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El capitalismo, en su faceta neoliberal con tres décadas de dominio global, ha resultado un fracaso. La crisis económica y financiera, el crecimiento galopante de las deudas externas por arriba del Producto Interno Bruto (PIB) de los países más ricos del planeta, el rescate a como dé lugar de las finanzas públicas y privadas en quiebra, el desempleo que no para de crecer, la caída de las tasas de ganancia, el aumento de la pobreza, así lo muestran.
La situación actual lleva a la confrontación de dos posturas teóricas y políticas: el neoliberalismo, con su idea de la defensa del libre mercado y la libre competencia, empeñado en seguir aplicando las políticas de apertura de los mercados para los grandes capitales transnacionales, mayor flexibilización laboral para incrementar las ganancias de las empresas capitalistas, ayudas masivas a la banca para salvar el sector financiero, y austeridad presupuestaria en materia de gasto social. La otra posición, ante la caída del capitalismo neoliberal, se plantea una más “humanista” del capitalismo. La esencia de esta concepción es el keynesianismo, con un sistema económico regulado, un Estado benefactor que previene los excesos de los capitalistas en su afán de buscar ganancias a toda costa.
Mientras que por un lado los grandes grupos financieros en la Unión Europea se reúnen, y lo propio hacen los jefes de Estado, para avanzar hacia la creación de la unión bancaria que permitirá controlar y recapitalizar los bancos, al menos los de la zona euro; el problema esencial continúa: la crisis económica que azota desde Grecia a Portugal, pasando por España e Italia, que afecta a decenas de millones de personas que han perdido el empleo, a veces el alojamiento, que estudiaron y no tendrán empleo ni medios para vivir, y que están perdiendo las esperanzas de volver a tener una vida normal, ese problema continúa.
En Francia, Bélgica y hasta Alemania, el abatimiento de las conquistas salariales y laborales es más lento pero sigue adelante, y se manifiesta en el crecimiento del desempleo, del subempleo y en el empobrecimiento de amplios sectores de la población.
En Estados Unidos, no importa quien salga electo porque en el fondo nada cambiará, ya que la oligarquía seguirá en el gobierno.
Las salidas de la crisis: en diferentes, aunque minoritarios espacios, se habla en los últimos tiempos, de la que podríamos denominar como “salida islandesa” a la crisis. La situación que se produce en Islandia se caracteriza básicamente por el desplome de la moneda, la suspensión de la actividad bursátil y la quiebra de los bancos. Todo esto lleva al país a declararse prácticamente en bancarrota y a la caída vertiginosa de uno de los niveles de desarrollo humano más alto del mundo hasta esas fechas. La respuesta de la población no se hace esperar y se obliga a la dimisión del gobierno y la convocatoria de nuevas elecciones. Otras medidas tomadas pasan por la exigencia de responsabilidades a las élites financieras y políticas del país (incluyendo detenciones y encarcelamientos); la negativa a asumir la enorme deuda contraída por esas élites gobernantes; y la investigación profunda sobre las causas y responsables de la crisis. La banca es nacionalizada y se establece el referéndum como mecanismo para decisiones económicas cruciales, como ejercicio real de la democracia participativa. Por último, y también en línea con lo anterior, se redactará una nueva constitución política bajo control ciudadano. Con este protagonismo de la población, como sujeto político que toma decisiones y en contra de la clase política y económica tradicional que abocó al país a la bancarrota, hoy Islandia está saliendo de la crisis política, institucional, social y económica.
Una segunda opción sería la salida llevada a cabo por los países latinoamericanos. Los índices de crecimiento económico se disparan en América Latina, mientras se atrofian definitivamente en Europa. Pero lo mismo pasa con otros índices que podríamos definir como políticos, sociales y culturales; la ventaja de América Latina aumenta ostensiblemente. En lo político se ponen en práctica nuevas estructuras político-institucionales como el estado plurinacional, avanzando en el reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos; se profundiza desde las nuevas constituciones en donde la población tenga más poder que el otorgado por la simple papeleta electoral. En lo social se revisan los postulados racistas y patriarcales para alcanzar sociedades más justas y equitativas y eliminar la discriminación y violencias contra las mujeres u otros sectores. En lo cultural se abren espacios para el reconocimiento de la diversidad para nuevos caminos en la expresión personal y artística.
