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Una investigación de Conexión Migrante, con apoyo de la Fundación Gabo.
Texto: Nadia Sanders / Fotos: Ximena Natera
El 28 de marzo del 2020 quedará grabado en la memoria de muchos migrantes en Nueva York. Uno de ellos es Pedro Rodríguez, quien ese día se levantó a las 5 y comenzó a conducir hacia el popular barrio de Flushing, en donde se encuentra el banco de alimentos que dirige. Su primer recuerdo al llegar son los destellos de las balizas de un grupo de patrullas cuando el cielo aún estaba oscuro. Pensó que habían asesinado a alguien, pero un oficial lo abordó para explicarle que miles de personas hacían fila afuera de sus instalaciones en espera de alimentos. La pandemia estaba ahí.
—¿Es usted Pedro Rodríguez?
—Sí.
—Usted tiene una línea de más de 20 bloques.
—¿Cómo?
—Sí, de acá, a acá… ¿Quiere a la Guardia Nacional? La gente está muy desorganizada. Aquí no hay control.
En la ciudad con más millonarios del mundo, los más pobres rompieron el confinamiento enfrentando el riesgo a morir, en busca de comida para sus hijos. Pedro, un empresario de origen colombiano que llegó a Nueva York hace 50 años, tenía previsto entregar ese día 2 mil cajas de víveres en La Jornada, su banco de alimentos. Pero esa mañana, la fila del hambre tenía 20 mil personas.
Nueva York, el escenario favorito de las series de ciencia ficción para detonar el apocalipsis, fue el primer punto de América en recibir el golpe de la pandemia de Covid 19. Cuando la ciudad que nunca duerme guardó silencio con el inicio del confinamiento, la comunidad de inmigrantes indocumentados fue la más afectada.
Académicos calculan que hay más de 600 mil inmigrantes indocumentados en el estado de Nueva York, de los cuales unos 400 mil son de origen mexicano. Después de sobrevivir a cuatro años de odio de Donald Trump y de navegar en el sistema por la persecución migratoria, ahora enfrentaban a un enemigo invisible.
Las iglesias y las redes de migrantes que se han formado en los últimos 20 años en Nueva York fueron el alivio para miles de familias confrontadas con el hambre, el virus y la muerte.
En todo el estado existen alrededor de 150 organizaciones de la sociedad civil enfocadas a atender a la población migrante mexicana. Las de más experiencia son veinteañeras y han vivido las peores crisis de Nueva York: el ataque a las Torres Gemelas, en 2001; o el desastre por el huracán Sandy, en 2012. Y también han aprendido a crear alianzas y a jugar con las reglas del sistema.
La Coalición Mexicana: de la mano de la iglesia, el gobierno y la academia
A la Coalición Mexicana llamaron mujeres por teléfono en busca de comida a inicios de marzo, recuerda Jairo Guzmán. Y en esos días llegaron mexicanos pidiendo un termómetro porque estaban carísimos.
Jairo llegó de México a Nueva York de las manos de sus padres cuando era un adolescente. Hoy es el director de la Coalición Mexicana, una de las organizaciones de base que apoya a la comunidad inmigrante, la mayoría indocumentada, desde hace 20 años.
La primera crisis que enfrentó Jairo fue los ataques terroristas a las Torres Gemelas en 2001. Trabajaba para la representación del gobierno de Puebla y se dedicó a buscar a las víctimas de origen mexicano.
—Se trataba de ayudar a trasladar a un ser querido a México y de ayudar a personas que no estaban legalmente casadas para que tuvieran derecho a ciertos recursos (…). Empezamos a buscar casos donde se buscaba dinero del fondo de ayuda del 9/11 para enviar a las mujeres que quedaron viudas en México. Esto fue posible con el apoyo de otros abogados que trabajaron de forma voluntaria, —recuerda—. Y una de esas abogadas me ayudó a crear la Coalición.
