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Por Adalberto Méndez López*
Recientemente, un número considerable de empresas han promovido activamente lo que hoy se denomina como “activismo corporativo”, consistente en posicionamientos públicos de empresas a favor o en contra de asuntos sociales, políticos o civiles de trascendencia, mediante grandes campañas de publicidad, relaciones públicas, lanzamiento de productos o, incluso, declaraciones de portavoces. Esta tendencia ha recibido críticas y elogios, pues un sector de la población advierte que el denominado “activismo” de las compañías, sólo busca ser una buena estrategia de comunicación para una marca, pues le permite ser reconocida sin que esto signifique necesariamente que incida en las causas que promueve, siendo vista incluso como una forma de social washing.
Si bien es cierto que hay un gran número de compañías en el mundo que toman ventaja de estos esquemas para hacerse publicidad sin mayor incidencia o impacto, lo cierto es que también hay otras que han dado muestras suficientes de como acompañar causas sociales con notables impactos para la sociedad. Sin embargo, para poder identificar cuando el activismo corporativo es funcional o meramente decorativo, es necesario definir que se entiende por “activismo”, así como los alcances de éste.
El Consejo de Europa, ha definido el término “activismo” como la acción de una persona de estar activa en una campaña a favor del cambio, normalmente en cuestiones políticas o sociales, es decir, es lo que hacen los activistas, refiriéndose a los métodos que éstos utilizan para llevar a cabo los cambios que persiguen. Una característica ineludible del activismo es que éste se encuentra orientado a resultados, por lo que debe ser persistente, creativo, comprometido y, sobre todo, actuar bajo la creencia permanente en la humanidad y el respeto a los derechos humanos.
En consecuencia, para que exista un verdadero activismo por parte de una corporación, las acciones y/o actividades que ésta emprenda, deben necesariamente perseguir fines concretos, así como consistentes y, preferentemente, con resultados comprobables pues, de lo contrario, no podría considerarse como verdadero activismo, sino mera propaganda social o, incluso, simulación.
Ejemplo de lo anterior, es el caso del activista británico de derechos laborales Andrew J. Hall en Tailandia en 2013. Hall, publicó ese año el reportaje “Cheap Has a High Price“, mediante el cual documentó cómo los bajos precios de las empresas de perecederos en Tailandia, era resultado de las ínfimas condiciones laborales de trabajadores ilegales que laboraban en esa industria. Tras publicarse el documento, la corporación tailandesa, Natural Fruit Company, Ltd., interpuso cuatro acciones legales de orden civil y penal en contra del activista acusándolo de difamación, condenándolo en el 2016 a tres años de prisión y a pagar una multa de poco más de 300 mil dólares, sentencia que fue impugnada y, finalmente, ganada a favor de Hall en 2018.
Cabe destacar que, durante el litigio enfrentado en los tribunales asiáticos por Andy Hall, la transnacional finlandesa S-Group, como consecuencia del reportaje en 2013 terminó relaciones comerciales con Natural Fruit Company. Asimismo, la empresa originaria de Finlandia, junto con la organización civil Finnwatch, ofrecieron testimoniales a favor del activista durante los litigios, además de realizar una donación de fondos a la defensa del activista para el correcto patrocinio de su litigio.
Otro gran ejemplo de como una empresa puede realizar activismo de gran impacto es el de la cervecera japonesa Kirin Holdings Company, tras el golpe estado en Myanmar por parte del ejército de ese país en febrero de 2021. Tras anunciarse que la primer ministro de Myanmar, Aung San Suu Kyi, había sido depuesta por las fuerzas armadas, la cervecera nipona anunció que su Consejo de Administración había determinado disolver el joint venture que ésta mantenía con Myanma Economic Holdings Public Co. Ltd (MEHL), una empresa vinculada al ejército birmano, y con la cual constituyeron Myanmar Brewery Co., la comercializadora más grande de cerveza de ese país, pues Kirin no apoyaba el golpe de Estado.