En el campo económico, los cambios en estos últimos años son radicales en su profundidad y radicales igualmente en su diferencia con respecto a las medidas que se toman en Europa frente a la crisis. El refortalecimiento del papel del Estado en la planificación es evidente y permite un mayor control sobre las élites económico-financieras y sus actuaciones especulativas, además de planes cuyos beneficios alcancen a mayor número de población. Se han producido importantes nacionalizaciones de sectores estratégicos que estaban en manos de capitales extranjeros y privados y que sus beneficios no repercutían sobre la población. Este proceso ha permitido aumentar los presupuestos del Estado, eliminando el déficit y, sobre todo, orientando y aumentando la inversión hacia los sectores sociales, especialmente, la educación y sanidad. Esto está permitiendo avances que no se habían producido nunca bajo las políticas neoliberales. En definitiva, en América Latina los recortes se centran en los privilegios y no en los derechos; en Europa las élites toman el camino contrario.
Por otra parte está la “salida griega y portuguesa” de la crisis, impuesta por los poderes económico-financieros europeos a estos países. Conocemos sus consecuencias inmediatas: empobrecimiento acelerado de la población, precarización absoluta de la vida, pérdida de derechos laborales, sociales y políticos y proceso de desaparición de la clase media que, mayoritariamente, va engrosando ya la clase baja. Sociedades del bienestar que se habían creído alejadas de las situaciones que este trasvase implica (aunque la clase baja nunca desapareció), despiertan en la nueva pesadilla que empuja a cada vez más capas sociales hacia condiciones de pobreza. Mientras, unos pocos siguen aumentando exponencialmente sus ingresos y privilegios, y la brecha con los anteriores es cada vez más parecida a un insaciable precipicio. El Estado, al servicio de bancos y grandes intereses económico-financieros, se atrinchera en medidas de austeridad y de más y más recortes con la disculpa de disminuir el déficit, pero con el objetivo de acabar con todo lo que fue el llamado Estado del bienestar y los derechos en él conseguidos, aunque éste nunca supusiera un verdadero estado de justicia e igualdad para todas las personas. Se trata, pues, de medidas de ajuste estructural, liberalización y privatización de los sectores estratégicos, limitación y reducción de derechos laborales y sociales, mayor desigualdad en el reparto de la riqueza, pérdida de capacidad de decisión política como personas y como pueblo; todo ello, afectando a la mayoría de la población y abocando a una parte, cada vez más grande de ésta, a la precariedad, la pobreza y la miseria.
México podría tomar algunas medidas contra la crisis. Por ejemplo, renegociar la deuda interna y externa que ha beneficiado a la banca y a sus accionistas, pero a nadie más; recomponer el sistema financiero que funciona para tan pocos a costa del sacrificio de tantos, la banca privada ya ha perdido su función social, que es la de proveer crédito. Si no ofrece crédito, no tiene lógica su existencia. El tamaño del sector financiero en una economía debe por lo tanto reducirse sustancialmente mediante una serie de medidas, que incluyen desde una carga impositiva mucho más elevada a la banca (sin afectar los ahorros del ciudadano normal y corriente), gravando principalmente a los grandes depósitos, las grandes transacciones y las actividades especulativas; otras medidas deberían incluir su nacionalización, con pleno intervencionismo del Estado para garantizar la disponibilidad de crédito razonable y accesible. No puede permitirse que la banca privada sea el aparato sanguíneo del cuerpo económico.
Es importante dejar de depender de los préstamos externos y de la inversión extranjera (directa y, sobre todo, en cartera); incrementar sustancialmente los ingresos públicos, a través de una reforma fiscal que grave más al que más tiene, sin derecho a deducibles; reducir el gasto en las Fuerzas Armadas. Gran parte de tales fuerzas militares hacen funciones policiales y de represión interna.
Estas serían algunas tendencias y salidas de lo que ocurre en el mundo en estos momentos. En nuestro país se avecinan situaciones que pueden tornarse complicadas dependiendo del tacto político de las autoridades que a partir de diciembre se hagan cargo del gobierno federal. Queda a los ciudadanos estar atentos y vigilantes para impedir que avasallen nuestros derechos, y tenemos la obligación de presionar por aquellas reivindicaciones que consideramos justas y que deben llevar al país por derroteros diferentes.
* Víctor H. Palacio Muñoz es profesor-investigador del Centro de Investigaciones Económicas, Sociales y Tecnológicas de la Agroindustria y la Agricultura Mundial (CIESTAAM) de la Universidad Autónoma Chapingo.