En el 2020, a Jairo le tocó vivir la peor pandemia del último siglo y se enfocó en conseguir dinero para comprar comida para los inmigrantes, materiales de protección, y a crear materiales informativos de salud en lenguas indígenas desde su sede en el anexo de una iglesia católica en el Bronx.
—Recuerdo ir al supermercado y no encontrar carne. Fuimos supermercado tras supermercado. No había artículos de limpieza, el papel de baño desapareció. Y, de repente, se siente ese nervio: ¿será o no será cierto esto que está pasando?
Para comprar alimentos y equipo médico, Jairo redactó cartas a filántropos y fundaciones donde daba cuenta de las necesidades materiales y el número de familias que debía atender con el respaldo de su trabajo durante 20 años.
La Coalición también contactó a Caridades Católicas de la Arquidiócesis de Nueva York y a hospitales con quienes ya había trabajado en programas de salud. El hospital presbiteriano de Nueva York, en el alto Manhattan, les brindó comida para 100 familias por cuatro meses, que se extendieron a ocho y continuaban hasta marzo de este año. Hoy su sede opera entre cajas de víveres, pañales, material informativo de pruebas de Covid en varios idiomas y bolsas de tela con alimentos.
Por su experiencia en las oficinas del gobierno de Puebla en Nueva York y en la Administración de Servicios a la Niñez, Jairo aprendió que las instituciones de gobierno en Estados Unidos responden a números. Cuando vio el tamaño de la emergencia por la pandemia, empezó a recabar datos.
—Hicimos una encuesta en la segunda semana de marzo a 160 personas con la plataforma Survey Monkey. Les preguntamos (a los beneficiarios) si tenían dinero para comprar los productos básicos de 14 días y si confiaban en que les iban a pagar, si confiaban en el gobierno. Esa información la usamos con el Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York para decirles: miren lo que está pasando. Todo esto se puede convertir en algo peor si ustedes no apoyan.
En respuesta, el Departamento de Salud envió cubrebocas, guantes, termómetros y financió personal de apoyo.
Jairo también ha aprendido que las universidades son un gran aliado para las organizaciones de la sociedad civil por varios motivos.
—Yo me acerqué mucho con las universidades que podían acreditar que el trabajo que íbamos a hacer era bueno. Tengo una buena relación con la Universidad de Columbia, hablando con profesores que podían aportar a los programas que queríamos desarrollar para el bienestar de las familias. Cualquier proyecto que quería hacer, invitaba a las universidades a evaluarlo y dejaba que dijeran sí sirve o no sirve por tal motivo.
El espacio donde opera la Coalición es el anexo de una iglesia católica que le fue otorgado gracias a un obispo con quien trabajó Jairo, en el popular barrio del Bronx, a donde llegaron las primeras olas de migrantes mexicanos hace poco más de 20 años.
Entre las familias que ha atendido durante la crisis por la pandemia, recuerda en particular el de una madre mexicana que despertó con su esposo muerto en la misma cama.
—El esposo se enfermó de Covid 19 y murió en la habitación que rentaba, ella es la que se encargó de llamar a la ambulancia, se llevaron el cuerpo, —recuerda—. Ella salió a pedir apoyo y la familia de él se espantó por el estatus migratorio de todos y la sacaron, la arrojaron del departamento. La niña más pequeña apenas tenía un año, el mayor tenía 8. Eran niños pequeños. Ella se quedó con sus hijos. Buscaba a dónde irse a quedar, buscaba comida, buscaba ropa. La última vez que la vimos se fue con unas amistades a Connecticut.
Los migrantes que murieron por la Covid-19
La tasa de fallecimientos de latinos por Covid es del 34% del total en Nueva York, casi el doble de las muertes registradas entre la población blanca.
