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Altiva, señorial, llena de caprichosa belleza e historia me recibe la prehispánica Guayangareo, la española Valladolid y la mexicana Morelia, en su plaza de armas rodeada de laureles de la india, coronada con su imponente Catedral de cantera rosa.
Por Miriam Lira
El repique de sus campanas advierten el medio día, la plaza está casi desierta. Pronto descubro que la actividad se encuentra en los cafés que la rodean, el almuerzo parece cosa seria para los morelianos, que enmarcados por los arcos de la plaza, comen en su mayoría guchepos, corundas, enchiladas placeras, churipos y toman cafecito.
El clima es cálido en la capital michoacana, ideal para caminar sin prisa entre las calles de una de las más hermosas gemas coloniales de México y que desde 1991 fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por sus mil 113 monumentos.
Pasear por el centro de Morelia resulta una experiencia única. A cada paso se revela una vista extraordinaria debido a los puntos áureos bajo los que fue construida la ciudad colonial. La primera parada que hago es en el antiguo Colegio de niñas de Santa Rosa de Santa María, hoy el Conservatorio de Música de las Rosas.
Este conjunto que data de 1595, fue construido para las monjas dominicas de la orden religiosa de Santa Catarina de Siena, eran ellas las que instruían a las niñas y denominaban a sus alumnas como las “Rosas de Valladolid”. Hay en este lugar un jardín enmarcado por hermosos arcos imperfectos; su imperfección radica en que cada lado de su patio conventual tiene diferentes números de arcos. Regularmente los conventos tienen seis, que representan la perfección del recinto, sin embargo por ser este un convento de mujeres en el no podía caber la perfección.
Muy cerca de ahí me encontré con el Palacio Clavijero, sin duda el coloso más barroco de la ciudad. Me cuenta Déborah López García, guía federal de turismo, que este lugar era el Colegio Jesuita de San Francisco Xavier en 1660, en el se instruyó a los jóvenes de la antigua Valladolid hasta 1667, entre ellos Miguel Hidalgo y Costilla que llegaría a educarse en esta institución a los 12 años, su cúpula espectacular y elegantes escaleras son fieles testigos del paso del “Padre de la Patria” por sus pasillos.
A un lado de este Palacio se encuentra el Templo de la Compañía de Jesús que desde 1930 funge como la Biblioteca Pública Universitaria, la cual cuenta con 45 mil libros, siete de los cuales son incunables, lo que quiere decir que fueron impresos desde la creación de la imprenta y hasta principios del siglo XVI.
Al salir los rayos del Sol me impedían observar con detenimiento la fachada del Colegio de San Nicolás de Hidalgo. Trataba de descubrir por mí misma cada pequeño detalle de su estructura. Nunca hubiera imaginado que de la nada un señor de mediana edad pero de apariencia avanzada me exclamaría: Por algo ha de andar aquí parada como “mensa”, pero en este edificio lo importante no es la forma sino el fondo.
Miré a los lados y pensé en el tino que tenía para encontrarme con “locos”… Él alzó la voz, me dijo: ¡Éste es el colegio más antiguo de América! Pero resultó real su afirmación. Efectivamente ése era el primer colegio de América y no sólo eso, en el Colegio de San Nicolás se habrían instruido los “Padres de la patria”, Miguel Hidalgo y José María Morelos.
En 1540, el primer obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, fundó el colegio de San Nicolás, actualmente es parte de la Universidad Michoacana. Cuentan, que como estudiante Miguel Hidalgo destacó, entre los demás alumnos era conocido con el mote de “El zorro” por la perspicacia que mostraba y astucia, cualidades que tiempo después lo llevarían a ocupar cargos en el colegio, fungió como tesorero, secretario, vicerrector y en 1790 rector.
Mientras Miguel Hidalgo era rector, José María Morelos ingresó al Colegio de San Nicolás, su presencia en la institución era notable ya que al colegio asistían chicos entre 12 y 20 años, y él ingresó siendo un hombre de 30 años. Luego continuó sus estudios en el Seminario Tridentino, actual Palacio de Gobierno de Morelia. Por su activa lucha durante los movimientos de independencia José María Morelos es uno de los hijos más respetados y queridos de la ciudad y en su honor Valladolid cambió su nombre a Morelia el 16 de septiembre de 1828.
Visitar el museo del dulce es algo obligado en Morelia. Al dar el primer paso sobre el, uno siente que se ha transportado en el tiempo, pues todos sus empleados están ataviados con elegantes trajes y vestidos coloniales. El sueño de cualquiera, estar rodeado de cientos de dulces, muy engordantes, pero típicos.
Disfrutando de mis dulces regresé a la plaza de armas, observe detenidamente la Catedral, para algunos historiadores la más hermosa de México y entré. Esta magnífica construcción no es la primera Catedral que tuvo Valladolid, de esa no quedan ni rastros.
