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Por: Mercedes Baltazar Lobato
*Especialista en diseñar futuros y contar historias. Socia de Meraki México
Es común escuchar que el mexicano vive “al día”; en buena parte porque un gran porcentaje de la población tiene que salir a ganar el sustento diario, con muy poca certidumbre de lo que le depara el día siguiente. Pensar en el futuro parecería un privilegio para aquellos con otra condición de vida. Sin embargo me atrevo a decir que, más allá del estrato social, en este país se piensa poco en el largo plazo
Vivir en entornos complejos hace que sea difícil pensar en el futuro porque no siempre está acompañado de una visión alentadora. Ese sentimiento se refuerza cuando caemos en cuenta de la volatilidad, incertidumbre y ambigüedad que nos rodea, sumado a la estructura mental de que “así son las cosas”.
El campo de la prospectiva, diseño de futuros y el foresight estratégico está generando mucho interés en el ámbito corporativo como respuesta a la incertidumbre que nos trajo la pandemia. Estamos en el momento en que veremos desfilar reportes de tendencias, predicciones económicas e intentos de domar lo incierto. Sin duda son ejercicios tan necesarios como valiosos, pero hace falta incluir también a la sociedad en esta construcción.
Desde que empecé a adentrarme en el campo de la anticipación y los futuros hay dos preguntas que se han vuelto un reto: ¿Cómo hacer que la teoría se vuelva más accesible al “ciudadano de a pie”? y ¿cómo introducir la cosquilla del largo plazo a instituciones gubernamentales, partidos políticos y organizaciones clave para romper el ciclo de los 6 años?
A finales de octubre tuve la oportunidad de participar en la 24ª conferencia de la World Futures Society Federation donde escuché a Riel Miller, quien encabeza el programa de Alfabetización de Futuros de la UNESCO, hablar del trabajo que se está desarrollando a nivel global y las posibilidades que se abren cada que una persona identifica y fortalece sus capacidades anticipatorias.
De una larga conversación, me sigue resonando lo siguiente: “es como aprender a leer y escribir… todo cambia una vez que entendemos por qué y cómo nuestra imaginación crea imágenes del futuro, a partir de lo que asumimos o creemos”.
La alfabetización de futuros busca entrenar la capacidad de identificar y entender los mecanismos de anticipación con los que contamos y usarlos a nuestro favor para actuar en el presente. Entender incluso la relación que tiene el miedo y la esperanza como barrera para crear nuevas imágenes.
A nivel latinoamericano, en el marco del Multiforo Alfabetización en Futuros, Latinoamérica y El Caribe, se realizó un taller acerca de los futuros de la educación, siguiendo la metodología de los Future Literacy Lab. La experiencia me resultó enriquecedora no sólo para abrirme la mente ante las posibilidades de transformación en el sistema educativo, sino por potencial que puede derivar de implementarlos en distintos contextos.
Una buena noticia es que este tipo de esfuerzos seguirán existiendo y que pronto podemos tener en español el libro “Transformando el futuro: Anticipación en el siglo XXI”, que espero detone más conversaciones.
El valor de pensar en futuros no recae en habilidades adivinatorias o predictivas, sino en reconocer la capacidad de agencia que tenemos en la construcción del mañana, tanto a nivel individual como colectivo. Sobre todo permite cuestionar las imágenes de futuro que tenemos, cómo influyen en la manera que actuamos en el presente y qué transformaciones son posibles.
Impulsar esta capacidad de imaginar futuros en colectivo puede tener un impacto positivo en salud, organización social, decisiones electorales, nuevos esquemas de participación ciudadana e incluso impactar política pública.
Predecir el futuro es imposible porque no existe, sin embargo sí se puede tomar acción desde el presente, plantearnos posibilidades, imaginar lo preferible mientras resolvemos el día a día.
Citando al prospectivista Michel Godet: “Que la luz del futuro ilumine el presente”.
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