Muchos de estos migrantes eran el único sustento de sus familias. Aún se desconoce cuántos huérfanos ha dejado la pandemia. La Administración de Servicios a la Niñez en Nueva York informó vía mail que son “muy pocos” los menores que han tenido que ponerse al cuidado de otros adultos —generalmente miembros de su misma familia— debido a la pérdida de sus padres por Covid 19. Sin embargo, no ofrecieron información de cuántos de ellos son mexicanos.
Antes de la pandemia, la mayoría de la comunidad migrante trabajaba limpiando casas, en las cocinas de restaurantes, en la construcción y en entregas a domicilio. Este grupo destina más del 30% de su ingreso familiar a pagar la renta del lugar donde vive y suele compartir vivienda entre hermanos y primos para reducir los costos. El desempleo los golpeó con fuerza, 60% se quedó sin trabajo, según la oficina de asuntos migratorios del alcalde de Nueva York. La pérdida de empleos para el resto de la población fue del 36%.
Un rasgo de parte de la inmigración mexicana en Nueva York es que la gran mayoría proviene de comunidades rurales del centro y sur de México, y muchos hablan una lengua indígena. Su vida se limita a ir a trabajar y regresar a casa. Hacen poco uso de los servicios públicos por temor a ser deportados. Pueden llevar años en Estados Unidos, pero muy pocos hablan inglés de forma fluida.
Red de Pueblos Trasnacionales: se habla náhuatl, mixteco y totonaco en NY
Desde su sede, en el sur del Bronx, Marco Antonio Castillo, antropólogo y activista mexicano, nos platica que ha trabajado con comunidades indígenas en Nueva York desde hace 20 años. Es el director de la Red de Pueblos Trasnacionales, organización que trabaja en la reivindicación de la identidad y las tradiciones de los migrantes indígenas en la capital de la economía del mundo.
—Durante la pandemia fue muy evidente que no todos los migrantes son iguales. Las personas que no se sienten cómodas con su español y no conocen el inglés, usualmente porque hablan una lengua indígena, son más temerosas para solicitar ayuda. Es la gente que prefiere y elige vivir en las sombras —comenta Marco en una jornada de entrega de despensas a migrantes latinos con música de cumbia como fondo—. Rápido se corría la voz de que en los hospitales “te mataban”. Y generaron un montón de teorías y sospechas. La gente terminó guardándose en su casa. Muchas personas murieron encerradas, viviendo el Covid en sus cuartos, en sus casas.
Para los que sí llegaron a llamar una ambulancia fue especialmente difícil localizar a sus familiares en la red de hospitales. Estaban desbordados por la emergencia, sin ventiladores suficientes y almacenaban los cadáveres en tráileres con sistemas enfriadores hasta que fueran reclamados. Muchos de esos cuerpos, con nombres mal escritos por la disonancia del idioma o, de plano, con nombres falsos porque hay migrantes que trabajan con otra identidad.
La Red ha contribuido a formar el primer Colectivo de Intérpretes Indígenas, que trabaja con el Departamento de Salud de la ciudad para traducir materiales de información sobre el coronavirus a tres variantes de tu’un saavi (Mixteco), me’phaa’ (Tlapaneco), náhuatl, Mam y Kichw.
En Nueva York hay hablantes de 21 lenguas indígenas originarias de México, según la Endangered Language Alliance.
—Imagínate cómo una persona migrante indígena se mete a la tarea de localizar familias. La familia te dejaba en un hospital, pero el personal no les decía que estaba en otro por los niveles de saturación —dice Marco—. Encontramos migrantes fuera de Nueva York, en Filadelfia, en Nueva Jersey, en Long Island, en el norte del estado de Nueva York, a cinco o seis horas de aquí.
La Red de Pueblos Trasnacionales tiene siete comités en diferentes partes del estado de Nueva York. Cada uno se mantuvo en contacto con sus conocidos durante la pandemia y enviaba un reporte diario de cuántos casos de personas fallecidas o enfermas conocían y trataron de ubicar a las personas no localizadas por sus familiares.
