La apariencia del buen proceso penal

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Por Luis Hernández Martínez*

“Lento. Tortuoso. Insufrible… No sé qué más quieres que diga”, expresó fastidiada. Harta. No la culpo. Más de 1,100 días de lucha. De búsqueda. Su familia ya experimentó las fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Todos los familiares las atravesaron más de una vez (si acaso fuera posible).

Soy renuente a escribir con adjetivos. ¿Pero qué hacer cuando la promesa de justicia no se cumple? Vaya, ni siquiera aparece. Ni remotamente tenue como una luz al final del túnel. Ante el drama judicial las víctimas expresan sus emociones, sus sentimientos. Su rabia e impotencia. ¿Y qué debo decirles al momento de entrevistarlas para plasmar lo más objetivamente posible su dolor? Disculpen, ¿pueden ahorrarse los calificativos, las ofensas?

Tres homicidios (asesinatos a sangre fría, escribiría Truman Capote), un presunto culpable (autor mediato, precisaría la doctrina penal) y decenas de personas lastimadas emocional y físicamente (no exagero) son hasta ahora el saldo de un proceso penal que gira lento y, en ocasiones, se detiene; a pesar de los buenos oficios de los abogados que asisten a las víctimas. Incluso parecería que retrocede (igual que el comportamiento actual del núcleo de la Tierra).

Todo ocurre conforme a la ley, dicen. Con base en el debido proceso, aseguran. Citan a una audiencia, pero la difieren. Semanas después, la nueva fecha se aproxima; y ocurre que la persona presuntamente culpable cambia de defensa. Entonces el tiempo transcurre en contra de las víctimas, una vez más, pues la abogacía recién llegada “apenas consultará el expediente”. Así que señalan otro día y horario para comenzar la etapa intermedia. Al menos así luce la esperanza en papel, escrita con el lenguaje procesal en turno.

Mención aparte alcanza el tema de los amparos: uno, en contra de la prórroga de la audiencia (por citar un ejemplo), pero la estrategia jurídica enfrenta la escarpada montaña de los antecedentes en contra de una orden de aprehensión. El drama judicial gira alrededor de qué juzgado debe conocer, si la respuesta es “el de origen”, entonces tendrá que notificarse al competente (“al que conoció ya hace casi cuatro años del asunto”). Y mientras, los días transcurren. El tiempo pasa. La promesa de justicia no aparece.

Queda claro. México tiene deudas importantes con miles de personas que, a pesar de la magnitud de su tragedia y esfuerzos, aún no vislumbran el camino, ni la manera, de cómo obtendrán la justicia pronta y expedita que promete nuestra Constitución.

Es más, sin la atención mediática, la mayoría de las víctimas cargan con su pena en la búsqueda de justicia. Y lo hacen a través de un proceso penal que, a pesar de todas las pruebas que pudieran aportar, no ofrece la garantía que finalizará con una sentencia a su favor.

¿Cómo vivir luego de la muerte de un ser querido? ¿Cómo soportar el peso de deambular como un sobreviviente? ¿Cómo supera una víctima los daños en sentido amplio? Tres preguntas que acompañan la impuesta soledad de una persona que lleva a cuestas el duelo de perder su mundo… Un universo destruido por tres asesinatos a sangre fría.

*El autor es abogado, administrador, periodista y educador. Es perfeccionador y experto en compliance en Alta Dirección de Empresas y docente a nivel posgrado en materias de innovación, negocios, mercadotecnia y derecho.

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