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Paulina Martínez*
Más allá de las ventas de un bien o servicio, las empresas cumplen con diferentes compromisos internos y externos que garanticen su continuidad. La responsabilidad que asumen como generadoras de empleos, de la movilidad económica del mercado y la propia satisfacción del cliente las hacen acreedoras a cierta responsabilidad social.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar que cada institución, independientemente del sector al que pertenezca, tiene una meta definida, ya sea comercial, social, educativa u otra, así que cualquier aportación fuera de sus líneas estratégicas bien podría considerarse un acto voluntario de altruismo.
Pero no fue sino hasta hace menos de una década que la voz de los consumidores ha comenzado a escucharse más fuerte y los empresarios han decidido integrar a sus planes e incluso a su filosofía de trabajo, los componentes de servicios comunitarios como un programa anual obligatorio, donde la rendición de cuentas y resultados deben ser puestos al escrutinio público.
Es así que puedo intentar entender que aquellos tomadores de decisión han comprendido que la pirámide Maslow no es sólo un diagrama propositivo, sino una realidad explícita en nuestra sociedad, pudiendo observar la evidencia de que la satisfacción de las necesidades básicas de una persona le permiten intentar llegar más alto en sus satisfacciones aspiracionales, probablemente a través del consumo.
Bajo mi percepción, la sociedad cataloga esas contribuciones filantrópicas como un acto de redención empresarial y como una estrategia de ventas. Pues bien, puede ser cierto que parte de las prácticas de venta de algunas empresas se orienten a ello, que busquen el bienestar social para que la gente pueda tener acceso libre al consumismo, pero ¿es que toda empresa se maneja de la misma manera?
Creo que por ningún motivo se debe olvidar que los negocios existen y que, lo queramos o no, las estructuras sociales funcionan en torno a la satisfacción de necesidades, y es entonces que la persona que hace venta de productos de catálogo de puerta en puerta, hasta los directores de farmacéuticas millonarias, tienen el derecho y deben de tener la oportunidad de hacer crecer sus bienes.
Entonces, en este punto, es donde me doy cuenta que quizá somos personas duras que no valoramos los esfuerzos desinteresados de aquellas empresas que realmente asumen un compromiso con la sociedad, y cualquier retribución que hagan es mal vista y duramente juzgada. Tanto así es la predisposición, que perdemos de vista aquellas acciones desinteresadas que se mantienen bajo el radar.
En mi trabajo cotidiano he aprendido a conocer y apreciar una de las vertientes más cuestionadas de la Responsabilidad Social Empresarial, que es la Responsabilidad Ambiental Empresarial.
A diario se comenten atentados y atrocidades con el medio ambiente y, al parecer, no hay esfuerzos suficientes en el ámbito empresarial que ayuden a disminuir el impacto a los recursos naturales de las industrias.
Es cierto que muchos de los daños al entorno son consecuencia de las operaciones de fabricación, pero pensemos también en cuán grande puede ser la huella ambiental de unas oficinas corporativas en el centro de una ciudad, o de una pequeña empresa. ¿Son importantes las proporciones? No lo creo, lo importante es que aquellas acciones voluntarias en pro del medio ambiente sean un compromiso real a largo tiempo.
Las buenas prácticas ambientales han encontrado un espacio en los proyectos integrales de cualquier empresa como eje transversal de su operación, convirtiéndose incluso en una ventaja de múltiples beneficios.
Cuando en un sitio de trabajo se emprenden actividades de ecoeficiencia, donde todos los públicos son participantes activos, la visión de conservación ambiental se vuelve en primer momento en una clase de educación ambiental permeable al resto de los círculos sociales de influencia de los primeros participantes.
Reducir el consumo de recursos naturales durante la operación administrativa de un establecimiento, así como los necesarios para poner en el mercado el bien o servicio correspondiente es una tarea de vigilancia, reparación y mantenimiento sencilla que en realidad no representa un gasto innecesario, sino una inversión redituable a corto y mediano plazo. Es decir, que las empresas pueden encontrar ahorros económicos significativos durante sus actividades de protección ambiental.
Y si a estas prácticas oficiales de administración de recursos se agregan las iniciativas de apoyo a organizaciones de conservación ambiental, actividades voluntarias del personal, o incluso las donaciones a proyectos de restauración, debemos admitir que el rescate de la naturaleza no está en manos de las empresas como marca o entidad, sino en la responsabilidad ambiental que el presidente, directivos, socios, gerentes, empleados, sus familiares y amigos asumen.
Una actividad empresarial es sólo el pretexto que une a las personas en una entidad con compromiso ambiental real.
Entonces, queda en el pasado esa visión de que las empresas sólo cumplen con reglas, normas y lineamientos establecidos. También dejan de ser solo una actividad voluntaria. Ahora es una estructura que sienta bases importantes integridad institucional.
Claro que continúa operando mercantilmente. Impulsa economías y genera ahorros ambientales. Permite la continuidad de proyectos de conservación y restauración. Involucra a todos sus públicos en actividades de educación ambiental. Y ayudar al medio ambiente es así redituable y brinda bienestar social. Los pasos más importantes para consolidar la sustentabilidad.
La Responsabilidad Ambiental Empresarial no debe ser entonces un sinónimo de oportunismo o de falta de compromiso real. Falta entender los beneficios de su práctica, su detonante y los pilares que la sostienen en cada institución, pero para ello es necesario bajar la guardia y estar dispuestos a escuchar cuál es el compromiso que asume cada empresa y cómo piensa cumplirlo. Después de todo parte de su función es la rendición de cuentas.
*Comunicación de Pronatura México, A.C.
Twitter: @PronaturaMéxico, @GreenKeyMéxico