El arte de manipular el Arte

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Hay algo paradójico en el arte y es que para nada es indispensable para sobrevivir, pero siempre es necesario para vivir. Por eso al arte es un rasgo tan intrínseco de lo que nos hace humanos, porque, aunque no lo comamos ni respiremos, crearlo o admirarlo nos alimenta el alma y eso debería ser muy valioso, aunque no necesariamente caro.

El ser humano comenzó asignando valor intrínseco a las cosas basándose en su valor de uso, así pues, una herramienta o arma podría tener mucho valor por su capacidad para ser utilizadas para generar alimento o defensa. Sin embargo, en la medida que el hombre tuvo éxito en acumular excedentes (nunca de hecho tan bastos como en la actualidad) las cosas comenzaron a tener mucho más valor de cambio, es decir servir para atesorar riqueza que luego podría cambiarse por muchas otras cosas. El arte no escapó a esta transaccionalidad y fue en el Renacimiento hacia el siglo XV y XVI que comenzó a verse como un símbolo común del poder y prestigio de aquel que podía permitirse rodearse de objetos no indispensables de riqueza.

El 2008 no sólo será recordado por la gran crisis financiera global que dejó en la bancarrota a países completos y a millones de personas en la pobreza, sino también porque en el mundillo del arte ese año marcó el inicio de una racha imparable de obras vendidas por más de $100 millones de dólares y que alcanzó en 2017 los $450 millones del Salvator Mundi, pintura supuestamente atribuida a Leonardo da Vinci y comprada a ese precio por un desconocido príncipe Saudí de los más de 5,000 que ese país tiene. Curiosamente, el mismo cuadro había sido vendido por apenas $1,100 dólares a un coleccionista de arte en 2015 sin sospechar que podría atribuirse al famoso pintor florentino (algo que a decir verdad nadie ha confirmado y sigue siendo una simple creencia).

Esta historia nos muestra con claridad que el valor del arte ha sido siempre subjetivo pues no corresponde a los cuantos dólares que vale el lienzo, el óleo y un puñado de pinceles; sin embargo, la novedad es que ahora tampoco corresponde sólo a su valor contemplativo y a la manifestación de poder que aquellos mecenas renacentistas tanto popularizaron. Hoy el valor del arte más valioso depende fundamentalmente de su valor especulativo, algo bien conceptualizado en el término Blue-Chip art, un arte que se compra fundamentalmente para atesorar, vender y generar ganancias.

¿Por qué el arte de varios ceros es tan exitoso para especular? Básicamente, porque es anónimo, asimétrico y no regulado. Primeramente, se calcula que el 76% del arte adquirido por coleccionistas de alto patrimonio se realiza con un dealer en el medio que en promedio se queda con el 40% al 60% del valor de la obra. Estos intermediarios acaparan los inventarios inflando el precio de la siguiente obra vendida a través de subastas siempre anónimas. Después de todo, si tú y tus amigos son dueños de 99 Wharhols es más redituable pagar por el siguiente cuadro en subasta 120 millones para automáticamente incrementar el valor de los ahora 100 cuadros en tu colección. El hecho de que las subastas sean tan importantes para fijar el precio de todo un mercado es una fábrica perfecta para la colusión y la manipulación de precios. En segundo lugar, el mercado del arte es completamente no regulado y seguramente seguirá siendo así. La mayoría de los legisladores del mundo considera que sólo los compradores más ricos están expuestos a la manipulación del arte y que dado su nivel de capital pueden protegerse a ellos mismos; después de todo, este es un juego que crearon ellos y del que muy pocos se han quejado.

¿Existen perdedores en esta manipulación? En febrero de 2022 el Departamento del Tesoro de los EE.UU. publicó una investigación en la que concluyó que existen evidencias de que las obras de arte son susceptibles de convertirse en vehículos para el lavado de dinero por su fácil transporte, la alta secrecía en su propiedad y el uso de innumerables intermediarios para su adquisición. Asimismo, emitió una serie de recomendaciones que hacen sospechar que en pocos años las regulaciones que hoy son típicas de la banca alcanzarán a las casas de subasta y a los dealers de arte. Hoy el principal enfoque está en lo fiscal, pues se estima que la mayor parte de las adquisiciones de arte permanecen en la obscuridad de los depósitos de las aduanas de todo el mundo, esperando por años al siguiente comprador que seguramente tampoco verá la obra fuera de su caja, sino que simplemente la venderá dentro de la misma zona franca para evitar el pago de millones de dólares en ganancias. Otra estrategia común es la donación parcial o total de obras de arte a museos; dependiendo del crecimiento del valor de la obra, el dinero ahorrado en impuestos mediante una donación puede ser decenas de veces superior a la inversión inicial. Así, un cuadro comprado en 1 millón de dólares puede ser donado a su valor de mercado pocos años más tarde generando una deducción fiscal de 10 millones.

En un mundo con tantas oportunidades para hacer negocios fáciles en el arte, no sorprende que miles de visionarios de pronto hayan inventado unas supuestas nuevas formas artísticas sin haber tocado un solo lienzo en su vida. Basta ver la obra de Maurizio Cattelan que en 2019 vendió por 120 mil dólares un plátano pegado con cinta adhesiva en la Miami’s Art Basel; o qué decir de Wilfredo Prieto, que en 2006 vendía un vaso medio lleno de agua por 20 mil euros para, según él, hacernos reflexionar sobre nuestra relación con la realidad. En 2021, el italiano Salvatore Garau vendió en 15 mil euros una estatua literalmente invisible con el poder supuestamente de activar la imaginación del espectador. En medio de una liquidez financiera sin precedentes en el mundo del arte, esta tendencia de generar contenido sin ningún valor artístico (según los cánones más universalmente aceptados) con el único fin de obtener miles de dólares a cambio ha sido incluso bautizado por el crítico de arte Antonio García Villarán con el término Hamparte quien lo explica genialmente en este vídeo.

Así que, la próxima vez que no sientas nada al intentar admirar un trapeador usado recargado en una pared blanca de una galería, o mirar una torre de papel higiénico en un museo que supuestamente debería conmoverte, no te sientas desactualizado o insensible, quizá sólo estés frente a una buena transacción financiera entre un grupo de amigos en búsqueda de eficiencias fiscales.