la presidencia para el beneficio de los miembros de su familia. ¿Le suena?
Para Biden, su hijo fue víctima de un complot. No lo digo yo, lo escribió su oficina de prensa en un comunicado oficial: “Ninguna persona sensata que analice los hechos de los casos contra Hunter puede llegar a otra conclusión que no sea que Hunter fue señalado solo porque es mi hijo, y eso está mal”. Además de sostener que las acusaciones en su contra fueron un “error judicial”.
Biden cierra su gobierno con un nepoperdón. Mete la mano y salva a su hijo porque su campaña fue un desastre, su sustituta fue un desastre y la elección fue un desastre para los demócratas. Y porque vienen cuatro años de su enemigo número uno en la Casa Blanca. No tiene nada que perder y antes que salvar la dignidad que le queda a su mandato, prefirió salvaguardar la dermis (o sea, salvar el pellejo) de su chavo de 54 años de edad.
Diría mi abuela que “en todos lados se cuecen habas”.
Y sí, porque durante los últimos cuatro años -al menos- buena parte de las críticas contra la 4T han sido por violentar aquellas promesas formuladas por el entonces entrante presidente AMLO, el 1 de diciembre de 2018, ante el Congreso de la Unión:
“Con apego a mis convicciones y en uso de mis facultades, me comprometo a no robar y a no permitir que nadie se aproveche de su cargo o posición para sustraer bienes del erario o hacer negocios al amparo del poder público. Esto aplica para amigos, aplica para compañeros de lucha y familiares. Dejo en claro que si mis seres queridos, mi esposa o mis hijos, cometen un delito, deberán ser juzgados como cualquier otro ciudadano. Solo respondo por mi hijo Jesús, por ser menor de edad”.
No voy a hacer el listado de tooodos los presuntos desvíos, robos, tráfico de influencias, conflictos de interés, corruptelas, licitaciones a modo, amiguismo y nepotismo que la prensa registró durante el gobierno de López Obrador. Ustedes ya las conocen. Tampoco me detendré en la larga lista de implicaciones del llamado ‘clan’ liderado por Andy y Bobby López Beltrán, ni sobre la ‘casa gris’ de José Ramón López Beltrán en Houston. También las conocen.
Lo que sí me llama la atención es que ante estas acusaciones y revelaciones periodísticas sobre posibles delitos graves, las pocas carpetas de investigación que existen sobre casos de corrupción en el gobierno de AMLO siguen ‘atoradas’… por no decir archivadas. Y lo que abunda es una avalancha de maromas justicieras para negar, minimizar o simplemente no investigar a fondo.
Así en México.
En cambio, con todo y que Biden era mandatario, en Estados Unidos, los casos contra Robert Hunter Biden avanzaron. Sí, aunque su papi diga que tuvo tintes políticos. Se condenó por tres delitos federales al hijo del presidente en turno. Eso es un hecho. Ya luego el poderoso ocupante temporal de la Casa Blanca sacó el comodín bajo la manga, una potestad que tiene el presidente de EEUU en la Ley. Y su chilpayate se salvó.
En uno y otros casos, el sello del nepotismo está presente.
Como decían mi abuela y don Quijote: “En todas casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas”.
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