Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 2 segundos
Mario Raúl Guzmán
A punto de fallecer de hipotermia por la frialdad de investigaciones académicas cuyo alud amaga con sepultarnos, refugiémonos en la crónica. Un género prácticamente desaparecido en su diezmado hábitat tradicional -periódicos, revistas y suplementos-, la crónica de largo aliento, su vertiente perdurable en libros, es antídoto eficaz contra la avalancha de cifras, gráficas, marcos teórico-metodológicos y datos duros en gélido e impersonal reporte aséptico. Los cronistas, así sean especie en vías de extinción, de pronto sorprenden con libros que fortifican el afán de indagar en la raíz de un conflicto social. Para comprender las claves de una situación exacerbada o tensa acudamos a las crónicas que son vivificantes inmersiones en la significación política de broncas que desafían nuestra capacidad de análisis.
En esa línea se inscribe el libro del periodista italiano radicado en nuestro país Federico Mastrogiovanni. Arranca en la frontera sur mexicana y va recogiendo voces y testimonios antes de llegar a la frontera norte, en un recorrido que incorpora recuerdos disímiles de países y tiempos históricos diversos en profusión azarosa. De Tapachula a Tijuana el viajero va hilando relatos de migrantes, algunos incluso de su linaje, conforme siente que vienen a cuento o hacen sentido con lo que va atestiguando en el trayecto.
No siempre acierta. A veces divaga o se pierde por senderos que parecen pasajes de otro título. Mas no le importa extraviarse; de hecho, en un momento en que cobra conciencia de que sus digresiones literarias o sus remembranzas personales parecen arrancadas de otro relato, advierte con petulancia si no te gusta te largas, porque este es mi libro y en él hago lo que se me pega la gana. ¿Por qué el editor permite semejante agresión al lector? En otro momento el autor repudia lo que supone incapacidad del idioma español para expresar lo que quiere decir y de plano… ¡lanza parrafadas en italiano! Un editor riguroso habría prestado gran servicio al libro si las 343 páginas las hubiese reducido a unas 250. El libro habría ganado en concentración y fuerza narrativa; un texto más atractivo sin impertinencias.
Son de todos modos abundantes las páginas en que emparenta con esos viejos libros de entomólogos, aventureros o geógrafos cuyas plumas seducen no sólo por su insospechada capacidad de observación, sino al despedir un tufo de envidiable vagabundaje. Viajar en un barco cuyo timón no se gobierna del todo, y que el viento al que se entrega el capitán venga de la bocaza huracanada de los dioses del azar, de esa clase de veleidades no cualquiera sale indemne. Hay que desplegar talento para sobrevivir. Un cronista que se interne con agallas en el México de nuestros días parecerá por fuerza una mezcla de vago, alma justiciera, poeta y corresponsal de guerra.
El tema de Mastrogiovanni es el de las crecientes corrientes migratorias, o mejor dicho, el de la dramática realidad que tal fenómeno provoca en los terrenos de la cultura, la política, la demografía y las batallas sórdidas de mafias, etnias, clases, cofradías… Todo lo que toca a su paso lo trastorna, incluso la identidad, un concepto tan pétreo en la oratoria de la clase gobernante. La identidad, afirma el autor, “es un concepto relativo, constantemente cambiante, y ligado a las relaciones de poder contextuales”. Empero, ni su asunto ni sus herramientas son las del sociólogo o el analista político: él está atreviéndose en regiones de un país cuyo primer mandatario proclama que se trata de un país en paz social. Eso ha enfatizado el presidente de la República en su segundo y en su tercer informe de gobierno. En México, no obstante rezagos y problemas, hay paz social. Esto es lo fundamental: que hay paz social. Otra cosa reafirman la crisis forense, la crisis de servicios periciales, los feminicidios y la trata de personas (prostitución y sobreexplotación esclavizada), la crisis humanitaria ahondada por el cifra atroz de desaparecidos y por los numerosos testimonios de desplazamientos forzados de individuos, familias y comunidades rurales, la crisis de inseguridad y violencia criminal en carreteras, empresas y colonias de todo el país. Aquí acaba la patria también nos dice otra cosa distinta al discurso presidencial. Una cosa fundamentalmente amarga, dolorosa, ensangrentada, corrompida y trágica. Un tren atraviesa el rostro del país marcándolo como una cicatriz:
“La Bestia bufa y chilla sobre los rieles. Son casualmente las diecisiete en punto y, sin ningún aviso previo, el tren empieza a moverse, lentamente. Leeeentaaaaaameeeeenteeeeee. Casi no se mueve si lo ves desde arriba. Pero sí, las ruedas están girando. Los últimos pasajeros se trepan en las pequeñas escaleras de metal. No vaya a ser que pierdan el tren después de haber esperado a que saliera durante tantos días.
“(…) El tren decide moverse. Porque el tren no es un objeto inanimado. El tren tiene voluntad, es una entidad viva. Y no es amigable. Por eso le dicen la Bestia.
“La Bestia tiene un cuerpo vivo, músculos de hacer, aliento de vapor, la voz de un ave de rapiña. La Bestia tiene voluntad propia, puede ser caprichosa y cruel, dejar que te quemes vivo en sus láminas de metal, durante las horas interminables de espera en medio del campo bajo el sol. Puede desmembrarte el cuerpo, si te equivocas al pasar de un vagón al otro, si te quedas dormido, si no respetas su camino. Puede tirarte al suelo, con la ayuda de las ramas que te van golpeando, brazos externos al cuerpo que cumplen sus órdenes azarosamente. Y puede dejarte aquí, y poner fin a tu viaje.
“Pero la Bestia es voluble, puede ser misericordiosa, llevarte rápido en su lomo hacia el norte. Puede ser piadosa, no reclamar tus extremidades, tus carnes, perdonar tu cuerpo sin devastarlo con su metal aullante. Puede ser clemente, arrullarte con dulzura, fuera del alcance de policías, agentes migratorios, secuestradores, mientras cruza pedazos de país que te acercan cada vez más a tu destino” (pp. 144-146).
De cada cien centroamericanos y haitianos que logran traspasar el Muro de la Guardia Nacional en la frontera sur, ¿cuántos llegan a la frontera norte? ¿cuántos sobreviven a la pesadilla del sureste y del centro mexicano hasta llegar a la pesadilla tijuanense?
Otra vez Mastrogiovanni:
“Tijuana es un reto. Si sobrevives aquí, si logras hacerte invisible, si logras no perder la fe y la esperanza en este lugar que te reta, quizá vas a tener alguna oportunidad de brincar para el otro lado. Quizá vas a tener esperanza de lograrlo. Si Tapachula es el lugar en el que empieza el viaje en colectivo, en caravana, Tijuana es el opuesto, es la individualidad y la invisibilidad.
“Y lo demuestran los cientos de regurgitados, retornados, deportados, que se quedan trabados aquí, de este lado del muro. Algunos para siempre. Ignorados por la ciudad que sigue su camino” (pp. 204-205).
Crónicas como la de este italiano son necesarias. A los lectores nos consta.