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Enfrentar una elección presidencial con dos candidatas de posturas radicalmente opuestas y que en las encuestas representan las opciones más competitivas (pese a la diferencia entre ambas)… no será cosa sencilla. El patriarcado está otra vez a prueba. Más que nunca.
Por Enrique Hernández Alcazar
A ambas aspirantes se les ha pretendido ligar con onvres que presuntamente están detrás de ellas, que las manejan, que toman las decisiones, que las usan, que mueven los hilos de sus marionetas, que poseen el verdadero poder de decisión rumbo a la elección federal del 2 de junio próximo.
De un lado, el presidente López Obrador señaló en repetidas ocasiones que Xóchitl Gálvez, la candidata de la oposición a su régimen, responde directamente al empresario Claudio X. Gónzalez. Incluso, los suyos se ufanan de que el propio AMLO fue quien eligió, destapó y nombró a Gálvez como la aspirante del bloque conservador.
Del otro lado, la propia Xóchitl me dijo en entrevsita radiofónica que “la señora” Claudia Sheinbaum, su rival y candidata oficialista, no debate porque “no le da permiso el presidente”. Lo mismo han replicado y sugerido los hombres que lideran a los partidos que conforman su alianza: “es la copia calca” de Andrés Manuel.
Los insultos, vestidos de ‘campañas de contraste’ o como parte del ‘calor de la competencia’ se han normalizado cada seis o cada tres años. Cada vez que hay que ir a las urnas a tronarse los dedos para votar por las personas aspirantes menos malas.
El hoy presidente suele ser un bully que goza de poner apodos, motes o -de plano- de insultar a sus adversarios políticos. En 2006 le dijo “chachalaca” al entonces presidente Vicente Fox y calificó como “pelele” a su adversario panista Felipe Calderón. En 2012, le soltó a Peña Nieto que era un “producto chatarra” y un “figurín vacío”. En su campaña ganadora de 2018, le dijo a su rival panista, Ricardo Anaya, “Ricky Riquín Canallín”. El que insultaba o se mofaba hoy dice que es el presidente más critcado e insultado de la historia.
Esta semana, Epigmenio Ibarra, periodista y documentalista de la 4T y AMLO, llamó “esperpento” a Xóchitl Gálvez. Y aclaró que no se trataba de un insulto sino de una descripción meramente lingüística y literaria. Max Cortázar, vocero de Gálvez, atajó con un “estamos pensando” en presentar una denuncia ante el INE y el Tribunal Electoral por violecia política de género.
En las (ya no tan benditas) redes sociales, Claudia Sheinbaum recibe adjetivos de los prianerredistas como “calca de AMLO”, “#NarcoCandidata” o hasta “lagartija parada”. Mientras que las huestes lopezobradoristas llaman a Xóchitl “botarga” o “globo desinflado”.
Ni unos ni otros pueden esconder la mano. Todos han arrojado demasiadas piedras. Quizá es el costo de una campaña extendida que inició ilegalmente desde hace demasiados meses.
La violencia política de género y sus respectivas sanciones se establecieron para crear un clima de igualdad y equidad en las competencias políticas y electorales. Los tiempos han cambiado, aunque muy poco, y se ha intentado reducir la infame brecha entre hombres y mujeres en los puestos de poder político.
Hoy tenemos a dos candidatas mujeres, a una mujer presidenta del Consejo General del INE y a otra mujer presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Será interesante saber si la sororidad será vocablo y sustantivo fundamental en esta contienda o veremos algo así como el eslogan de aquella famosa obra de teatro de los años 90 del siglo pasado: “entre mujeres podemos despedazarnos… pero jamás nos haremos daño”.
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