En 1620 los arquitectos Alonso Martínez López, arquitecto de la Catedral de la Ciudad de México, Alonso del Arco y Alonso Hernández hicieron los proyectos para la edificación de la segunda catedral de Valladolid. Cuenta con tres naves longitudinales con capillas en los dos últimos tramos y ocho naves transversales con un crucero. La nave central es de bóveda de cañón con increíbles lunetos y las laterales con sus bóvedas aristas. Desde 1904 cuenta con un monumental órgano, uno de los más grandes y de mejor sonido de América Latina según su organista Alfonso Vega Núñez.
Para tener una experiencia gastronómica sin comparación y cerrar con broche de oro tu estancia en Morelia, debes asistir a “San Miguelito”, su receta secreta es la atención exclusiva a sus clientes. Sus exquisitos platillos mexicanos, que te dejarán queriendo más, están mezclados con una pizca de arte y un toque de ingenio por parte del creador del lugar, que por cierto, sale a relucir en cada detalle de este bazar, restaurante, galería, museo. Aparte si eres soltero y estás buscando novio o novia, “San Miguelito” tiene el lugar perfecto para ti, denominado el “rincón de las solteronas” con un San Antonio, tamaño natural, obviamente de cabeza, y un libro a sus pies para anotar las peticiones…Puede que salgas de Morelia, o incluso del restaurante, con algo más que dulces típicos…
Si tienes planeado visitar Morelia, te recomiendo que no sólo te quedes en la ciudad, anímate y conoce sus alrededores. Tupátaro, Pátzcuaro y Zirahuén te maravillarán.
De camino a la puerta del cielo
Recorrer la carretera Morelia-Pátzcuaro puede resultar una experiencia inolvidable si los sentidos de quien la transita están alerta.
En el Municipio de Huiramba se encuentra el pueblo de Tupátaro. Ahí sólo viven 729 personas, en su mayoría adultos mayores, mujeres y niños, los hombres, abandonaron a su pueblo de hermosos juncos y tules y partieron a Estados Unidos en busca del “sueño americano”.
El pueblo de apariencia casi fantasmal tiene un templo, el templo de Santiago Apóstol, el cual tiene una fachada muy sencilla, de un lado su torre y enfrente un jardín con lápidas regadas sin ton ni son. Sin embargo el interior del templo resguarda uno de los tesoros culturales más hermosos del país. Al ingresar los visitantes simplemente enmudecen pues ante sus ojos se encuentra la llamada “Capilla Sixtina de América”, un precioso artesón pintado al temple por todo el techo con detalles de hoja de oro del siglo XVIII.
Pátzcuaro, se encuentra a pocos kilómetros de ahí, se dice que “es la puerta del cielo, por donde subían, y bajaban los dioses”. Rodeado por agua, del lago del mismo nombre, Pátzcuaro es un pueblo rebosante de historia y arte que se plasma en sus yacimientos arqueológicos, su arquitectura colonial, la tradición artesanal y folklórica de sus habitantes reconocidos por su hospitalidad y por el celo con el que han preservado sus tradiciones.
Lo primero que hay que visitar en Pátzcuaro es la Basílica de Nuestra señora de la Salud, este es el templo más importante de la región y en el se venera la imagen de la Virgen de la Salud, patrona de la población.
Si hay algo que no se debe dejar de hacer en Pátzcuaro es tomar una nieve de “pasta” y visitar la casa de los Once Patios, antiguo convento de monjas dominicas, y hoy la Casa de las Artesanías. Aquí encontrarás el trabajo artesanal más fino de maque, pasta de caña y lacas.
La plaza principal, la de Vasco de Quiroga, mejor conocido por estos lugares como “Tata Vasco”, es la segunda más grande del país sólo por debajo de la de la Ciudad de México. Mientras que la biblioteca Gertrudis Bocanegra es un bello ejemplo de arquitectura religiosa que muestra en su fachada la pátina del tiempo. En el ábside del templo hay un esplendido mural de Juan O´Gorman, realizado en 1941, en el que detalla la historia de Michoacán.
Escondido entre las montañas, en la ladera de Copándaro está el lago de Zirahuén, el más limpio de México. Sus aguas cristalinas van de un azul intenso al verde jade. Enclavado en el corazón de la Meseta Purépecha este lugar es el ideal para pasar un fin de semana romántico en sus hermosas cabañas con vista al lago, o bien, ir de aventura, pues cuenta con actividades como el snorkel, kayak, remo, velo, camping y la pesca.
¿Dónde hospedarse?
Hotel Misión Catedral, Morelia
Hotel Misión Pátzcuaro
www.hotelesmision.com.mx