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Bien dicen que para bailar tango se necesitan dos
Por Luis Hernández Martínez
Para nadie es un secreto que los fondos de capital privado-los extranjeros más que los nacionales- tienen a México en la mira debido a la gran oportunidad de negocio que las pequeñas y medianas empresas (Pymes) representan para sus planes de expansión. ¡Pero no van por todas las Pymes! Su radar busca a las de tipo premium, solamente. “Si hasta en los micros hay rutas”, discriminan burlones “los amos del universo” desde sus oficinas con piso de mármol negro (los describiría más- menos así Tom Wolf). De hecho, los fondos de capital privado quieren involucrarse-nada perdidos-con un n perfil específico de compañía mexicana.
La quieren con una administración sólida, con recursos excedentes y/o con mentalidad abierta para apalancar operaciones. Pretenden negocios ya institucionalizados, hambrientos por crecer, pero administrados por mexicanos educados en el extranjero (perfil bastante deseable para la alta dirección pyme) que conocen de los procesos de globalización y que ya implementaron gobiernos corporativos sólidos en sus organizaciones.
Quieren, para acabar pronto, organizaciones que apuesten fuerte y en serio al crecimiento no orgánico (vía fusiones y adquisiciones) porque arroja resultados más rápidos, porque disminuye un número importante de riesgos y porque una estrategia empresarial enmarcada por ese esquema -bien planeada, organizada, dirigida, ejecutada y controlada- es una vía automática de participación en mercados diferentes o representa la opción franca de ofrecer otros productos y/o servicios.
BAILAMELO, PEQUEÑA SUAVE
Claro, una cosa es que los fondos de capitales privados quieran comprar y otra, muy distinta, que los dueños de las Pymes perfiladas por ellos quieran vender. El problema es que, en las actuales circunstancias nacionales, como dice el refrán popular, “ya se juntaron el hambre y las ganas de comer”.
En este momento de nuestra historia empresarial tenemos al fundador del negocio ya con casi 80 años sobre su espalda, con hijos de 40 o 50 años que-a trompón y patada, si es necesario- mostrarán sus habilidades al padre-o madre para quedarse con el negocio o, quizá -y solo como hipótesis, no comprobada, de la realidad mexicana- los potenciales herederos sean personas que no tienen las agallas ni la inteligencia del padre (o la madre).
Asi, “ante el panorama tan prometedor”, el aún dueño opta por deshacerse de su compañía, antes de que sus vástagos destruyan el imperio. Aunque también al fundador puede surgirle la cosquilla por vender si -a billetazos- la oferta que recibe por su negocio resulta muy por arriba del valor proyectado de la empresa.
De ahí la gran recomendación no escrita en el negocio de las fusiones y adquisiciones: “Si te compran, entonces vende”. Sobre todo, si ambas partes -compradora y vendedora- consideran que su transacción creará valor tanto para los nuevos socios como para el resto del público de interés (según la “teoría a de los stakeholders”).
Y es que las empresas obtienen valor de formas muy diversas. Algunas tienen la mina de la diferenciación en su sistema de distribución, otras en sus productos o patentes; un puñado en su alta dirección o en la transformación armoniosa que hacen de sus esfuerzos y recursos.
En algunos casos, incluso, su red de pagos hace la diferencia en el mercado o quizá sea la historia de su marca. De ahí que el dueño de una pyme -objeto del deseo de los capitales privados-tenga la obligación moral y económica de saber qué es lo valioso de su negocio, antes de dar el ansiado “sí, acepto”, al extraño enemigo. Perdón, al desinteresado comprador.
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