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La política es un juego de estrategia. La estrategia política va mucho más allá de lo que el simple mortal ve, lee y escucha. Sí, es un juego sensorial y totalmente dirigido al subconsciente. Explico en llanas y sencillas palabras: al votante poco le interesa las propuestas que trae un candidato. No votamos los ciudadanos porque alguien generará más empleo, o porque llevará a cabo programas sociales o dará apoyos a adultos mayores. Nuestro voto se define por la percepción de conveniencia que nos da algún candidato por sobre otro. Yo voto porque creo que el candidato X es quien me conviene, con quien me irá mejor.
Los políticos saben lo anterior y, de hecho, sus asesores de campaña son mercadólogos expertos que conocen plenamente cómo manipular la experiencia sensorial del votante. Cuando un candidato ataca a otro no lo hace sobre las propuestas, lo hace sobre la percepción que existe de él en la población. Rara vez hemos escuchado ataques tipo: “El Licenciado Y propone crear empleos pero no lo hará”; sin embargo es más común saber que se dice: “El Señor Z es un peligro para México”. Allí es donde se jactan las mejores campañas negativas, en el desacreditar como líder y como figura al contrincante.
Los ciudadanos, sin embargo, rara vez nos damos cuenta de la manipulación de la que somos víctimas. Los asesores hacen su mejor esfuerzo por idealizar en nosotros la imagen de sus candidatos, de buscar que nos identifiquemos con ellos, más allá de la propuesta política. Nos muestran a la persona del día a día, el mexicano que vive como nosotros y sufre al igual de las dolencias del país. Aquel hombre o mujer que baja a las calles y convive con el resto, que se apasiona por nuestro México, por el estado y lugar en donde vivimos, que tiene un amor fraterno por cada uno de los ciudadanos y desde luego, un apego con vínculos sólidos al país.
Sí, la campaña positiva a la que estamos acostumbrados es el pan nuestro de cada seis años. La campaña negativa, sin embargo, es algo que empezamos a ver hace 18 años, cuando las fuerzas de izquierda comenzaron a presionar al PRI. Un PRD en vías de fortalecimiento empezaba a dar lucha al partido de siempre. Hace 12 años, el discurso de la alternancia no fue el ganador, sino las desacreditaciones que un candidato de rancho al frente del PAN lanzaba en forma chusca en contra de los adversarios, del sistema político que había dominado; ridiculizando a un candidato, de por sí débil, al que llamaba: “mariquita”, “la vestida”, “chaparro” y “mandilón”. La fortaleza del carisma se convirtió en preferencia de voto y luego en la victoria presidencial.
De esta forma, seis años después del triunfo de Fox, la izquierda salía más fortalecida que nunca tras un sexenio de decepciones. No fue la promesa incumplida de terminar el problema de Chiapas en 15 días lo que derribó al PAN, sino la bien llevada – hasta cierto punto – guerra sucia que el PRD y López Obrador habrían hecho contra el PAN. El PRI en plena reestructura no pintaría y las preferencias se sesgaban a favor de López Obrador. Felipe Calderón tendría una dura labor en su carrera, pues AMLO era visto como el presidente que México requería. AMLO representaba la propuesta de cambio que los mexicanos buscaban, uno de los nuestros, uno de a pie, que habría de cambiar el rumbo de México con apoyos, “austeridá” y gobierno ciudadano.
A pesar de ello, y muy a pesar del PRD y de López Obrador, el PAN emprendió una campaña de desprestigio, que cual misil habría de nivelar las preferencias del electorado. No querían que el ciudadano viera a AMLO como el futuro indispensable en Los Pinos, sino como un peligro, y tal cual, la opinión de la ciudadanía se manipuló. Llegó el momento en que AMLO se convirtió en un peligro para México. Su congruencia habría muerto, su chofer ganaba mucho más que incluso funcionarios de nivel medio.
