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Circulan muchos mitos sobre qué representa exactamente la industria petrolera con respecto a la economía mexicana contemporánea. La narrativa posrevolucionaria le asigna un papel fundamental, presentando al petróleo como una industria sin la cual la economía nacional sería incapaz de prosperar, amén del simbolismo derivado de la expropiación de 1938. Más generalmente, la parcialidad y parquedad del análisis no deja de ser sorprendente y merece algunas puntualizaciones.
Mito #1. La industria petrolera es el motor del crecimiento económico. Por desgracia, esto es hoy en día falso: la industria petrolera dejó de contribuir a la actividad económica nacional hace mucho. En los últimos veinte años, la industria petrolera creció en solo siete ocasiones: 1996, 1997, 1998, 2000, 2001, 2003 y 2004 – pero sólo en 1996 su contribución fue significativa (1.1 puntos porcentuales del crecimiento del producto interno bruto de ese año, que fue de 5.9 por ciento); en los otros años señalados, su crecimiento fue marginal (0.2 puntos porcentuales en promedio, contra un crecimiento promedio del PIB de 3.4 por ciento anual). Peor aún, durante el resto del período la industria contribuyó a reducir el crecimiento del país o en el mejor de los casos tuvo un efecto neutro.
Esto podría parecer contra intuitivo, en particular en la última década, durante la cual los precios internacionales del petróleo se quintuplicaron (exceptuando, por supuesto, la baja que ocurrió a partir de mediados del año pasado). ¿Qué acaso Pemex, el ex monopolio estatal, no tuvo los ingresos más altos de su historia durante ese período? Ciertamente – pero también registró una caída espectacular en su oferta de crudo: pasó de producir 3.4 mb/d en 2004 – la cifra más alta jamás alcanzada – a 2.4 mb/d en 2014, es decir una caída de prácticamente 28 por ciento.
En otras palabras, los altos precios del petróleo permitieron ocultar el desplome de la producción nacional, que sí se reflejó en las cuentas nacionales. Paradójicamente, la producción de gas natural aumentó durante el periodo, pero coincidió con la caída de los precios de este hidrocarburo, en gran medida por el exceso de oferta de gas de esquisto (shale) en Estados Unidos – además de que el gas natural representa solo la tercera parte de la producción total de hidrocarburos –.
Por otra parte, el peso de la industria en relación al tamaño total de la economía mexicana ha disminuido inexorablemente a medida que otras ramas industrias y servicios han crecido. Si bien la industria petrolera representaba casi 10 por ciento el PIB en 1994, hoy en día esa proporción es menor a 6 por ciento. Ello ha permitido que el país sortee la drástica baja en los precios del petróleo en meses recientes sin sufrir los efectos devastadores observados en la economía real de otros países productores, como Venezuela, por ejemplo.
Mito #2. La industria petrolera es el componente principal del comercio exterior. Esta aseveración tampoco es cierta: tanto las exportaciones cuanto las importaciones de hidrocarburos (petróleo, gas natural, productos refinados y petroquímicos) representan una parte marginal del comercio exterior del país (10 por ciento y 7 por ciento, respectivamente, del total de cada rubro en 2014). En efecto, el valor del comercio exterior del país se multiplicó prácticamente por cuatro en las últimas dos décadas a raíz de la apertura comercial, mientras que el comercio de hidrocarburos solo se duplicó (y a partir de una base relativamente pequeña). De hecho, el comercio generado por otras industrias, como la automotriz, es mayor que el petrolero.
Mito #3. La industria petrolera es un contribuyente fundamental de la recaudación gubernamental. Este es quizá el único enunciado que es parcialmente cierto: los ingresos petroleros, que representan apenas 5 por ciento del PIB, contribuyen a cerca de un tercio del ingreso y del gasto públicos. Sin embargo, esto no es un reflejo del peso de la industria petrolera en la economía, como se ha visto, sino de la endeble base fiscal del país.
La alta dependencia gubernamental de la renta petrolera era natural décadas atrás, cuando la economía estaba poco diversificada y la industria petrolera tenía un peso consecuente. Sin embargo, la estructura fiscal se ha mantenido prácticamente igual, a pesar de los profundos cambios que ha experimentado la economía nacional durante los últimos veinte años. Y a pesar de dicha dependencia, el desbalance fiscal ha resurgido en años recientes (a partir de la crisis financiera mundial de 2009). Si bien el déficit fiscal está muy lejos de los niveles alcanzados en las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado (lo cual excluye otra crisis como las que ocurrieron entonces), la diversificación fiscal es un tema pendiente.
En suma, en contra a lo que suponen muchos observadores casuales, la industria petrolera representa hoy en día una proporción relativamente menor de la economía mexicana, tanto en términos del producto interno bruto cuanto del comercio exterior. El único rubro donde sigue teniendo un peso significativo es en materia de ingresos gubernamentales – lo cual ha obligado al gobierno a contemplar reducciones drásticas del gasto en este año y posiblemente el próximo –.
Por último, de cara al futuro, ¿cuál será el efecto de la reforma energética? ¿Se convertirá México de nuevo en un país petrolero? Si bien es prematuro estimar las inversiones posibles, ciertamente serán considerables por la naturaleza misma de la industria y por el potencial energético del país, que quedará de manifiesto a medida que aumente la exploración. Sin embargo, es improbable que el país regrese a épocas anteriores. Los efectos de la reforma en términos de producción tomaran tiempo, y el resto de la economía seguirá creciendo mientras tanto. Y, aún más importante, contar con energía abundante y relativamente barata será un poderoso acicate para una economía que ya ha empezado a desarrollar industrias de punta.
Por Eduardo López, Director Executivo en Servicios de Asesoría en Transacciones, EY.
Alfredo Alvarez, Socio Líder del Sector Energía, EY.