—El mecanismo era hacer toda la historia. Saber a dónde lo habían llevado e ir al hospital. A veces los hospitales no tenían ni registro de la persona porque no había cupo. Entonces, había que identificar a la ambulancia, indicar el nombre de la persona, el día y la hora en que la llevaron. Preguntar a qué otro hospital la trasladó. Hablar a ese otro hospital, lo ubican y te dicen: no, pues, necesitaba un ventilador y aquí no había; lo llevamos hasta Filadelfia —explica—. La chamba era buscar personas en todos los hospitales.
La Red es autogestiva, pero cuando empezó a fluir la ayuda en Nueva York por parte de fundaciones más grandes, fueron un canal para comprar despensas y distribuirlas entre las familias migrantes latinas.
—Las comunidades que vienen de pueblos indígenas tienen un capital organizativo importante, vinculado a mayordomías y fiestas comunitarias. Todas esas redes, hicieron que fluyera más fácilmente la articulación durante la pandemia.
Hicieron un convenio con la Casa del Indígena Nativo Americano para entregar mes con mes mil bolsas de alimentos con huevo, vegetales, cereales para los niños y fruta a familias de lengua indígena. Durante el 2020, repartieron alrededor de 2 mil 500 despensas.
Hubo otras fundaciones con más capital que también ofrecieron ayuda. La Red obtuvo así una beca durante la emergencia que le permitió dar cheques a las familias más impactadas. Entregaron 10 mil dólares en ayudas económicas para el pago de rentas y 20 mil dólares en tarjetas de ayuda económica con 200 dólares cada una.
La parroquia del Buen Pastor: un duelo con dignidad
El sacerdote Juan Carlos Ruiz, al frente de la parroquia del Buen Pastor, en el barrio de Bay Ridge, activó las redes de apoyo que conoció en el movimiento de Occupy Sandy, que surgió tras el impacto de la tormenta en Nueva York en 2012.
—Habíamos articulado la respuesta bajo el lema de “los indignados de ayuda mutua”, con 17 centros en los primeros tres meses —dice el padre Juan Carlos—. Nosotros lo empezamos desde la iglesia luterana de San Jacobo.
El padre recuerda que las iglesias sirvieron como almacenes de herramientas para la reconstrucción de las casas; en otras, cocinaban 200 mil comidas a la semana y tenían alrededor de 15 mil voluntarios al día.
El movimiento Occupy Wall Street era reciente y se sumó a las redes de apoyo en una coalición llamada Mátrix, que coordina las ayudas.
Con el inicio de la pandemia, el padre Juan Carlos echó mano de todos sus recursos para ofrecer ayuda a la comunidad migrante. Desde su parroquia se entregan 7 mil libras (30 toneladas) de alimentos cada semana.
Sus tres voluntarios de base crearon grupos de Whatsapp y Wechat y se apoyan con personas que hablan inglés, árabe, chino y español para convocar a las comunidades en distintos horarios. El lado más oscuro de la pandemia fue mirar a la muerte de frente.
—Teníamos gente infectada que habían soltado del centro de detención viviendo en las calles porque no querían contagiar a su familia; gente que fue encontrada días después porque los apartamentos ya olían mal. Y familias enteras donde los adultos estaban enfermos y tenían niños sanos, pero sin nada de comer. Alrededor de todo esto, el terrorismo, porque la migra nunca paró en deportar a la gente.
Una de las familias a las que ayudó el padre fue la de Ángel Gordillo, un inmigrante mexicano de origen oaxaqueño que enfermó de Covid 19 junto con su esposa, Olga, y su hermano René. Ninguno pudo salir de su departamento mientras estuvieron enfermos y el padre Juan Carlos fue de los pocos que le llevó comida a su puerta.
—Fue el alma que Dios me puso en mi camino para muchas cosas. El padre nunca me dejó. Siempre me mandó despensas para que mis hijos comieran —dice Ángel en su departamento, donde vive con sus tres hijos y su sobrino de 16 años.
