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En estos días de crisis externa a causa de los severos problemas de endeudamiento que enfrentan las economías europeas, el gobierno del presidente Felipe Calderón aprovecha la oportunidad para destacar las “fortalezas” de la economía mexicana. Sin embargo, la información adolece de contrastes y, sobre todo, de dimensión. Nos dice que se han creado más de 300,000 empleos pero no nos dice que, al menos durante los últimos tres años, se dejaron de crear un millón de fuentes de trabajo. Tampoco se nos informa sobre la calidad de esos empleos, entre ellos decenas de miles contratados para levantar el censo de población. En todos los foros posibles, el Jefe del Ejecutivo destaca que México no violentó su déficit fiscal, que no sucumbió a las voces de los críticos que pedían más deuda. Se mantuvo, asegura Calderón, la disciplina y eso coloca a la economía mexicana en un lugar privilegiado. Las agencias calificadoras de riesgo – eso no lo menciona el mandatario – así se lo exigieron a México. Es cierto, es mejor enfrentar la crisis con finanzas sanas que con un abultado déficit pero también lo es que la economía mexicana se ha consolidado como el último de la fila con la caída más pronunciada en su producto interno bruto (PIB) que se traduce en rezago, falta de competitividad y pobreza para millones de mexicanos.
Por esta razón, no es tiempo de cantar victoria. Al cierre de esta edición, el propio Barack Obama – en un mensaje en el marco de la nueva debacle de Wall Street a causa de la crisis en Grecia, Portugal y España – reconoció que los problemas estructurales de la economía estadounidense no son tan sencillos y lejos del tono triunfalista de los políticos mexicanos aseguró: “La verdadera medida del éxito y la recuperación económica es la creación de empleos y trabajaré todos los días para consolidarlo”. Así le habló Obama a los contribuyentes estadounidenses cuando el indicador líder del mercado de valores estadounidense acababa de registrar una brutal caída de 1,000 puntos, la más grande en toda su historia.
En Estados Unidos la crisis preocupa profundamente a sus gobernantes; en Europa, los gobiernos de las principales naciones están tomando medidas radicales y observan con especial recelo la posición de sus mercados cambiarios.
México, a pesar de su bajo nivel de endeudamiento y sus problemas para crecer, debería estar observando los mismos riesgos que no sólo están asociados a los efectos de la crisis y de las burbujas que ya se advertían sino también a la falta de competitividad que padece la economía. Se trata de la debilidad del peso mexicano frente al dólar, a pesar de los niveles de 11.5 que llegó a tocar en los últimos meses. Esa revaluación fue resultado del ingreso de capital extranjero que buscaba en los mercados mexicanos mayores rendimientos ante la cuidadosa política monetaria que se sigue en las economías desarrolladas para incentivar el crecimiento. Es cierto, para prevenir el embate de riesgos sistémicos del exterior, el Banco de México tomó la decisión de acumular reservas internacionales que hoy ascienden a 92,555 millones de dólares. Sin embargo, como dicen algunos economistas: en medio de una corrida financiera, en medio del pánico, ningún monto resultaría suficiente. Por eso, frente a los consumidores de políticas públicas, de empleos y de crecimiento económico, más le valdría al Presidente Calderón hablar con la verdad y convocar a los sectores a tomar medidas radicales y urgentes. No es tiempo de cantar victoria.