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Hace 50 años, uno de los mejores futbolistas de la historia, Manuel Manzo, se consagró con un gol en el mítico estadio Maracaná.
Fue el domingo 31 de mazo de 1974… hace 50 años.
En un partido amistoso, la selección mexicana de futbol enfrentaba a Brasil en su casa, su fortaleza, el mítico estadio Maracaná.
Brasil era el campeón del mundo, luego de coronarse casi cuatro años atrás en el Mundial México 70. Ahora, unos meses más adelante, refrendaría ese título en Alemania 74.
México, por el contrario, ya estaba fuera de ese mundial tras perder su clasificación en el Premundial de Haití de 1973. Un torneo en el que hasta hubo acusaciones, rumores y versiones de magia negra en contra de los mexicanos.
La economía brasileña no pasaba por un buen momento. Aún así se estima que acudieron al Maracaná casi 80,000 aficionados.
Desde los primeros minutos, la superioridad del campeón del mundo se hizo sentir. No pocos auguraban un triunfo fácil sobre México; aún así, el primer tiempo terminó empatado sin goles.
Para el segundo tiempo, Brasil abrió el marcador con un potente disparo de Jairzinho al que ni las manos pudo meter el portero Rafael Punte —hoy analista de ESPN— y que de milagro no rompió la red.
Sin embargo, México no bajó las manos.
Para el minuto ocho, Sánchez Galindo manda un tiro de esquina a Horacio López Salgado quien peina el balón a un joven compañero que no tenía ningún marcador encima.
Ese compañero era Manuel Manzo.
Nacido un 10 de febrero de 1952 en la Ciudad de México, Manuel Manzo se había sobrepuesto al abandono de su padre y la muerte de su madre, quedando desde niño al cuidado de sus hermanas.
Antes de ser futbolista, incluso, era chofer de transporte público.
Debutó en 1970 con el León pero firmó también con Cruz Azul por lo que fue sancionado por la Federación Mexicana de Futbol. Volvió a debutar en 1972 con los ya desaparecidos “Toros” del Atlético Español.
Para la Temporada 74-75 ya era el mejor jugador de México.
Al tiempo, jugó también para Chivas, Pumas, Huracanes de Houston, Tigres y Neza, para finalmente colgar los botines en 1987 con el Atlante.
“Debí jugar cuatro mundiales (Alemania 74, Argentina 78, España 82 y México 86) y no jugué ninguno”, ha señalado en múltiples entrevistas.
Para muchos conocedores, Manuel Manzo pudo ser el mejor jugador mexicano de todos los tiempos. Solo tuvo un problema: el alcohol.
En no pocas ocasiones se escapaba de las concentraciones para irse con los amigos. Paradójicamente, el que recuerda como su mejor gol (un disparo desde media cancha en un partido en Torreón) lo anotó con una tremenda resaca mientras volvía el estómago en el medio campo, simulando que se anudaba los zapatos.
Nunca escondió su enfermedad. De hecho, todo quedó plasmado en su biografía Infierno y gloria de un futbolista, la vida de Mariel Manzo, escrita por el periodista José Manel Flores.
Aunque él considera lo contrario, incluso en estos días —donde pesan más la velocidad y la fortaleza física— él sería un futbolista muy completo.
En aquel partido hace 50 años, Manuel Manzo ya era figura; sus 22 años lo hacían incansable, recuperaba balones en el medio campo, tenía buen disparo, definía, iba bien de cabeza.
Y por eso, luego de que Horacio López Salgado le peinara el balón, Manuel Manzo se lanzó para rematar de cabeza y mandar el esférico al fondo de la red.
Los dirigidos por Ignacio “Gallo” Jáuregui tomaron entonces el control del partido y pudieron vencer a Brasil pero faltaron los goles. Enrique Borja, a dos años de su retiro, enfrentaba solo a la defensa brasileña.
La transmisión de Televisión todavía registró como, al finalizar el encuentro, Manuel Manzo corrió como niño a intercamnbiar su camiseta con la leyenda, Roberto Riverlino.