Al hermano de Ángel comenzó a faltarle el aire. Un par de semanas después murió en el hospital. Su hijo menor vivía con ellos, pero su esposa y sus tres hijas mayores viven en Oaxaca. Por ellas, Ángel decidió enviar las cenizas a México. Pero en el consulado mexicano se enfrentó entonces con el muro de la burocracia. En esos días, se enteró que el padre Juan Carlos tenía planeado llevar a México las cenizas de otro migrante y se acercó a él.
—Yo llegué al consulado y había un cuartito de 12 por 12 metros, donde tenían todas las urnas, todas las cajitas amontonadas —recuerda el padre Juan Carlos—. Yo creo que eso es una falta de respeto para las vidas. Eso es algo que cristaliza cómo se nos trata no solamente en la muerte sino en la vida. Entonces, yo dije, al menos un grano, una brizna de dignidad. Tengo que hacer ese viaje.
Fuerza Migrante: echando mano de las redes sociales
Sin conocer a nadie, Javier Correa, conocido como Chalino, le escribió a integrantes de la plataforma Fuerza Migrante vía facebook para pedir donaciones y llevar alimentos a su comunidad.
Así logró ofrecer despensas a sus vecinos y, en unas semanas, lo invitaron a crear la unidad de asistencia comunitaria de Fuerza Migrante.
Alto, con un corte de pelo estilo mohicano, a sus 37 años, Chalino se ha involucrado en los movimientos de migrantes para enviar ayuda a México en emergencias como los sismos de 2017. Ahí conoció a integrantes de la brigada de los Topos, un grupo de rescatistas que surgió de la sociedad civil en los sismos de 1985 en Ciudad de México y ofrece ayuda en casos de desastres.
Desde el sótano de un edificio de Manhattan que está remodelando, recuerda que se animó a ir a Hunts Point, uno de los centros de distribución de comida más grandes de Estados Unidos, a pedir donaciones. Después de llevar comida semana tras semana a su comunidad, una vez le ofrecieron sólo piñas.
— Recuerdo muy bien que nos dieron tres camionetas repletas de pura piña. Obviamente, no van a comer pura piña nuestros paisanos —comentó. Así fue como empezó a buscar bancos de alimentos para llevar comida al barrio de Queens.
Chalino es un migrante que llegó hace 16 años a Estados Unidos y cree que puede hacer más que sólo trabajar y enviar dinero a sus hijos en Monterrey. Ya logró hacerse de una camioneta, que ha llamado unidad asistencia comunitaria de Fuerza Migrante, porque fue la primera organización que lo apoyó para conseguir alimentos.
Fuerza Migrante es una plataforma que busca unir a las organizaciones de migrantes en todo Estados Unidos con el fin de ocupar espacios de representación en el Congreso en México desde el exterior. Durante la pandemia, trabajó desde su Coordinación Binacional para ayudar a los migrantes a contactar al personal del Consulado Mexicano y solicitar la repatriación de cuerpos.
Chalino coordina como voluntario uno de los 17 puntos de distribución de víveres que tiene La Jornada, el banco de alimentos fundado hace 12 años por Pedro Rodríguez.
El día en que don Pedro, como le dicen los voluntarios, se vio rebasado por las necesidades de la gente, acudió al gobierno de la ciudad y a los bancos de alimentos privados Food Bank New York y City Harvest para pedir más comida.
La Jornada tenía, hasta el mes de mayo, voluntarios de 18 países y una distribución de alimentos en 17 puntos en el condado de Queens. Cada semana entrega comida para 13 mil 500 familias, con ayuda de otras organizaciones y líderes que permiten potenciar la cobertura en los barrios más necesitados.
Nueva York, ciudad de migrantes
Nueva York es una ciudad con un amplio legado de migración. La ola migratoria más significativa en el último siglo es la que provino de Europa, explica la académica Norma Fuentes, doctora en sociología y académica de la Universidad de Nueva York (CUNY).