Y como eso, cada acción del tabasqueño, por buena que fuera se planteaba como negativa a la población. Las inversiones en infraestructura en la Ciudad de México generaron endeudamiento. Si AMLO endeudó tanto al DF, ¿cómo dejaría al país tras seis años de gobierno? Su política populista y el apoyo a los adultos mayores se verían como una amenaza a las finanzas de los contribuyentes. Obviamente el empresariado vería mal esta política. Vaya, incluso hasta fue comparado AMLO con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. AMLO, para abril de 2006 era visto ya por los mexicanos como un peligro para el país, y la intención de voto lo situaría ya por debajo de Calderón.
Seis años después, las reglas cambiaron. El IFE prohibió la guerra sucia e impuso una veda electoral. Las campañas que iniciaron a finales de marzo pasado no podrían ser negativas en contra de otro candidato.
Peña Nieto, quien goza de las preferencias por encima de Vázquez Mota, aplica una campaña limpia y aterrizada al ciudadano. Sus spots son: uno institucional y 32 específicos para cada uno de los estados. Un spot por estado, en el que se pone al nivel del ciudadano y genera empatía con él. Josefina, por su lado, ofrece spots oscuros y monótonos. No se ve liderazgo en ella ni fuerza en su mensaje, habla en tono medio y hace referencia a su origen de clase media. Ataca a sindicatos, en particular al de maestros, y a la actuación del gobierno federal en curso en temas de seguridad, y se le ve en una situación austera y sin lujos. Quiere denotar un cambio real con respecto incluso al partido mismo en los pasados 12 años. López Obrador, sin embargo, resurge como la opción que le ofrece la mano en son de reconciliación a México. Quiere dejar la toma de Reforma y sus caprichos atrás. A su espalda, una oficina lujosa, digna de un presidente. Los spots del amarillo hacen recuento de la tristeza del país durante los gobiernos del PRI y del PAN y se llenan de color ante una opción de cambio a manos del PRD.
En 2006, como tiro de gracia al PRD, Víctor González Torres, arrebató unos cuantos puntos al PRD, al buscar que la gente votara por él, aun sin ser candidato registrado. Quizá sin esa acción, el voto por AMLO habría superado sin lugar a dudas al de Calderón.
Y la guerra sucia, tan útil en sexenios anteriores, ahora migra a lo que el IFE no reguló, las redes sociales. Hoy, la capacidad de exponenciación y viralización de los medios sociales – sea Twitter, Facebook, Flickr, YouTube, los blogs y demás – vienen a equilibrar el Ying y el Yang que los spots traen.
La guerra en redes sociales empezó hace meses. Las descalificaciones son el tema del día, todos los días. Un error en la FIL por parte de Peña se exponenció a niveles impactantes a través de redes sociales, y gracias a Twitter y Facebook. Lo mismo sucedió con un teleprompter del mismo candidato. Y cuando Vázquez Mota no logró llenar un estadio, en un evento supuestamente masivo, también se viralizó la falla. Como estos, muchos ejemplos ya, de cómo grupos de apoyo se han creado, no para dar apoyo o sesgar la intención de voto hacia un candidato, sino para desprestigiar a los contrincantes.
Los robots que han nacido ya en las redes sociales, como el caso de #RobotinaVazquezMota, en supuesto apoyo a uno u otro candidato y que parecieran ser parte de una mala estrategia en medios sociales, más bien es punta de lanza del embate que un contrario hace para hacer parecer como una falta de respeto y de conocimiento de estos medios al candidato que supuestamente tiene a los robots contratados.
Hoy la guerra sucia sigue, faltan escasas semanas para el 1 de julio. No sólo los presidenciables. Ese día se elegirán dos mil 103 funcionarios. La guerra será intensa y digna de contarse en la historia en años venideros. Si a través de los medios sociales se logra cambiar una hoy muy clara tendencia hacia Peña Nieto, entenderemos que el poder ciudadano aún es manipulable por los políticos.
*Analista y periodista
Alternativo Networks