Valle de Bravo, un pueblo de altos vuelos

Valle de Bravo, México / Foto: Alejandro Linares Garcia
Valle de Bravo, México / Foto: Alejandro Linares Garcia

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Valle de Bravo, México / Foto: Alejandro Linares Garcia
Valle de Bravo, México / Foto: Alejandro Linares Garcia

En este lugar conviven de la mano el sosiego y la aventura. Deportes extremos, experiencias religiosas, vistas espectaculares…Así es Valle de Bravo.

Volar en parapente es como volver a vivir los sueños que alguna vez tuve en la infancia: el cuerpo suspendido en el aire a más de cuatrocientos metros de altura, el viento susurrándome secretos al oído y una vista reservada únicamente para las aves.

Mis pies cuelgan sobre el cielo del pueblo y frente a mí se extiende el principal atractivo turístico de la región, los poco más de veinte kilómetros de la presa de Valle de Bravo.

Todo se ve pequeño y aún más pintoresco desde las alturas: los techos de teja de las casas, todos coordinados; los pequeños veleros deslizándose en el agua; los yates estacionados frente a los muelles y las piscinas azulísimas de las casas más exclusivas de la región.

El despegue se lleva a cabo en la Reserva Ecológica Monte Alto, un lugar encajado en el corazón de la geografía vallesana, en donde se pueden hacer recorridos en bicicleta de montaña, cuatrimotos y hasta campamentos.

Tengo la suerte de que mi mentora de vuelo sea Noemí Berumen, campeona nacional de parapente en México. Antes de emprender el vuelo uno tiene que aprender a correr hacia atrás en sincronía con el otro pasajero, soportar el peso del parapente y perder el miedo a la rampa de despegue, la cual intimida a todos por su exagerada inclinación.

Corro hacia atrás, después hacia delante y cuando menos me doy cuenta mis pies ya están flotando por arriba de las copas de los árboles de Monte Alto.

El vuelo en parapente dura aproximadamente 25 minutos. Siento un poco de frío y de vez en cuando un leve mareo porque el viento de pronto cambia de dirección y el parapente se mueve más rápido.

Después de haber pasado un buen tiempo en las alturas, bajo al Centro de Valle de Bravo, uno de los más bellos que he visto en México. Con la distinción de Pueblo Mágico, Valle –como es conocido popularmente- es un lugar limpio, con cableado subterráneo, construcciones arquitectónicas conservadas y una oferta turística muy rica y hasta cosmopolita.

En las calles empedradas encuentro desde establecimientos de productos muy típicos como juguetes de madera, artículos de ocoxal (derivado del pino) y artesanías, hasta galerías chic de arte, restaurantes japoneses y tiendas de ropa de marcas extranjeras.

El aire en Valle de Bravo se respira rústico, de casas blancas y amaderadas, y de templos de cantera, como la Parroquia de San Francisco de Asís.

Hablando de templos, el consentido de los vallesanos es el del Señor de Santa María, el cual alberga al famoso Cristo Negro, cuya fama de milagroso ya recorre casi todos los rincones de la República Mexicana. En este templo también encuentro los cuatro lienzos de Phillipa, una artista inglesa que plasmó la relación teológica entre la leyenda mazahua del Cristo Negro y el Nuevo Testamento de una manera un tanto oscura.

El día acaba en el Mercado de Artesanías del pueblo, el cual fue construido con el objetivo de proteger, fomentar y difundir las creaciones de los artesanos vallesanos, quienes se especializan en bordados mazahuas, cerámica de alta temperatura, hierro forjado y cestería de ocoxal.

Mi segundo día comienza con un recorrido de turismo religioso. La primera parada es la Casa de Oración Carmel Maranathá, un centro de retiros espirituales perteneciente a la Orden de los Carmelitas Descalzos.

En Maranathá todo es silencio. Entre árboles y el canto de los pájaros, el recinto religioso adquiere un aire de paz y tranquilidad mucho mayor al que se respira en todo Valle de Bravo. La palabra eclecticismo define a este lugar, ya que la construcción es una mezcla de diversos estilos, desde el neoclásico, hasta el oriental.

Basta entrar a la Capilla de Contemplación para constatar la pretensión de que todo el universo religioso conviva en un mismo espacio: imágenes católicas, lámparas mediorientales, cuadros de San Charbel, etcétera.

La otra parada religiosa de mi recorrido es La Stupa, la única edificación budista de este tipo en América Latina. Veo a lo lejos una mole muy blanca que sobresale entre todo el paisaje forestal y a varias personas caminando alrededor del monumento, muy concentradas. “Debes darle tres vueltas y pedir un deseo”, me dicen. Los tibetanos creen que si genera fuertes y positivos deseos mientras camina alrededor de La Stupa, estos se cumplirán.

Valle tiene actividades para todo tipo de espíritu, desde el tranquilo y religioso, hasta el aventurero, y la oda a la aventura es la presa, el lugar en donde se pueden practicar deportes como el esquí, kayak, velero y yate, además de la pesca deportiva de lobina, mojarra, bagre y charal.

Para mi último día en Valle, decido subir al Mirador de La Peña. Zapatos cómodos y una buena dosis de agua me recomiendan, porque la caminata durará de 15 a 20 minutos. Las formaciones rocosas que observo en la subida son maravillosas, pequeñas cuevas donde uno puede adentrarse. La cima del mirador es espectacular, está coronada por una cruz y por rocas voladas, donde me siento a observar todo Valle de Bravo y a sentir el aire cálido. La vista del Mirador de la Peña es hipnotizante.

Otro lugar del que tampoco puedo apartar los ojos es la cascada Velo de Novia, que se encuentra a unos minutos de Avándaro –el lugar donde se llevó a cabo el Woodstock mexicano en la década de los sesenta-, y en la cual también se puede comer, acampar, andar a caballo y comprar artesanías.

Con 35 metros de altura, esta cascada –como muchos otros lugares de Valle de Bravo- alberga una leyenda, la de una mujer que se lanzó al precipicio porque su amor la dejó esperando en el altar. La caída del Velo de Novia es suave y permite que los turistas se bañen en sus aguas.

Me empeño en cruzar las rocas para llegar al pie de la cascada. El camino es peligroso pero logro llegar con bien. Sin embargo, la suerte no me sonríe de regreso. Resbalo en las rocas y caigo con todo y bolso al río lleno de piedras. ¡El agua está helada!

Por ello, si tiene ganas de sólo observar la belleza de la cascada, no sea obstinado y mejor quédese en uno de los miradores, pero si lo que quiere es darse un chapuzón seguro de agua bien fría, ya sabe qué hacer.

Mayra Zepeda

¿Dónde hospedarse?

Hotel Misión Refugio del Salto

www.hotelesmision.com.mx

¿Quiere hacer parapente?

Visite www.vivevalle.com.mx