Columna #Especial Olimpiadas 2021: México, el que no se nota

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Por: Mauricio Mejía

La primera delegación olímpica mexicana fue la que asistió a París 1924. Fuera de la experiencia, no dejó nada para la historia olímpica. Fernando Marcos en Mi amanate, el futbol  ha dejado una crónica de lo que significó competir en Amsterdam 1928. Tampoco en esos juegos hubo anecdotario que  pasara de pasajes, apuntes y planes de viajes. 

La madre de Francisco Cabañas tuvo que realizar quermeses y sacar de sus ahorros para que el joven boxeador pudiera hacer el viaje a Los Ángeles con motivo de los segundos Juegos Olímpicos en tierras estadunidenses; los otros, los de San Luis Misuri. El muchacho tenía “futuro”, como decían los viejos. Y sí. Y así. Nacido en la gran metrópoli mexicana, que ha sido diseñada a puño y letra, Cabañas estaba destinado a ser el primer medallista olímpico mexicano en el peso mosca de esos certámenes. Desde entonces, el mejor patrocinio de los atletas mexicanos es la familia (o el círculo de amigos). Los cronistas antiguos sostienen la idea de que Paco ganó el combate final ante el húngaro Istvan Énekez. Es complicado zafarse del nacionalismo para afirmar tal conjetura. 

A la par, en el tiro, en el rifle corto, Gustavo Huet Bobadilla ganaba la medalla de plata. Entre paralelas, el deporte mexicano se estrenaba en el medallero histórico de los Juegos establecidos en 1896. Pero la doble hazaña no se hizo costumbre. México estaba destinado a ser el invitado que no se nota. Salvo…

Cuando lo juegos se restablecieron, después de la Segunda Guerra Mundial, el equipo nacional ecuestre se hizo de dos oros, en pruebas individuales y de equipos. Humberto Mariles Cortés (con ese apellido de conquistador), montando a Arete, hizo que el himno de González Bocanegra y Nuno, se entonara por primera vez en un ambiente olímpico; fue en el salto individual. Hay corridos que confirman el hecho; del jinete y del caballo. Joaquín Capilla se hizo del bronce en plataforma de diez metros, la cual ganó el fabuloso Samuel Lee, Sammy, como el nombre que llevan las toallas con las que se secan hoy los clavadistas ante las pantallas de televisión.

En 1952 y 56 fue Capìlla el único ganador de medallas para México. Plata, en Helsinki; oro y bronce, en Melbourne. También fue el clavadista Juan Botella, en el trampolín de tres metros, el único premiado en la delegación de Roma 60. Y Juan Fabila, el boxeo, el único en Tokio 64. 

México recibió la sede del 68 y sus muchos atletas ganaron nueve preseas en total, tres oros, tres platas y tres bronces. Pero después se repitió el pobre reparto. Bronce en 72; oro en 76. Y así. Una medalla por certamen. 

En Moscú, boicoteado por los americanos, y en Los Ángeles, por los soviéticos, las medallas se salieron de su lugar; fueron muchas. Doblete, plata y oro, por ejemplo, en los 20 kilómetros marchas varonil. Ernesto Canto y Raúl González, en ese orden, ganaron una prueba sin la presencia de los favoritos, rusos y polacos. 

El invitado que no se nota ganó su primer oro femenil hasta Sidney 2000, con Soraya Jiménez. Y hoy presume solamente 13 triunfos olímpicos (Michael Phelps, tiene 23). María del Rosario Espinosa, ganadora del oro en el tae kwon do en 2008, es la única mujer que ha ganado medalla en tres ediciones olímpicas (como Joaquín Capilla) consecutivas. 

En Londres 2012, una irregularidad, México ganó siete preseas, la más importante: el oro en el futbol. Pero lo normal, la costumbre, es que México no obtenga más de tres medallas por certamen. Y casi siempre los clavados (o la marcha, como en 1992 y 1996) son responsables de que el cero no aparezca.

Tristemente… México no se nota

Mauricio Mejía es editor y reportero de investigación en temas deportivos. Escribe su blog republicaimaginaria.wordpress.com

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