¿Por qué la simplicidad no es cosa simple? Sustraer para impactar

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Uno de los primeros conceptos que uno estudia en Economía es el papel que en casi toda decisión juega la escasez, esa idea de que en la vida terrenal los recursos terminan siendo limitados por lo que un individuo, familia o país se enfrenta siempre a una llamada restricción presupuestal para cumplir sus necesidades. Cuando uno acaba de entender el concepto se da cuenta que en casi cualquier decisión de la vida todo deseo o plan implica una renuncia, se trata del famoso costo que toda oportunidad trae consigo.

Si bien la escasez es más reconocible entre las cosas materiales, también está presente en aspectos más etéreos como la de nuestra propia capacidad mental.

Esta restricción presupuestal de recursos y de mente ha orientado a grandes pensadores y filosofías de vida a optar en la solución de problemas por lo simple antes que lo complejo. Una de las lecciones más conocidas ocurrió hace casi 700 años cuando el fraile franciscano Guillermo de Ockam propuso el «principio de parsimonia» o «navaja de Ockam» que tiene por función cortar todo lo innecesario y que dicta que la teoría o solución más simple tiende a ser la más correcta. Ockam estaba muy consciente de las limitaciones de nuestra mente por lo que creía que, entre más variables o dependencias se añadieran al análisis de un problema, más complejo se volviera este y más errores cometeríamos; una propuesta similar fue la del más reciente Albert Einstein al quien se la atribuye la frase «todo debe ser lo más simple posible, pero no más simple».

¿Cómo aplicar la parsimonia? 

Es curioso que a pesar de la conveniencia de mantener las cosas simples las organizaciones tienden a aferrarse a la complejidad. Esto se debe a factores tanto socioculturales como como cognitivos. Comencemos con el primer punto. La economía actual persigue un imperativo de cambio a toda costa. La inacción en la empresa es hoy inaceptable bajo el imperativo de cambia o muere. El miedo a la obsolescencia está presente en cada minuto y todo debe replantearse sin descanso bajo el paradigma de la mejora continua. Sin embargo, el riesgo se presenta cuando en todo cambio nos preguntamos casi siempre «¿qué puedo añadir?» ignorando la forma más básica de mejorar que es simplemente dejar de hacer o quitar.

Leidy Klotz, profesor de la Universidad de Virgina, describe en su libro Subtract: The Untapped Science of Less como nuestra incapacidad de restar es la causa raíz de profundas ineficiencias y nuestros calendarios, chats, correos y hasta armarios atestados son sólo síntomas de esta idolatría por agregar. Cuando construyes algo, asegura Klotz, se convierte en una prueba fehaciente de tu brillantez, mientras que la sustracción rara vez se reconoce, incluso cuando es una mejor solución a un problema.

El autor relata los resultados de varios estudios de cambio organizacional que muestran que cuando los tomadores de decisiones proponen maneras de mejorar una empresa, menos del 10% de sus propuestas implican eliminar algo, muchas veces movidos por el temor de no contar con pruebas visibles que recuerden a los demás el valor de la sustracción; sencillamente es más fácil obtener reconocimiento social agregando que quitando y cuando todos pensamos lo mismo el mundo termina siendo siempre siendo un lugar más complejo.

Además de las razones sociales están las cognitivas, y es que la simplicidad para nada es simple, toma mucho tiempo y esfuerzo. El multitasking o la saturación mental hacen difícil alcanzar la concentración requerida que la sustracción demanda.

Los estudios muestran que personas distraídas realizando dos o más tareas al mismo tiempo son más propensas a llegar a soluciones aditivas; esto sugiere que, cuando la gente está distraída, es más probable que recurra a respuestas rápidas y complejas que a soluciones simples que requieren de un mayor esfuerzo de concentración.

Para superar la ineficiente tendencia a agregar, los especialistas recomiendan sobre todo crear ambientes donde el sustraer sea una opción socialmente aceptable y valiosa. Esto incluye recordatorios continuos para colocar a la simplicidad como valor central y como política.

Otras ideas contemplan concursos o campañas de sustracción para eliminar burocracias, redundancias o cambios innecesarios con el fin de proporcionar un apoyo social implícito a los empleados que de otro modo evitarían la simplicidad, especialmente si la gente rechaza las ideas sustractivas porque todos los demás están siendo premiados solo por sumar.

Otra herramienta clave es preguntarnos si nuestra solución aditiva y compleja se basa solo en una inflada búsqueda de reconocimiento antes que en la respuesta más simple y meditada que nos permitimos encontrar para resolver un problema.

 Alfredo Nava, autor del blog El postre no es al final

https://navaescarcega.wixsite.com/postre