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La llamada revolución del shale gas está convirtiendo a Estados Unidos en una nueva potencia energética. Para México, sin embargo, esa transformación –mientras Petróleos Mexicanos (Pemex) sólo se mantiene como un productor de petróleo crudo– representa nuevos retos pero también muchos riesgos. El cambio ya comenzó y la tendencia decreciente que muestra la exportación de crudo mexicano al mercado estadunidense es una clara señal. No sólo eso, México se perfila ya como un importador de gas natural estadunidense. Los papeles se cambian a una gran velocidad.
Carlos Capistrán, economista en jefe para México de Bank of America Merrill Lynch (BofA-ML), asegura que el reciente descenso del precio del petróleo, la débil producción industrial de Estados Unidos y la baja en la generación de crudo de Pemex en años recientes, no explican por completo la fuerte caída de las exportaciones petroleras del país.
La clave se encuentra en los nuevos proyectos de shale gas en los cuales ya participan compañías mexicanas como Alfa. Los avances tecnológicos en Estados Unidos han permitido que este país se aproxime a la independencia energética, al menos en la producción y distribución de gas natural. Las estrategias de Merrill Lynch pronostican que la independencia petrolera será alcanzada en 2024. Y será entonces, de no registrarse una transformación en el modelo de negocios de Pemex, cuando se presenten mayores riesgos. Una de las implicaciones es que las importaciones netas de energía de Estados Unidos cayeron 60 por ciento desde 2008.
Desde 2011, la Unión Americana muestra un descenso sostenido en las importaciones de crudo, lo cual explica en casi 7 por ciento la variación total de las exportaciones petroleras mexicanas desde ese año.
En la medida que Estados Unidos continúe avanzando hacia la independencia energética, ese factor seguirá reduciendo la exportación de crudo mexicano.
Así, en febrero pasado las exportaciones totales de México al mercado estadunidense disminuyeron 2.9 por ciento, en términos anuales.
Por ello, al frente de Pemex, Emilio Lozoya Austin, un economista, financiero y abogado, tiene el reto de transformar –con o sin reforma constitucional– el modelo de negocios de Pemex; consolidar las alianzas estrategias necesarias para obtener el conocimiento y la tecnología necesarias para explorar pozos en aguas profundas, pero también para darle valor agregado al petróleo crudo de sus reservas. Para lograrlo, una reforma fiscal integral deberá liberar a la paraestatal de una renta petrolera tan onerosa; de la carga de las pensiones de más de 70,000 trabajadores jubilados, pero sobre todo de las restricciones para lograr alianzas estratégicas.
Una nueva estructura corporativa también será necesaria. El proyecto del gobierno de Enrique Peña Nieto incluye la desaparición de los organismos mediante los cuales se divide la operación de Pemex.
Así se concluiría la gestión independiente de Pemex Refinación, Pemex Gas, Pemex Exploración y Producción y PMI Comercio Internacional. El objetivo sería concentrar y acelerar la toma de decisiones y no depender de consejos independientes de administración sino de un consejo general.
Para analistas en la materia, la clave se encuentra en impulsar una reglamentación que garantice la soberanía del Estado sobre el petróleo, pero que permita atraer inversión privada al sector petrolero, sobre todo de las grandes compañías petroleras que ya cuentan con tecnología de punta. El objetivo sería reducir el monto de recursos que en efectivo se entrega a contratistas y que durante muchas décadas han provocado, junto con la renta petrolera –los impuestos que se pagan al Estado– descapitalizar a Pemex.
En el Congreso, la reforma energética espera su turno. Por ahora los legisladores están concentrados en la reforma a la Ley de Telecomunicaciones. Después, el Pacto por México, firmado por el gobierno de Enrique Peña Nieto con los partidos políticos representados en el Congreso de la Unión, dará prioridad a la reforma hacendaria, un paso indispensable para liberar a Pemex del pago creciente de impuestos.
Para Pemex el premio es oro, inversiones y modernización. Para los consumidores mexicanos es la oportunidad de contar con mejores costos y una paraestatal que se mantenga como el motor de la economía.