La educación ambiental no es cosa de niños.

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Por Paulina Martínez*

En días recientes comenzó a rondar en mi cabeza una inquietud derivada de una lamentable plática que escuché entre una niña y su mamá, mientras viajábamos en autobús y nos encontrábamos recorriendo un campo, en el cuál habían árboles de naranjas. La pequeña preguntó a su madre:1.-PaulinaMartinezF150

-Mamá, qué son esas cosas que le salieron a ese árbol.

-Son naranjas- le respondió – con las que se hace el jugo del bote, del que tomas en las mañanas.

Por otra parte, no dejo de escuchar constantemente que los niños de esta generación están muy involucrados con temas de medio ambiente. Lo que es peor: los adultos nos decimos y simulamos que nos creemos este discurso, tal vez porque no queremos evidenciar que no entendemos cuál es la verdadera educación ambiental y no nos involucramos con ella, porque la educación ambiental no es sólo para niños.2.-PaulinaMartínezF150

Lamentablemente hemos caído en creer este falso discurso de que la educación ambiental es solo para niños. Incluso, en repetidas ocasiones, más de las que quisiera, también he escuchado a las personas decir alegremente que no vale la pena el esfuerzo de educar a los adultos en temas de conservación, sino trabajar con los pequeños que son el futuro de nuestro planeta. Y no hay mentira más grande que esta.

Es cierto que los niños de hoy van a vivir el resultado de nuestras acciones en este mundo, pero eso no tiene por que traducirse en un argumento de salvedad para el resto de las personas adultas, quienes lo que realmente quieren decir es que no están interesadas en cambiar y mucho menos en preocuparse por qué herencia le dejan a esos niños: “no hay más, así somos y los que siguen que hagan lo suyo”.3.-PaulinaMartínezF150

Típica mentalidad del mexicano de querer heredar los problemas a alguien más. Egoísta y perverso es esa actitud sobre lo que se quiere dejar a los herederos del planeta. Pero qué mas podríamos esperar ¿no es cierto? Si es la manera en la que se vive en nuestro país, disfrutando de los excesos y dejar que los que vienen atrás carguen con las consecuencias.

Eso sí es lo que se les enseña y refuerza diariamente a esos niños que creemos que son la salvación del futuro. No es posible pensar que ellos son quienes van a mejorar las condiciones de nuestros recursos naturales cuando en realidad no les estamos dando las herramientas para hacerlo, sino por el contrario, con nuestras acciones les decimos que cuando sean adultos no van a poder cambiar las cosas, pero ya vendrá otra generación a la cual ellos, a su vez, le podrán heredar las catástrofes que hagan, y así repetidamente hasta la extinción de los recursos.

Ponemos nuestra fe en los niños que sólo saben qué son los chícharos porque son las “bolitas verdes” en la sopa instantánea. ¿Qué pasa con los adultos? Porque desde mi punto de vista entonces sí es necesario educarlos en materia ambiental para que transmitan e inspiren mejor a los pequeños.

Tal vez el problema radica en que tenemos poca esperanza en los resultados de la educación ambiental, debido a los modelos clásicos educativos en nuestro país. Pero eso no quiere decir que no hay remedio, por el contrario, es un área de oportunidad de crecimiento profesional y social. La diferencia radica, a mi parecer, en la interacción.

Ejemplo de lo anterior es que regularmente queremos pretender llegar a enseñarle a las comunidades rurales cómo vivir con y del medio ambiente de manera responsable, pero ellos ya lo saben, lo saben mil veces mejor que muchos de nosotros, lo he visto. La diferencia es que ellos conviven con el entorno natural y aprenden a amarlo y cuidarlo de manera casi automática; al contrario de los esquemas donde intentamos llevar pequeños pedazos de campo a la ciudad y no a las personas al campo. No es que no tengamos a dónde ir, solo hay que tener ganas de hacerlo.

Otro de los problemas radica en la malversación de lo que entendemos por educación ambiental. En un sentido más formal y estricto es un proceso que permite comprender e identificar las relaciones de interdependencia del entorno y pasa a ser entonces una estrategia de integración de procesos de planeación y gestión.

Es decir, que podemos hablar en términos de formalidad y no como una serie de manualidades para los niños y conferencias para los adultos. Pocos son los programas que podemos decir que educan, porque generan un modelo de medición de impacto con un cambio de actitudes. Entonces, algo más que le hace falta a nuestros actuales sistemas de educación ambiental es: estructura.

Pocos son los modelos que la tienen, porque tampoco es que cualquier personas que hable de medio ambiente es educador ambiental y mucho menos que lo que enseña sea cierto. No podemos decir que educamos sólo por dar una charla o hacer que se dibuje un árbol.

La educación ambiental es conocimiento más acción, es tomar posesión de la información que se recibe; porque si emprendemos una acción, por buenas intenciones que se tenga, pero sin ningún fundamento, es altamente probable que no se logre el objetivo deseado.

Lo que se debe esperar de la educación ambiental es que sea abierta para todas las personas, que fomente la participación, que ayude a construir mejores hábitos y costumbres en cuanto a la relación del ser humano con el medio ambiente, pero especialmente a realizar un cambio de actitud en quienes no saben aún cómo convivir saludablemente con su entorno.

Tal vez sea un problema del sistema de educación ambiental que se imparte en las escuelas, o los carísimos talleres para ejecutivos que quieren conocer mejor la gestión ambiental dentro de una empresa… tal vez es momento de pensar que el problema somos nosotros, quienes no hacemos un esfuerzo por buscar educación ambiental de calidad y si vamos a algo más profundo, tal vez no deberíamos necesitar educarnos, simplemente respetar el derecho a la vida de cualquier organismo.

*Earthgonomic México, A.C.  paulina@earthgonomic.com