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En algunos países de América Latina – sobre todo los que se encuentran sometidos a terribles crisis económicas – las reformas fiscales se presentan como una de las pocas salidas para remontar los problemas en las finanzas públicas que dejó la pandemia, la expansión inflacionaria y, por supuesto, las tasas de interés históricamente altas.
En México, frente al plan que tiene el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador de modificar la Constitución para cambiar el sistema de pensiones individualizado y garantizar una pensión digna con una tasa de remplazo del ciento por ciento, la supuesta necesidad de una reforma fiscal redistributiva parece impostergable.
Sin embargo, nos acabamos de enterar a través del Servicio de Administración Tributaria (SAT) que, al cierre de 2023, la recaudación tributaria acumulada alcanzó 4 billones 517 mil 730 millones de pesos, lo que representa un crecimiento real de 12.3% respecto a 2022. Además, que – a lo largo del sexenio – los ingresos tributarios pasaron de 3 billones a 4.5 billones de pesos, sin la necesidad de crear nuevos impuestos o aumentar los ya existentes.
Entonces, surge la pregunta si en serio se necesita una reforma fiscal con incremento de las tasas impositivas o lo único que hace falta es cobrar mejor terminando con flagelos como la elusión, la evasión y la defraudación tributaria.
En una conversación con el subsecretario de Hacienda, Gabriel Yorio, nos explicó en la revista Fortuna que las tasas impositivas de México son, precisamente, del mismo nival que las que se aplican en los países de la OCDE. Aumentar las tasas más allá de estos niveles representaría quitarle competitividad a la economía sin que el problema de los impuestos quedara resuelto.
Durante los últimos cuatro años, el SAT demostró que la clave está en la fiscalización y en la gestión de los esquemas de tributación. Si bien es cierto que algunos sectores y sus abogados aún se quejan de la burocratización del pago de impuestos.
Pero el argumento que apunta con más fuerza a la necesidad de una reforma fiscal es la decisión del gobierno federal de permitir en 2024 un incremento en el déficit presupuestario. Entonces, además de cobrar mejor los impuestos, se buscarían nuevas fuentes de ingresos que pudieran darle a la economía entre 3 y 4 puntos del PIB.
Hasta hace cinco meses, lo que se afirmaba en la Secretaría de Hacienda es que el esfuerzo en eficiencia, cumplimiento y mejora tecnológica, tendrían un mayor efecto que cualquier reforma fiscal. Sin embargo, ahora con el proyecto de modificar el sistema de pensiones parece impostergable la reforma tributaria, uno de los temas que se ha considerado fuera de la agenda.
Es cierto que con una reforma tributaria al estilo de la que festejó el tristemente célebre, Humberto Roque, lo único que se lograría es aumentar la carga tributaria para los contribuyentes que sí pagan y esa, por cierto, ha sido la queja histórica en la historia económica reciente del país
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