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El presente relato se escribió durante el Diplomado de Escritura Narrativa “Crear en apuros”, impartido por la Maestra Julia Cuéllar en la Fundación Elena Poniatowska en febrero de 2021.
Claudia Villegas
Salió a toda prisa con la esperanza de encontrar un taxi. No sabía la razón pero usar esas modernas aplicaciones del teléfono celular no le hacia sentido. Quizás un poco de miedo. En cambio, no sentía ningún temor al salir y encontrarse con un extraño, subirse a su auto y emprender un viaje juntos.
Tuvo suerte. El taxi estaba casi en la esquina. Verificó si en el cristal aparecía el permiso con la foto del conductor. No estaba. Sin pensar mucho, abrió la puerta del pequeño auto compacto y le pidió al conductor que la llevara hacia el norte de la ciudad. Escuchó una voz amable. Era Lidia. Después supo su nombre y su vida.
Respiró aliviada y pensó que tenía suerte: un taxi limpio, un chofer-mujer y amable. Sería un buen viaje.
-¿Qué tal? ¿Cómo está tu día hoy? Preguntó Lidia mientras ella veía que junto a la palanca de velocidades un recipiente destilaba el olor a canela de una infusión recién hecha. Lidia tendría poco más de 55 años pero llevaba el cabello perfectamente peinado, largo y muy arreglado para su edad. Canela y no café, interesante, pensó. Ella tampoco bebía ya café por las mañanas, la fibrosis que le habían detectado hace algunas semanas había sacado de sus hábitos el café que le encantaba.
– Bien, bien, gracias – Le contestó porque no quería que Lidia pensara que estaba rehuyendo la plática. De hecho, tenía ganas de saber más allá de la chofer-mujer bebedora de canela y no de café con cabello extremandante acicalado.
Una pregunta ya estaba en marcha como si fuera un juego de ping-pong. –
¿Y usted? ¿Qué tal el trabajo y qué agradable encontrarla manejando su taxi? Sabe, hoy no tengo auto, lo choqué, está en el taller y me alegra hacer este viaje con usted.
-Ay que chula, muchas gracias, igualmente – Le dijo Lidia.
Ella siguió preguntando: – ¿Hace mucho que maneja el taxi?
La historia surgió sin problema: – Hace algunos años, lo compré con una parte de mi liquidación. Soy sicóloga, sabe, y pues trabajaba en una escuela privada y también me jubilé de mi plaza en el gobierno. A mi marido no le gusta mucho que me suba al taxi pero a mí me gusta. Es mi segundo marido, y ya no estamos para complacer a nadie sino a ti misma. ¿No crees?-
Claro, se decía para sí misma admirando el tono resuelto de Lidia, la chofer-mujer que bebe té de canela y no café era un gran ejemplo de libertad y emancipación, con un segundo marido y llena de libertad. Quería saber más.
-Ah que bien y, segundo marido ¿Eh? ¿Qué tal? Yo también soy divorciada, bueno nos separamos, pero estoy mejor, mucho mejor eh, como si se convenciera a sí misma en una especie de competencia.
No quería quedarse atrás ante el portento de emancipación con el que viajaba rumbo a las Lomas de Chapultepec. Desde Coyoacán habían platicado más de 20 minutos. No quería que el viaje se terminara. Lo bueno es que estamos lejos, pensó. Tendría tiempo.
-Bueno Chula, ¿Sabes? Mi marido murió en el 2003. Algo que no esperábamos. El amor de mi vida. Triste.
Se sintió mal. Sintió pena por Lidia porque no se esperaba esa parte de la historia. Tenía que saber más.
-Qué pena, lo siento. ¿Cáncer? ¿Su marido falleció de cáncer? –
– No. Viajaba mucho. Paso algo. Fue rápido, le dijo Lidia y acto seguido preguntó: ¿Entonces Chula, ¿Tomamos Periférico?
-Sí, sí, por donde guste- Ella no quería perder el hilo de la historia pero no quería ser impertinente. Su duda era más grande y regresó con una nueva pregunta.
-Oiga, que triste, perder al amor de su vida – Y ¿en qué trabajaba su marido?
-En ICA, Chula, en la constructora, estaba viendo un proyecto. Nos cambió la vida. Murió y a mis hijos y a mi nos cambió la vida. Todos tuvimos que salir a trabajar pero salimos adelante.
¿Un accidente en alguna obra? – Ella quería saber más. Lidia dejó un poco el tono parlanchín y en cada momento era más difícil sacarle las palabras.
Un silencio desde la Avenida San Antonio hasta la Feria de Chapultepec incomodaba el ambiente.
La curiosidad era más grande. Fue directa: ¿Qué pasó Lidia?
– Un virus chula, un virus, ¿Escuchaste sobre el SARS allá en Honk Konk en 2003? –
– Sí claro. Lo siento.
– Mi marido se infectó. Regresó enfermo. Pensamos que sólo era un gripe pero no pudo. Se fue muy rápido. Fue uno de los pocos mexicanos que murió hace casi 17 años años. Se le quebró la voz. Lo bueno es que estamos lejos.
– -Oye chula ya vamos a llegar. ¿Dijiste en las Lomas pero en dónde?
– -Ah si gracias, allí en la Torre Reforma, Lidia.
– Las dos guardaron silencio. De pronto ya no había mucho que decirse.
– Sacó un billete. Le dijo a Lidia que guardara el cambio. Le dijo que: Es muy bueno tomar té de canela y no café y que bueno, verdad, lo bueno es que estamos lejos.