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Fue la travesía en el desierto. Para varias empresas la crisis de su portafolio de derivados, que cumplió cuatro años este octubre, fue una experiencia que las llevó a pérdidas sensibles y puso en duda la sobrevivencia de algunas de ellas.
Durante aquellos meses abundaron las notas en los medios intentando explicar en qué consistían instrumentos tan oscuros, reportaban también las renegociaciones con las contrapartes de las empresas afectadas y el reacomodo de directivos en varias de ellas. Se podía tener idea del tamaño del problema para las compañías que cotizaban en bolsa, cuya información era pública, pero no para las privadas que sufrieron al respecto. Nunca se llegó a saber públicamente el tamaño del problema en conjunto.
En medios, el sentimiento general era tratar a los derivados como instrumentos más propios para un casino que para una compañía enfocada a su negocio. Dada su complejidad y variedad, hubo una tendencia a condenarlos a raíz del mal uso que varios habían hecho de ellos. Conforme el tiempo pasó, y la mayoría de las empresas afectadas lograron salir adelante del difícil episodio, el tema ha pasado a segundo plano a pesar de que continuará siendo un componente importante de la estructura financiera de muchas empresas y de la economía en su conjunto.
El uso de derivados puede ser perfectamente razonable, por ejemplo, para fijar la tasa de interés a pagar de una deuda inicialmente contratada con una tasa variable, o para establecer anticipadamente el precio de alguna materia prima que se utilizará en el futuro, entre muchas otras aplicaciones. Bien utilizado, el instrumento debería abonar a la certidumbre en la marcha del negocio, y no al revés.
Para un inversionista con acciones de empresas que usan derivados, el problema fundamental es de transparencia. Si bien es relativamente sencillo hacerse de una idea de lo que puede salir mal con los aspectos financieros clave del negocio, en el caso de estos instrumentos, por su naturaleza y la ocasionalmente vaga información que se puede obtener de ellos por medio de la contabilidad de la compañía, se necesita de información adicional acerca de cuáles serían las consecuencias bajo diferentes escenarios si ocurrieran distintos eventos -por ejemplo, una apreciación o devaluación de la moneda en diferentes magnitudes-. Una parte importante del problema es que varias empresas no saben exactamente qué consecuencias tendrían para sus derivados ciertos escenarios, por lo que no tienen capacidad para evaluarlos ni, mucho menos, para hacer públicas las eventuales conclusiones.
Si bien la autoridad regulatoria, a raíz de lo sucedido con la última crisis, requiere que las empresas que cotizan en bolsa den mayor información acerca de sus derivados, en muchas ocasiones ésta es oscura y excluye el aspecto clave a dar a conocer para fines de evaluación: exactamente, ¿cuál es la utilidad o pérdida de estos bajo diferentes escenarios? Como bien saben muchos directivos de finanzas, la pregunta puede ser mucho más fácil de formular que de responder. La complejidad de los instrumentos puede ser abrumadora y sus consecuencias poco claras.
En numerosas ocasiones la información pública se limita a explicar lo que sucedería bajo escenarios considerados probables, o bajo aspectos limitados: bien se puede discutir qué sucede si hay fluctuaciones de tasa de interés, pero guardando silencio con las del tipo de cambio. Ello es difícilmente aceptable, pues la información para tomar una decisión de inversión sensata necesariamente incluye las consecuencias en los aspectos relevantes que pudieran afectar la compañía y, por tanto, a su portafolio de derivados bajo múltiples escenarios independientemente de si estos son considerados poco o muy probables -pues los hechos han demostrado, una y otra vez, que eventos o crisis consideradas muy improbables, simplemente suceden-.
Las propuestas para mejorar su uso incluyen no sólo aumentar su transparencia. Otras buscan determinar expresamente a los responsable de su evaluación y manejo en las empresas, además de considerar requerir elevar a las altas instancias corporativas su aprobación, idealmente, al consejo de administración. Sin embargo, el objetivo es un reto regulatorio difícil de alcanzar, pues el uso extendido de estos instrumentos es relativamente reciente, además de haber una proliferación continua de variantes.
Si bien la recomendación “si no lo entiendes, no lo uses” es de particular utilidad al evaluar un derivado, o si invertir o no en una compañía que los utiliza, el incrementar la transparencia sobre las consecuencias que podrían tener es fundamental para evitar repetir experiencias lamentables. La magnitud de las ventajas y desventajas que implican hacen necesario que la tarea de su evaluación resida no sólo en la compañía sino también en aquellos que la analizan contemplando una posible inversión en ella.
Si bien hay detalles corporativos que necesariamente significan un voto de confianza en la administración de la empresa, el portafolio de derivados bien merece la oportunidad de una revisión profunda y clara por parte de sus inversionistas.
*Ignacio Montané, CFA, se especializa en planeación patrimonial y asesoría en capital de inversión.
ignacio.montane @ inv.com.mx
Twitter: @ignaciomontane