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Por Lilia Carrillo
¿Por qué la comunicación del gobierno federal para el regreso a clases se está convirtiendo en un verdadero drama digno de película? Parte de la clave reside en la comunicación, que ha sido errática, contradictoria y poco empática.
Hasta el momento, tenemos una sola directriz clara: la escuela regresa el 30 de agosto, de manera inminente, “llueva, truene o relampaguee”. Y si bien es un mensaje específico, sin ambigüedades y conciso, es contradictorio con las medidas sanitarias y el color del semáforo epidemiológico, que cada vez es menos relevante.
¿Qué falta para que la comunicación federal realmente sea una aliada para lograr su propósito? Antes que nada, recordar que no puede darse el lujo de comunicación a medias, reconocer las preocupaciones de los maestros, padres, alumnos y sociedad en general y tener un mensaje unificado en todos los frentes.
Aunque los decálogos o listados son una forma muy eficiente para establecer información de manera puntual y de fácil recordación, debe ser unificada, clara y sin espacio a las interpretaciones. Lamentablemente, el protocolo o actividades o información brindada el jueves 12 de agosto deja muchas más preguntas que certezas, como estos ejemplos:
- “Integrarse a los comités participativos de salud en las escuelas”: ¿cuáles son esos comités?, ¿cómo se integran?, ¿quiénes participan?, ¿cuáles son los objetivos?, ¿cómo se les da seguimiento?, ¿cuándo y dónde se reunirán?
- “Establecer un filtro de salud en casa, y participar en los filtros de la escuela y el salón de clases”. ¿En qué consiste el filtro de salud?, ¿sólo en lavado de manos?, ¿toma de temperatura?, ¿los filtros dónde estarán ubicados?, ¿serán diarios?, ¿son obligatorios?
- “Avisar inmediatamente la sospecha o presencia de casos de covid-19 en la escuela”, ¿a quién se le debe avisar?, ¿cuáles son los criterios de “sospecha?”, ¿cuáles son las acciones inmediatas a realizar?, ¿quién las llevará a cabo?
- “Inscribirse a los cursos de apoyo socioemocional en línea de SEP salud retorno seguro”. ¿Quiénes deben inscribirse?, ¿los padres?, ¿los alumnos?, ¿los maestros?, ¿para qué son esos cursos?, ¿qué pasa si no se inscriben?
Para aumentar todavía más la incertidumbre, la propia administración ha socavado la fuerza del mensaje, minimizando los datos sobre el contagio entre niños y adolescentes; frases como “hay que correr riesgos” o directamente con el momento musical de “los caminos de la vida”.
Lo cierto es que los riesgos se han corrido pero no se ha modificado ni la estrategia ni la comunicación. No hay una política clara ni sobre la educación a distancia ni sobre medidas para minimizar el rezago educativo. No hay mejores prácticas sobre programas como “Aprende en casa”. Cada entidad y autoridad tiene cifras distintas sobre escuelas en condiciones de poder tener un retorno seguro.
Es entendible que en un contexto como el actual, las familias tengan una enorme carga emocional sobre qué hacer y si las decisiones que toman son las adecuadas. Lo ideal es evitar tomar acciones sobre rumores, tener una escucha continua sobre el día a día y establecer -al menos en el círculo inmediato- protocolos claros que recojan las principales preocupaciones de esa comunidad.
Lilia Carrillo es experta en comunicación y socia de Meraki México
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