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Y cuando despertamos, el chupacabras seguía allí. Las cortinas de humo no se crean ni se destruyen, solo se transforman. El circo, maroma y teatro de la política sigue tan vigente como hace 30 años.
Una playera con la Santa Muerte y propaganda pro AMLO; el sacrificio de una gallina en el Senado; la eterna acusación de complots y montajes contra el presidente y su candidata; el jingle viral que ya le dio el segundo lugar al aspirante naranja, las promesas prianistas firmadas con sangre, más lo que se nos acumule en las próximas horas, son nuestros chupacabras de 2024.
Apenas terminé de escuchar el pódcast “El Chupacabras” investigado, escrito y narrado brillantemente por la periodista Ana Paula Tovar. Una pieza documental indispensable para reflexionar cómo es que un rumor o una mentira pueden servir como eficientes herramientas políticas para controlar la narrativa pública y desviar la atención de las masas ante una crisis, un conflicto grave o cualquier tema sensible para el gobierno en turno.
Para los más jóvenes que no tienen ni idea del chupacabras, les cuento: en 1996, el gobierno del priista Ernesto Zedillo llevaba dos años tratando de sacudirse el quiebre del sistema político mexicano. Intentaba, a toda costa, que se borrara la sensación de tragedia ante el levantamiento Zapatista, el magnicidio de Colosio, el asesinato de Ruiz Massieu, el error de diciembre y su ruptura con los Salinas. Entonces, una noticia aislada -ocurrida en las zonas rurales de Jalisco- le cayó como anillo al dedo para desviar la atención de la población: la aparición del chupacabras.
Ese ser misterioso que presuntamente asesinaba ganado desangrándolo sirvió para provocar que la gente tuviera más atención y más miedo en esa criatura indocumentada que en el trago amargo que pasaba México en terrenos económicos, sociales y políticos. La pregunta seria es: ¿y cómo documentar o cómo verificar que el gobierno mexicano usó premeditadamente una leyenda urbana como distractor de las masas?
La joya de la corona del pódcast “El Chupacabras” es la entrevista con José Carreño Carlón, vocero de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari de 1992 a 1994. El comunicador y columnista confesó que, a finales de los años 70, formó parte de un grupo de funcionarios federales que elaboró -por órdenes de la Secretaría de Gobernación- una especie de manual para el uso político de los rumores. Así como lo leen. Las cortinas de humo tenían hasta sus protocolos escritos, impresos y bien acomodados en los anaqueles de la burocracia nacional.
Ese manual salió de nuevo a la luz en aquellos años de 1995 y 1996. De pronto, una noticia perdida en las páginas interiores de un periódico local de Jalisco, llegó a las principales (y únicas dos) productoras de noticiarios televisivos en el país: lo mismo Jacobo Zabludovsky en Televisa que Javier Alatorre en TV Azteca ocupaban buena parte de su tiempo-aire con más audiencia para ‘informar’ -por no decir especular- sobre el fenómeno del chupacabras.
La cosa era de escándalo. Cuando el rumor se salió de control, Julia Carabias, entonces secretaria de Medio Ambiente, tuvo que salir a dar una conferencia para tranquilizar las aguas rumorosas. Pero el método tradicional de un salón, una mesa con mantel verde de terciopelo, un micrófono y los representantes de los medios frente a ella… no funcionó. No era nada sexy una explicación científica sobre un fenómeno metafísico. Era más divertido y morboso ver al señor del bigote tupido gritando “¡Esta noche en Hechos… más de los ataques del chupacabras!”.
Treinta años después, ya sin Jacobo pero aún con Alatorre, vemos a los nuevos ‘comunicadores’ en YouTube haciendo toda clase de sofisticadas conspiraciones contra quienes atentan contra sus ideologías o sus patrocinadores. Y vemos, como si no fuera suficiente, a los propios protagonistas de la vida política construyendo toda clase de artimañas para distraer, banalizar o pulverizar la atención y la discusión pública.
Insólitamente hemos visto episodios de pena ajena en esta guerra electoral por generar narrativas de lodo entre bandos. Un presidente que niega mentirosamente su dicho como candidato de “regresar al Ejército a sus cuarteles”. Un presidente del Sistema de Radiodifusión Pública del Estado Mexicano (SPR) que se vistió con la playera de la Santa Muerte celebrando aquello de “un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador”. Un expresidente de la Suprema Corte criticando a la candidata opositora por dejar un chicle masticado en la mano de una colaboradora (y no de los presuntos sobornos que se embutió desde su cargo). Una candidata opositora echándole la culpa a sus asesores por no dejarla usar huipil y sentirse incómoda en el primer debate presidencial. Y, el colmo, un senador que organizó el sacrificio de una gallina en el Senado para ofrendar su sangre a La Tierra a pesar de estar prohibido el maltrato animal en la Constitución.
Y de eso, justo de eso, estamos hablando al por mayor. Hoy, las propuestas, las ideas, el contraste y los trapitos más sucios de cada campaña pasaron a segundo o tercer plano.
No son nuevas estas salidas por la tangente vía los rumores, las mentiras o hasta la chunga. Lo que sorprende que estas prácticas permanezcan tan aceitadas y solícitas en nuestros días. Y aún más increíble que se sigan validando desde los intereses particulares de las mañaneras presidenciales; desde algunas instituciones públicas; desde la prensa convencionales y los medios digitales; desde unos y otros grupos de interés; y, desde todos los partidos.
Las cortinas de humo son utilizadas a diestra y siniestra por la clase política para distraer a la población, a la ciudadanía -los futuros votantes- de los problemas de fondo que vive el país de cara a la elección federal que se realizará en poco más de un mes. Son nuestros chupacabras del Siglo XXI. Y lo que falta por ver.
¿Cuántos más Peña?
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