Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 30 segundos
Por: Mauricio Mejía
Aunque parezca hoy extraño, el espíritu original de los Juegos Olímpicos estaba vinculado con el antinacionalismo y en el amateurismo. Pierre de Coubertin, pedagogo y romántico, creyó que el nuevo movimiento deportivo debía conservar un carácter desinteresado de paga y negocio. En Gran Bretaña y Estados Unidos, el deporte era administrado por las grandes universidades y las élites económicas. Amater significaba placer y juego. Jugar por jugar.
Tampoco aceptó Coubertin, aunque no pudo convencer de ello a los organizadores de los primeros juegos llevados a cabo en Atenas, que los atletas desfilaran por cuenta propia en la pista olímpica. Advirtió, con razón, que el uso de banderas exponía a los deportistas a ser utilizados por los imperantes nacionalismos como elementos de propaganda política. En 1914, la historia le dio razón al francés. La Alemania nazi, la Rusia soviética y el americanismo de Estados Unidos fueron ejemplo claro de que el deporte era un hecho político al que se usó como estrategia de supremacía nacional.
En 1912, Jim Thorpe se convirtió en un asombroso doble campeón olímpico: ganó el pentatlón y el decatlón. El rey de Suecia lo llamó el más grande atleta del mundo. Cuando regresó a Estados Unidos, el país al que representó, fue acusado de profesionalismo por haber cobrado unos cuantos dólares en el futbol americano y en el beisbol. Fue despojado de sus medallas y del prestigio. En 1932, cuando las Magnas Justas se realizaron en Los Ángeles, Thorpe, convertido en un paria, recibió un lastimoso homenaje.
El dinero sería un tema espinoso para los organizadores. Después de la Segunda Guerra Mundial los atletas profesionales (financiados por marcas o los Estados) eran mayoría. El Comité Olímpico Internacional (COI), radicado en Lausana, creó un comité de patrocinio en el que grandes corporaciones pagaron permanentemente al organismo internacional. Nacieron los comités organizadores, los cuales también formaron esquemas para recibir recursos de las industrias locales de las sedes.
Aun así, Montreal 76 fue un rotundo fracaso financiero. Los Juegos terminaron de pagarse hasta comienzos del siglo XXI. El gobierno canadiense fue condenado por los habitantes de la ciudad porque endeudaron a dos generaciones posteriores de contribuyentes.
La experiencia fue rotunda. Los Juegos de Moscú fueron boicoteados por Estados Unidos y varios países del bloque occidental. En 1984, Peter Ueberroth, presidente del comité organizador de la edición de Los Ángeles, diseñó un plan de inversión que convirtió al espectáculo en un éxito financiero y comercial. Por fin, una ciudad salía ilesa del gasto de planeación. Nació el gigantismo olímpico. La lista de atletas aumentó, también el número de países representados y las marcas de patrocinio permanente crecieron sustancialmente. Nada volvería a ser igual. El COI exigiría a las futuras sedes un gasto exorbitado en la creación de complejos, villas y centros de prensa. Los derechos de televisión llegaron a cotizarse en cifras impensables en 1968, cuando México alojó la flama olímpica y había, todavía, cierto romanticismo. Europa pagó –por poner un ejemplo- más de mil 300 millones de euros por Tokio 2020 y por París 2024 (además de la versión invernal del 2022).
En 1992, ochenta años después de la ridícula sanción a Jim Thorpe, Estados Unidos decidió mandar un equipo de baloncesto con integrantes de la NBA, una de las ligas más acaudaladas del deporte profesional. Entre los invitados se encontraba uno de los deportistas más ricos de la historia, Michael Jordan, una poderosa marca del libre mercado. Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, había logrado cumplir su sueño: convertir al organismo en un corporativo con ganancias nunca vistas y nunca, nunca reportadas con claridad.
Hoy –en la era del acceso- el COI es una multinacional a la que no le importa poner en aprietos a los sistemas financieros de las ciudades huéspedes de las Magnas Justas. Atenas 2004 fue el comienzo de una crisis global que terminó por explotar en 2008 con el escándalo de Lehman Brothers y las consecuencias económicas no han terminado de afectar el bolsillo de los griegos.
La pandemia de Covid-19 mermará, sin duda, a las utilidades japonesas. Todavía es muy temprano para saber cuál será el alcance de este golpe viral. Sin duda, Tokio 2020 tendrá una baja de ganancias al no tener turistas ni aficionados en las arenas, en las que –contra lo que soñó Coubertin- siguen las banderas en juego.
Mauricio Mejía es editor y reportero de investigación en temas deportivos. Escribe su blog republicaimaginaria.wordpress.com
También te puede interesar: Deportistas millonarios ¿pobres en el retiro?