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Impulsar la riqueza, no administrar la pobreza.
Por Luis Hernández*
Vivimos una época complicada, una más. México lleva años sin tregua contra la pobreza. Siglos de convivir con la desigualdad. La mayoría de los mexicanos ya miramos todas sus caras. Confrontamos los descarnados rostros de las diferencias políticas, económicas, sociales, tecnológicas, educativas y laborales que golpean -una y otra vez- a millones de mujeres y hombres que sobreviven con la promesa de un futuro mejor.
La triste agonía -rayando en la desesperanza- es que, en ocasiones, el mexicano de a pie confía en la educación como el motor de su movilidad social. ¡Mala tarde! Hoy tenemos la mayor matrícula de egresados universitarios y nada o poco cambia. Ese universo de profesionistas, cuando no engrosa las filas del precariado, agranda las líneas del desempleo. O forma parte de los encabezados noticiosos por sus fraudes, robos o desfalcos al erario. Hasta aquí, la mala noticia.
La buena es que algunos egresados afortunados desempeñan trabajos para los que no estudiaron. El resto de los universitarios sobrevive en actividades informales o ejerce de manera liberal su profesión con poca o ninguna seguridad social. Las universidades tienen, queda muy claro, una deuda enorme con un porcentaje muy grande de sus exalumnos.
Impulsar la riqueza, no administrar la pobreza, tiene que ser el propósito social de políticos, empresarios, profesionistas e instituciones educativas (sin importar su propuesta académica o si son públicas o privadas). A México le urge contar con personas verdaderamente ricas. Que no solo choquen con una realidad infranqueable sin mayor esperanza que llegar al día siguiente.
Lo que necesitamos
A nuestro país le hace falta gente verdaderamente rica. En dinero, sí. Pero también en valores. En justicia social. Rica por ser una ciudadanía unida por el bien común. México necesita de ciudadanos con un compromiso de nación. Requiere de políticos o profesionistas que no avancen a costa del retraso de otros.
Las oligarquías, los monopolios, los grupúsculos de poder dañan los cimientos de las naciones con pretensiones de ética social y prosperidad. México requiere con urgencia de mexicanos verdaderamente ricos porque solo así superaremos el umbral de pobreza que crece diariamente. Los discursos, la presencia mediática y el favoritismo hacia los grupos de ayer, hoy y siempre no son la solución para sacar a México de su pobreza, de su miseria.
La gestión de los pobres es un negocio para gente sin escrúpulos. Vivir y enriquecerse del ignorante, del enfermo, del hambriento, de los acreedores, del sediento de justicia son actos mezquinos, ruines. Impulsar la riqueza y dirigir el destino de un país requiere de un elevado sentido de la moral.
Debemos tener claros muchos y diversos límites: ¿permitir que las compañías compren el derecho a contaminar? ¿Pagar a personas para que prueben medicamentos con el argumento de que salvarán vidas? ¿Vender la justicia al que tiene el poder político y/o económico para cometer fraude de acreedores? ¿Convalidar un sistema represor con deslices lingüísticos sometidos a la votación de unos cuantos? A México, no tengo duda, le urge gente verdaderamente rica.
*Luis Hernández Martínez es abogado, periodista y catedrático de la UNAM.