COLUMNA: Al Aire |Por mi (chingada) madre, bohemios

“¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad
“¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad

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No tengo madre, literal desde hace 23 años, y tampoco la tengo en sentido figurado. ¡Oiga usted! Es que esto de (casi) plagiar -como buena ministra contratista, fiscala con ambición transexenal o candidatas al hueso mayor- el título de la legendaria columna de mi amado Monsi… es no tener madre.

 * * *

 Peccata minuta, peores cosas hemos visto en el “noble oficio” de querer chingarse a la madre del adversario –aka la política mexicana- y entre quienes aspiran a la Presidencia de este país. Y se va a poner peor, porque solo quedan tres semanas para saber cómo se pone el desmadre, quién recibe la peor madriza o cómo nos mandan otros seis años derechito a chingar a nuestra madre.

Ya lo preguntaba Octavio Paz en “El Laberinto de la soledad” hace 74 años:

“¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la “sufrida madre mexicana” que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre”.

 

Sea quién sea, o lo que sea, la chingada es el puerto al que queremos mandar a todo barco enemigo, a todo adversario, a todo riesgo que amenaza nuestro entorno más cercano, nuestra familia, nuestros quereres, nuestras posesiones, nuestro futuro, nuestro equipo de futbol, nuestros derechos, aunque solo los recordemos y ejerzamos cuando están en peligro.

 

El yasabesquién -por ejemplo- sostiene que, una vez llegada la persona que lo releve en Palacio Nacional, se autoexiliará en “La Chingada”. Sí, esa quinta/finca/casona que le heredó su familia en Palenque, Chiapas… que, por cierto, ¿quién chingados la habrá bautizado así? Lo cierto es que estar en la chingada supone encontrarse en un sitio muy lejano y apartado del mundo anterior inmediato en el que estuviste. O quizá sea estar en uno más infernal y fracasado. O en uno muy doloroso, tan cerca de las migajas de la vida y cada vez más profundo, tanto que no se puede salir ileso de él.

 

En pleno Día Mundial del Restaurante Atiborrado y las Calles Repletas, no queda más que aceptar que en este preciso instante del calendario es justo en el que más mandamos a ‘recordar’ a las progenitoras ajenas. Es decir, lo que llevan haciendo los entusiastas apoyadores de las tres grandes candidaturas de la presente circunstancia electoral: querer mandar a chingar a su madre a sus oponentes. Solo que la clase política es de más doble moral que los demás -y miren que está reñida esa competencia- que nadie lo dice con todas sus letras.

 

Regreso al Octavio Paz de 1950:

 

“El poder mágico de la palabra se intensifica por su carácter prohibido. Nadie la dice en público. Solamente un exceso de cólera, una emoción o el entusiasmo delirante, justifican su expresión franca. Es una voz que sólo se oye entre hombres, o en las grandes fiestas. Al gritarla, rompemos un velo de pudor, de silencio o de hipocresía. Nos manifestamos tales como somos de verdad. Las malas palabras hierven en nuestro interior, como hierven nuestros sentimientos. Cuando salen, lo hacen brusca, brutalmente, en forma de alarido, de reto, de ofensa. Son proyectiles o cuchillos. Desgarran”.

 

Bueno, eso de que solo se da entre hombres -don Octavio- sí que ha cambiado en las últimas siete décadas. Basta con asomarse tantito al extinto Twitter que sigue siendo como el peor de antes… luego le explico, mi Nobel.

 

En los hechos estrictamente políticos, cada vez que Claudia Sheinbaum le dice a Xóchitl Gálvez “la candidata del PRIAN” o “la candidata corrupta”, la está mandando a chingar a su madre. Igualmente, cuando Xóchitl Gálvez le dice a Claudia Sheinbaum “la candidata de las mentiras” o “la dama de hielo”, la está súper mandando a la chingada. También lo hace Jorge Álvarez Máynez -que lo primero que mandó a chingar a su madre fue a su apellido paterno- cuando les dice a las dos candidatas que son parte de la “vieja política”. Las quiere mandar allá.

 

A estas alturas de la lectura nadie puede espantarse de que este tecleador de dedos gordos repita ad libitum esta palabra tan diversa que lo mismo es sustantivo, que verbo híperconjugado, que adjetivo y que un chingo… perdón, un largo etcétera. Que conste que no solo lo hago para sortear la ruda tarea de esta entrega semanal que coincide con mi recuperación del chingado Covid que esta vez me madreó peor que cuando no existía la vacuna.

 

De vuelta a “El Laberinto de la soledad” (le juro, don Octavio, que esta es la última cita. Porque que conste que lo he citado, entrecomillado y todo, para que no anden diciendo que nomás me quiero chingar su texto):

 

“(…) la pluralidad de significaciones no impide que la idea de agresión en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar, zaherir, hasta el de violar, desgarrar y matar se presente siempre como significado último. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro. Y también, herir, rasgar, violar cuerpos, almas, objetos, destruir”.

Sobran peores ejemplos que este texto postcovidoso para recordar cómo es que la chingada es origen y destino entre mexas. Y es psicoanalíticamente más divertido encontrarnos que esta herida de la chingada va acompañada de infligir dolo en eso que, supuestamente, es lo que amamos un chingo: la madre.

El día de las nuestras cabecitas blancas (sí, este popular apodo también se lo arrogó el poderoso inquilino de Palacio) es el día en que más osados somos para celebrar a quien da la vida: las invitan a comer, al cine, al teatro; les compran flores, regalos o electrodomésticos. Todo, como una especie de culpa. Como una especie de antídoto contra la culpa, como escudo protector para evitar que la manden o que -ciegamente- la mandemos a la chingada.

Basta recordar un viejo comercial de radio. “Este 10 de mayo, ¡Singer a su madre!”, rezaba el anuncio de la misma empresa fabricante de máquinas de coser. Sus grandes creativos condenaban (¿sin saberlo?) a las mamacitas de México a ser premiadas con la herramienta que sellaba el destino final de su viaje: seguir sobándose el lomo, o sea, como el cacofónico eslogan confirmaba, las mandaba sin escalas a CHASM.

Ojalá que esas herramientas de desarrollo, igualdad y crecimiento que nos ofrezca el nuevo gobierno (es un decir lo de nuevo) no sean las de siempre, las que nos manden otra vez a esa última escala que es mucho peor que el nombre de la famosa finca en el paraíso del sureste. Dependerá de nosotros, en teoría.

Afortunadamente, la última y nos vamos, míster Paz:

“La Chingada, a fuerza de uso, de significaciones contrarias y del roce de labios coléricos o entusiasmados, acaba por gastarse, agotar sus contenidos y desaparecer. Es una palabra hueca. No quiere decir nada. Es la nada”.

Así que… ¡a votar, chingada madreLa doble moral y la guerra electoral

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