Nueva normalidad, etapa de estrés e incertidumbre

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Representa una crisis ante el largo encierro vivido y un periodo de adaptación ante las nuevas condiciones

Patricia López Suárez/GacetaUNAM

La nueva normalidad tras casi dos años de pandemia es una etapa de incertidumbre y estrés, que representa una crisis ante el largo encierro vivido y un periodo de adaptación ante las nuevas condiciones que limitan la convivencia entre las personas, destacaron dos especialistas de la UNAM.

“El cerebro tiene una característica especial, nos permite interactuar con el medio, ya sean personas, ambientes y otros seres vivos. Nos da la capacidad para modificar, manipular y responder a ese medio ambiente, así como la flexibilidad para adaptarnos a nuevos entornos y situaciones. Pero, a su vez, puede ser modificado por esas interacciones y por ese medio cambiante”, afirmó Ana Natalia Seubert Ravelo, investigadora de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala.

En la conferencia de medios a distancia “¿Cómo Vivimos la Nueva Normalidad?”, explicó que el cerebro es modificado cada vez que aprendemos algo nuevo o tenemos una nueva experiencia, sea positiva o traumática. “Se ocasionan cambios en la liberación de ciertos químicos cerebrales llamados neurotransmisores, puede causar cambios a nivel hormonal, crearse nuevas redes y conexiones cerebrales e, incluso, esas interacciones con el medio pueden generar cambios a nivel de la actividad genética. A esto le llamamos plasticidad cerebral”, resumió.

Seubert Ravelo añadió que todos estos cambios cerebrales, asimismo, pueden repercutir en cómo nos sentimos, cómo actuamos y cómo nos relacionamos con los demás. “Este tiempo de pandemia, en el que múltiples aspectos de la vida física y social han cambiado, ha tenido un efecto en nuestro cerebro”.

Reconoció que esta época nos ha dado oportunidad de flexibilizarnos y adaptarnos a la nueva normalidad, y la calificó como etapa de crisis y adaptación física, psicológica y social.

La experta destacó que el humano es un ser social, que requiere cercanía física, apego e identificación de emociones en los rostros de los demás para poder sobrevivir, obtener alimento, defendernos de otros grupos. “La sociedad proporciona seguridad, y hemos desarrollado un cerebro social, con redes específicas que están involucradas en el reconocimiento y el análisis de las respuestas de índole social”.

Sostuvo que el distanciamiento social y el uso constante del cubrebocas han llegado a entorpecer nuestra capacidad de reconocer emociones a partir de gestos sutiles, especialmente en los niños. Sin embargo, subrayó que ello no es razón suficiente para no usar mascarilla ni mantener la sana distancia, pues significa una protección para todos.

Sistema social excluyente

En su oportunidad, María Emily Reiko Ito Sugiyama, investigadora de la Facultad de Psicología, recordó que la pandemia por la Covid-19 no es la primera que hemos vivido, pero tendemos a olvidar o ser indiferentes ante otros fenómenos experimentados como el de la influenza que nos ocupó hace unos años.

Vivimos en un sistema social excluyente, en el que la publicidad nos invita a centrar la atención en el yo y a esperar que cada quien resuelva la situación que vive con sus propios recursos. Y esta situación prevalece desde antes de la pandemia, pero indicó que con ella se ha exacerbado.

“Hay un estilo de vida centrado en el consumismo, caracterizado por un uso cada vez mayor de energía y una producción creciente de desperdicios. Esto ha impactado en el medio ambiente y ha puesto en peligro el delicado equilibrio natural del planeta”, denunció.

Agregó que es tiempo de analizar si la antigua normalidad es algo con lo que queremos seguir viviendo, invirtiendo varias horas para transportarse al trabajo o la escuela, comiendo sin nutrirse y llegando a casa sólo a descansar, casi sin convivir con la familia.

“Con la pandemia la función de los espacios se ha multiplicado y hay más comunicación con las familias, aunque también existen problemas de hacinamiento en lugares pequeños. El teletrabajo ya se había propuesto antes de la pandemia y en la actualidad muchos lo quieren mantener”, acotó.

Invitó a analizar la comunicación en las redes, que es creciente si estamos a distancia, pero se interrumpe cuando es cara a cara y cada quien está ocupado con su teléfono.

“El sentido y el estilo de la comunicación y de la interacción entre las personas me parece que en el fondo no ha cambiado. Tal vez algunos formatos sí lo han hecho. No nos hemos preocupado por el bienestar de los demás, a veces ni siquiera de nuestra familia ni por el planeta, que es nuestra morada. Seguimos siendo indiferentes y pensando en objetivos de corto plazo ligados al consumo”, dijo.

María Emily Reiko invitó a que la vivencia de la pandemia sea una reflexión para hacernos cargo de nuestra vida en colectivo, teniendo claro que las redes no promueven la interacción social.