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Redacción/UNAM
Entre los sismos del 19 de septiembre de 1985 y de 2017 existen grandes
diferencias más allá de la temporalidad: el epicentro del segundo suceso fue
230 kilómetros más cerca de la Ciudad de México; no obstante, el primero
resultó 30 veces más destructor con una magnitud de 8.1, por su ocurrencia en
ambientes tectónicos distintos.
El investigador del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de
la UNAM, Raúl Valenzuela Wong, explica lo anterior a propósito de los
movimientos telúricos ocurridos hace 37 años y un lustro, respectivamente.
Para el experto las acciones a implementar en materia social, académica y de
política pública deben estar más enfocadas “a la prevención que a la
predicción, es imperativo saber cómo podemos garantizar que nuestras
viviendas y construcciones estén bien hechas”.
Se ha avanzado en los reglamentos de construcción y debemos cumplir con
ello para estar mejor preparados en la ocurrencia de un próximo fenómeno de
esta naturaleza, lo que representa, sin duda, una problemática que también es
de tipo económico y social, por los costos para edificar los inmuebles de mejor
manera.
Graduado en el Departamento de Ciencias Planetarias y de la Tierra de la
Universidad de Washington, Valenzuela Wong menciona que para algunos
investigadores la referencia había sido el de 1985, “pero desde hace cinco
años continúan las lecciones y las enseñanzas, aun cuando estamos mejor
preparados en ciertos aspectos, pero claramente nos muestra que nos queda
camino por andar”.
Lo ideal es que en 2017 no se nos hubiera venido abajo ningún inmueble, lo
cual nos indica, quizá, que había o existen edificios viejos que no han sido
reforzados, o que no dan cumplimiento con los estándares más actuales de
construcción, alerta.
El experto manifiesta que la ocurrencia de estos temblores de tierra en México
no es tan frecuente a diferencia de otras latitudes, “aunque quizá sea más
habitual de lo que quisiéramos”.
“Para que se repita un sismo en un mismo sitio tienen que pasar muchos años,
décadas, a veces cientos de años, es un proceso que nos llevará tiempo, y
habrá generaciones de sismólogos que seguirán trabajando en esa cuestión”.
En ese sentido, descarta que en México el mes de septiembre sea considerado
como una temporada de alta sismicidad.
Tenemos temblores de gran magnitud que no han sucedido en septiembre; uno
de estos, percibido fuerte en la Ciudad de México en julio de 1957, conocido
como el sismo del “Ángel”; otro en marzo de 1979, el de “la Ibero”, que dejó
maltrechas las instalaciones de la Universidad Iberoamericana en la colonia
Campestre Churubusco, argumenta el universitario.
Durante los siglos XX y lo que va del XXI se contabilizan cuatro de magnitud
8: el ocurrido en 1932, con epicentro en Colima y Jalisco; el de 1985, de 8.1,
con epicentro en las costas de Michoacán; así como el de 1995, que fue de 8.0,
con epicentro en las costas de Colima y Jalisco.
El del 7 de septiembre de 2017 fue de 8.2, con epicentro en Oaxaca, magnitud
que no se había presentado desde 1932; “85 años habían transcurrido, es
importante ponerlo en perspectiva si pensamos en otros de magnitud 8 o
mayores en México”, enfatiza Valenzuela Wong.
“Los sismos más grandes normalmente se asocian con movimientos que
ocurren en zonas de subducción en el contacto entre dos placas, lo que
llamamos ambientes tectónicos de compresión, son los casos de los suscitados
en 1932, 1985 y 1995. El de 2017, de 8.2, fue diferente porque sucedió dentro
de una sola placa tectónica, dentro de la Placa de Cocos que se halla por
debajo de la Placa de América del Norte, y ocurrió en un ambiente tectónico
de extensión”, indica.
Probabilidad
Valenzuela Wong refiere que los movimientos telúricos se producen a 10, 15,
50 o más kilómetros de profundidad, donde realmente se tienen pocas
posibilidades de efectuar una medición antes de que se produzcan.
“Los sismómetros son los instrumentos con los que registramos dichos
temblores, -pero una vez que ya ocurrieron-, por lo que es muy difícil
emprender observaciones de la Tierra desde su interior y que esto nos anticipe
que pueda ocurrir uno”, argumenta el especialista.
Si sabemos que en cierta parte del mundo o del país se produjo un temblor de
la magnitud que sea, podemos esperar que, transcurrido un cierto tiempo, un
número de años, por la forma en que se acumula la energía, por la forma en
que se mueven las placas tectónicas, pudiera producirse otro de la misma
magnitud en esa zona, afirma.
Al depender de la región, el número de años que deben pasar es variable; en
unas zonas es más corto. En el caso particular de lo que llamamos la Brecha
de Guerrero, el segmento de la costa que se encuentra ubicado entre Acapulco
y Zihuatanejo, hablamos de un fenómeno que se presentó en diciembre de
1911.
“El último que ocurrió ahí fue hace 111 años, y no hemos vuelto a tener un
temblor de esa magnitud, esa es la razón que nos hace pensar que, en algún
momento dado, puede llegar a haber un movimiento importante en esa zona,
no lo sabemos, es lo que podemos decir”, concluye.
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