“Nueva York tiene el legado más viejo de migración de los EE. UU. y es una de las ciudades más ricas del mundo. Es el centro financiero del mundo. Muchas fundaciones que tienen un legado muy amplio fueron creadas por inmigrantes europeos que no se han reemplazado hace 50 años. Quienes se han beneficiado de este legado han sido las olas de migrantes de Latinoamérica y de Asia”, dice la investigadora en entrevista telefónica.
Muchas de las organizaciones enfocadas a los migrantes se encuentran en Nueva York y cuentan con registro 501(c)3, ante el Departamento de Estado; otras trabajan como colectivos; y también hay planes de acción desde las iglesias.
Esas grandes fundaciones, como la Robin Hood Foundation, fueron una de las principales fuentes de ayuda para las redes de migrantes, que han ido aprendiendo con cada crisis.
“El modelo de ayuda que se ejercita en la ciudad, en un centro donde tradicionalmente han llegado los inmigrantes y donde existen muchas instituciones que están con un legado, es diferente al modelo de rescate para los indocumentados que va a existir en un destinos nuevos”, advierte la investigadora. “Porque ahí no están las instituciones, no está el legado, no está la ideología de que hay que ayudar y proteger a los inmigrantes. Y muchos de esos lugares son muy conservadores.”
Los migrantes de NY dejaron de ser invisibles al sistema
Miles de inmigrantes latinos iniciaron una movilización a inicios de marzo para exigir la aprobación de un fondo de ayuda por 3 mil millones de dólares. Tomaron los puentes de Brooklyn y Manhattan y algunos hicieron huelga de hambre. Marcharon hasta Albany, la capital de Nueva York, y se manifestaron frente a la casa del gobernador, Andrew Cuomo.
Esta movilización se dio a unos meses de que el movimiento Black Lives Matter ocupó las principales ciudades de Estados Unidos tras el asesinato del afroamericano George Floyd, en Minneápolis.
En abril pasado, el Congreso de Nueva York aprobó 2,100 millones de dólares como fondo de ayuda a inmigrantes indocumentados que perdieron su empleo durante la pandemia, con un pago de hasta 15,600 dólares en un año.
La decisión ocurrió meses después de que asumió la presidencia el demócrata Joe Biden después de vencer a Trump. Se trata del apoyo más grande a inmigrantes indocumentados en la historia de Estados Unidos.
“De alguna manera, Trump sacó a relucir tanto odio y racismo escondido en este país. La fealdad de Trump, el caso de George Floyd y el coronavirus hizo ver a los migrantes como héroes porque nunca dejaron de trabajar”, comentó la académica de CUNY.
Norma Fuentes considera que la aprobación de la ayuda a los inmigrantes indocumentados no hubiese recibido tanta atención si no hubiera sido por la movilización de la segunda generación de migrantes, los hijos de los que llegaron hace 20 años y que salieron a marchar con ollas y escobas.
“Esto es debido a la movilización virtual, al social media de la segunda generación, que son los que hablan el idioma, que son los que entienden los teléfonos (celulares), las redes sociales, el Instagram. Esto es el resultado de facebook y de los millennials, que están muy activos”, afirma.
La pandemia atizó las buenas voluntades. Y la comunidad migrante mexicana, que ha navegado en modo invisible, comienza a exigir sus derechos. Ningún estímulo económico traerá de vuelta a los caídos, a los padres, madres, hermanos o hijos que la Covid-19 les arrebató. Pero sí demuestran que esta comunidad se organiza y actúa para dejar de vivir en las sombras de Nueva York.
Este artículo hace parte de la serie de publicaciones resultado del programa Laboratorios de Periodismo de Soluciones de la Fundación Gabo y la Solutions Journalism Network, con el apoyo de Tinker Foundation, instituciones que promueven el uso del periodismo de soluciones en Latinoamérica.
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Redes Migrantes en la Pandemia.
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