En el anuncio realizado por Kirin, ésta manifestó que la decisión de invertir en Myanmar fue motivada por el proceso de democratización que el país vivía, pero con el regreso de la militarización, al ser estas acciones contrarias a la política de derechos humanos de la empresa, esto obligaba a concluir sus operaciones en ese país. Desde entonces, la transnacional cervecera asiática ha emprendido una serie de acciones legales ante los tribunales birmanos para concluir el acuerdo comercial que sostiene con MEHL, sin embargo, éste ha sido retrasado en varias ocasiones por la justicia de Myanmar. Recientemente, en febrero de 2022, una nueva solicitud para liquidar la subsidiaria birmana fue anunciada por Kirin, manifestando que la empresa japonesa sigue firme en no mantener negocios con una empresa vinculada al golpe de estado en Myanmar.
Los casos de S-Group y el de Kirin Holdings Company, son claros ejemplos de cómo acciones de empresas pueden abonar de forma estratégica y efectiva en cuestiones de carácter social. En ambos, las acciones fueron efectivas y con resultados favorables respecto de las causas sociales por las que se abogaba, S-Group ayudó a que un activista no fuera sentenciado injustamente en Tailandia, mientras que, en el caso de Kirin, la empresa atestó un duro golpe financiero al régimen militar birmano. Muestras de activismo corporativo tangibles, que trascienden la frontera de una estéril buena estrategia de comunicación que, si bien pueden adornar a las empresas, no tiene impacto social alguno.
Otra buena forma de hacer activismo corporativo de alto impacto, además de intervenir en causas sociales específicas, es la de alinear la totalidad de un negocio para realizar acciones de impacto social o bien, diseñando esquemas o líneas de negocio específicas que, per se, constituyan una forma de activismo constante o permanente. La start up chilena Betterfly, el primer unicornio social de Latinoamérica es ejemplo de ello.
Betterfly fue fundada por el atleta y empresario Eduardo della Maggiora en 2018, originalmente creada bajo el nombre de Burn to Give, ésta nació como una plataforma virtual de beneficios laborales para empresas que recompensa los hábitos saludables. La start up sudamericana se convirtió en una insurtech con un esquema de negocio único, pues ofrece una red de servicios para colaboradores de empresas basados en la promoción del bienestar personal, a través de servicios de telemedicina, fitness virtual y salud mental, que premia un estilo de vida saludable mediante un seguro de vida, incrementando su prima con base en una mejora en los hábitos del asegurado, por ejemplo, si se caminan 10,000 pasos, esto equivale a 10 dólares del costo del seguro. Aunado a este esquema, Betterfly complementa el paquete de beneficios con acciones de responsabilidad social, pues al tiempo que se participa en una forma de vida más saludable, la plataforma otorga la posibilidad de donar dinero a causas sociales mediante la generación de un criptoactivo denominado “bettercoins”, los cuales son canjeables por beneficios y/o actividades que ayudan a transformar el mundo.
El activismo corporativo es realizable, pero, sobre todo necesario, pues el poder transformador de la empresa es inmenso. Muestra de ello es que, en pleno conflicto militar en Ucrania, la empresa del magnate Elon Musk, Space X, proporcionó internet satelital gratuito a la población ucraniana tras haberse quedado incomunicada por los ataques militares rusos. La acción anterior, fue gracias al sistema Starlink, consistente en una constelación de satélites de internet que busca cubrir al planeta con banda ancha de alta velocidad, siendo éste un buen ejemplo de una empresa haciendo activismo corporativo bajo los dos esquemas descritos simultáneamente, pues no es la primera vez que Starlink es utilizada con fines humanitarios, este se utilizó recientemente en Tonga, en Oceanía, para proporcionar servicio de internet para conectar pueblos remotos tras la erupción de un volcán submarino en enero de 2022.
Es posible que la empresa sea activista siempre que sea congruente con su filosofía y acciones previas y, mientras que éstas, generen un impacto social cuantificable y tangible, pues comunicar para hacerse promoción bajo la bandera de causas sociales, no es activismo sino mera simulación.
*Socio en México de la firma global europea ECIJA, a cargo del área de Empresas, Derechos Humanos y ESG, y miembro del Comité Internacional de Ética de la International Association for Sustainable Economy. Profesor de posgrado de la Universidad Panamericana, la Escuela Libre de Derecho y el ITESO, y miembro del Consejo Consultivo de la CNDH.