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Por: Lilia Carrillo
“Si lo puedes soñar, el SAT lo puede fiscalizar”, lamentablemente, no recuerdo a quién debo agradecer haber compartido esta joya en la que nos reflejamos todos los contribuyentes, y que primero hace sonreír y después, querer llorar.
En México tenemos un serio problema con los impuestos. A pesar de que esta administración ha fortalecido la recaudación, no ha querido entrar al tema de fondo: ampliar la base tributaria y cada vez que alguien habla de la reforma fiscal, lo primero que contestan es: “no se subirán los impuestos”.
Los impuestos son dolorosos, sí. Cuando nuestras contribuciones terminan financiando tik toks de los candidatos cuya coordinación para el baile está a la par que sus propuestas, claro que indigna; pero lo cierto es que siguen siendo la mejor forma de redistribuir la riqueza para construir las bases de una sociedad más justa y equitativa.
¿Quién, en su sano juicio, quiere ser contribuyente en México? Nadie. No es fácil darse de alta, no es fácil obtener un RFC ni una FIEL -si se cruza una pandemia, es prácticamente imposible-. No hay forma de llevar una contabilidad personal (ya no hablemos de personas morales). El lenguaje está lleno de mensajes tan crípticos que se necesita un traductor contador-contribuyente-autoridad. Cualquier comunicación de la autoridad que inicie con “apreciable contribuyente” es recibida como el tono amenazante de “vamos por usted”.
El problema fundamental es la desconfianza entre autoridades y ciudadanos. Los controles y recientes cambios legales que prevén prisión oficiosa como principal herramienta profundizan esa percepción. Los contribuyentes parece que partimos de que toda factura es falsa y todos nuestros actos están orientados a la defraudación hasta demostrar lo contrario.
Además, los contribuyentes rara vez recibimos claridad de a dónde van los impuestos que pagamos, porque las distintas autoridades: locales, estatales y federales, pareciera se precian de ser los artífices de las distintas obras que se realizan. El tema de “dinero público” está más cerca de la generación espontánea. Uno llega y ¡oh prodigio y milagro!, ahí está, listo para usarse.
Sólo que -a diferencia de inicios del sexenio- para la segunda parte de esta administración, el dinero ya se acabó. Las cuentas por cobrar ya se hicieron efectivas, la recuperación económica aún es débil, no hubo ninguna medida contracíclica que permitiera a los contribuyentes poder hacer frente a una de las crisis económicas más profundas de nuestra historia y no hay fondos extras a los cuales recurrir.
Tampoco se puede obviar que ante las restricciones y barreras, la salida natural es la economía informal y subempleo, agravada aún más con aquellos estudiantes que desertarían definitivamente de la escuela, más aquellos que -de acuerdo con distintos organismos internacionales- vieron afectado su desempeño académico en habilidades de lectura, matemáticas y conocimiento general.
La reforma fiscal podría ser una oportunidad para realmente ampliar la base tributaria, establecer cuáles son los factores en los que México se va a apoyar para crecer y centrar ahí los esfuerzos en vez de pulverizar y gravar cualquier actividad: el ahorro, la inversión, el trabajo y el consumo.
Necesitamos redignificar el papel de los contribuyentes como motor en beneficio de todos, desde una perspectiva social y no de castigo, desconfianza y ataque que lo único que hará será tener el efecto indeseable de cada vez mayor precariedad.
Lilia Carrillo es experta en comunicación y socia de Meraki México
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