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Tener en México un mayor nivel educativo no se traduce necesariamente en mayor productividad y mejor salario. Como consecuencia del desajuste entre la oferta y la demanda de los profesionistas en el mercado laboral, el desempleo y subempleo alcanzan también a este sector de la población.
La realidad del mundo contemporáneo pone en jaque la relación entre educación y mercado derivada de la teoría del capital humano, del economista estadunidense Theodore Schultz. De acuerdo con ésta, la educación puede ser vista como una inversión económica, que a la larga deberá traducirse en mayor productividad y mejores salarios, tanto en el ámbito individual como social.
No obstante, hoy día la educación no basta para promover por sí misma el desarrollo y la justicia social. En muchos países el sistema educativo se expande, pero los problemas de los profesionistas para incorporarse al mercado de trabajo se incrementan. En 2010, por ejemplo, sólo el 17.8 por ciento de la población ocupada en México correspondía a profesionistas y el 17.6 a personas con sólo el nivel medio superior.
Alejandro Márquez Jiménez, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se refiere a esta problemática como un desajuste entre la oferta y la demanda de los profesionistas en el mercado laboral. En su ensayo La relación entre educación superior y mercado de trabajo en México señala que dicho desajuste se manifiesta a través del desempleo y subempleo.
A partir de datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el doctor en educación por la Universidad Autónoma de Aguascalientes señala que de 2000 a 2010 el desempleo en México se incrementó de manera generalizada, en parte como consecuencia de la crisis económica de 2008.
Subraya que durante este periodo los profesionistas fueron los más afectados, seguidos de las personas con estudios de nivel medio superior. En el primero de los casos el incremento en los niveles de desempleo fue de 4.1 por ciento; en el segundo, de 3.8. La tercera posición corresponde a quienes sólo cuentan con estudios básicos y la última a las personas sin instrucción con 3.5 y 2.2 por ciento, respectivamente.
Al respecto, el especialista apunta que el desempleo entre profesionistas afecta particularmente a los jóvenes y tiende a disminuir con el paso del tiempo. Una posible explicación a este fenómeno parte de considerar que los jóvenes que adquieren altos niveles de escolaridad provienen de familias mejor situadas socioeconómicamente, condición que les permiten afrontar durante periodos más largos los costos asociados a la búsqueda de un empleo que cubra lo mejor posible sus expectativas.
Con relación al subempleo, que de acuerdo con el Inegi considera a las personas ocupadas que declaran tener la necesidad y la disponibilidad de ofertar más tiempo de trabajo de lo que su ocupación actual les permite, el investigador refiere que son los trabajadores con educación básica y los que no tienen estudios los más afectados.
Así, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del tercer trimestre de 2010, se encontraban subempleadas el 10 por ciento de las personas sin instrucción, el 9.7 por ciento de quienes cuentan con estudios básicos, el 6.9 por ciento de los bachilleres y tan sólo el 5.9 por ciento de los profesionistas.
Profesionistas tienen más oportunidades
Aun cuando las condiciones laborales en el país se han precarizado como consecuencia de las recurrentes crisis económicas y del avance de los procesos de flexibilización laboral propios del neoliberalismo, los profesionistas continúan siendo quienes tienen más oportunidades de relacionarse con el mercado de trabajo, asegura Alejandro Márquez.
Y es que un mayor nivel educativo brinda mayores posibilidades de incorporarse al mercado laboral, de acceder a las ocupaciones más prestigiosas y de percibir mejores salarios.
Por ejemplo, mientras de 2000 a 2010 la participación de las personas sin escolaridad en el mercado de trabajo disminuyó en 3.3 por ciento, la de la población con estudios superiores aumentó en 4.4 por ciento.
De la misma manera, mientras en 2010 el 73.8 por ciento de los profesionistas formaban parte de la población económicamente activa, tan sólo el 41.2 por ciento de las personas sin instrucción se encontraban en esta categoría.
En lo que a salarios respecta, de acuerdo con el investigador del IISUE, para 2010 el 28 por ciento de los profesionistas percibían más de cinco salarios mínimos y el 27 por ciento, de tres a cinco. La situación de la personas sin instrucción se revierte de manera drástica. El 52 por ciento ganaba hasta un salario mínimo y sólo el 1 por ciento más de cinco.
Derivado de lo anterior, Márquez Jiménez llama a los estudiantes de licenciatura y posgrado a no desalentarse pues, pese al contexto laboral adverso, son ellos quienes están en posibilidad de acceder a las mejores oportunidades.
“La educación es como el hundimiento del Titanic. Los que pagaron barato y estaban hasta el fondo, es decir, los que no tienen escolaridad son los que se ahogan primero. En tanto, la educación es como un salvavidas que te permite enfrentar condiciones bastante difíciles”, sentencia.
En entrevista con Fortuna, el también licenciado en sociología de la educación por la Universidad Pedagógica Nacional manifiesta su desacuerdo con algunos de sus colegas quienes sostienen que estudiar ya no vale la pena. Para él, la apuesta sigue siendo una mayor escolaridad pues, además de su rentabilidad económica, la educación permite acceder a una gran variedad de sistemas de significación, como el arte y la cultura, además de formar mejores personas.
La solución
Alejandro Márquez Jiménez advierte que en caso de no emprender las medidas necesarias para corregir los actuales desajustes entre la educación y el mercado laboral, el futuro de los profesionistas mexicanos aumentará su incertidumbre.
A decir del investigador del IISUE-UNAM, existen cuatro posturas que intentan explicar el porqué de este desajuste. Una de ellas considera a las instituciones de educación superior como las causantes del problema, en la medida en que están desfasadas de los requerimientos del sector productivo; otra señala como foco de responsabilidad al sector empresarial, mismo que ha sido incapaz de generar nuevas fuentes de trabajo productivo; la tercera alude a las políticas que desde el siglo pasado ha venido aplicando el gobierno federal en el marco de la adopción del decálogo del Consenso de Washington. Una cuarta postura, la más integral y acertada, según Márquez Jiménez, apunta a que los tres sectores antes mencionados forman parte de la problemática y, por tanto, de la solución.
Amparado en el modelo de la triple hélice, acuñado por Etzkowitz y Leydesdorff, el profesor universitario considera que la salida al problema del desajuste entre educación y mercado laboral pasa por reorganizar las relaciones entre las instituciones de educación superior y el sector empresarial, así como por promover su mayor coordinación.
La universidad como centro del modelo, la industria como fuente de financiamiento y el gobierno como gestor de la condiciones políticas y del marco regulatorio de las relaciones entre la universidad y la industria.