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La volatilidad regresó al entorno de las divisas y parece que esta vez ha vuelto para quedarse. Todo ello, porque el mundo de la inversión ha tenido un momento de inspiración: en una época de divisas sin ningún respaldo y con una demanda debilitada, el país que más devalúe su moneda será el rey, advierte John J. Hardy, consultor de divisas de Saxo Bank
Con la llegada al gobierno en Japón el pasado mes de diciembre del Partido Liberal Demócrata (LDP) comenzaron las guerras de divisas en todo el mundo. En este nuevo escenario, ¿alguien puede permitirse quedar fuera?
Tras los importantes movimientos de finales de 2008, la volatilidad de los mercados de divisas volvió lentamente a rangos más normales, salvo algunas excepciones entre 2009 y 2011; más adelante, en 2012, la volatilidad abandonó definitivamente el mercado, por lo que hacia finales de año, los rangos de cotización volvieron a niveles que no se veían desde antes de la burbuja crediticia en 2006-07, de acuerdo con el seguimiento del banco electrónico.
En algunos casos, como ocurrió con el cruce de divisas libra-dólar estadounidense y el par dólar estadounidense-dólar canadiense, los rangos de cotización se acercaron o llegaron a marcar mínimos de décadas, recordó Hardy.
Los analistas se han apresurado a explicar la baja volatilidad como el resultado de la desaparición de los diferenciales de tasas de interés, con la moneda de más alto rendimiento del G-10, el dólar australiano, registrando una tasa diaria de tan solo 3%, incluso los bancos centrales de mercados emergentes comenzaron a recortar tasas para impulsar sus economías nacionales.
Mientras tanto, al parecer, los entes rectores han retirado todos los riesgos sistémicos en su esfuerzo por estar siempre presentes aquí, allí y en todas partes para evitar que cualquier tipo de riesgo negativo se cierna sobre los mercados con un suministro de liquidez prácticamente ilimitado, agrega Hardy.
Por otro lado, a mediados de noviembre del año pasado, el anuncio de las elecciones japonesas, que rápidamente situó el punto de mira en el partido candidato de la oposición, el LDP, y su retórica agitadora sobre debilitar el yen, que en gran parte se disfrazó de esfuerzo para “derrotar a la deflación”.
Desde entonces y desde la toma de posesión de Abe, el yen ha registrado en menos de tres meses una sorprendente caída de 17% frente al dólar estadounidense y de más de 20% frente al euro, explica el analista.
Al mismo tiempo, el Banco Central Europeo dejó una parte demasiado grande de su balance en manos de los bancos, que se han aprovechado de la protección del BCE para saldar antes parte de sus provisiones de liquidez de emergencia. Esto ha llevado a que el euro subiera más aún este año.
Por lo demás, la libra esterlina se hunde en el abismo ante la perspectiva de la llegada del nuevo gobernador del Banco de Inglaterra, Carney, y la posibilidad de un nuevo capítulo de caos monetario para este verano. Por su parte, el dólar australiano y el canadiense también se están agitando.
No obstante, esto es solo el principio, se observará mucha más acción en las divisas a lo largo del año, advierte Hardy.
Japón ha sido el primero en mover fichas con su manifiesta elevación de la política monetaria a asunto de vital interés nacional. Si bien es algo bastante comprensible, en una economía global y, en particular, en una acorralada por la débil demanda y la sobrecapacidad, este gesto no deja de ser una agresión económica internacional que tendrá repercusiones.
Estas son sólo señales de que se está librando la guerra mundial de las divisas, indica el consultor del banco electrónico.
Desde este momento, son dos los factores principales de la volatilidad de las divisas. En primera instancia, la politización de los bancos centrales, algo que, en apariencia, todavía está entre bastidores en Japón pero que es ya inminente en el Banco de Inglaterra, que podría ser el próximo en cualquier momento tras la llegada de Carney si finalmente salen adelante sus nuevos esfuerzos radicales para ayudar al Reino Unido a alcanzar “velocidad de escape”.
La politización llega de la mano del reconocimiento, cada vez mayor, de que los bancos centrales son los que ejercen el máximo poder sobre la divisa de un país y su economía, unas competencias que los gobiernos nacionales preferirían atribuirse habida cuenta de que los votantes reclaman mejoras y piden responsabilidades a sus líderes políticos.
A corto plazo, el catalizador más específico de la volatilidad de las divisas será la respuesta internacional al último movimiento drástico de Japón. El mercado se encuentra inmerso en una transición incómoda desde el paradigma anterior, que consistía simplemente en aumentar el precio de los activos de riesgo, con base en la teoría de que los bancos centrales darían siempre carta blanca, al nuevo paradigma impulsado por consecuencias que se derivarían de las guerras de divisas mundiales si todos los países se apuntan a esta tendencia. A largo plazo, es probable que todas las divisas pierdan valor, salvo por la auténtica divisa: el oro.