Economía mexicana: en caída libre y sin piloto

Tiempo de lectura aprox: 7 minutos, 28 segundos

El rápido deterioro de los indicadores básicos evidencia que el desplome y la descomposición de las expectativas del país es más acelerado de lo reconocido oficialmente, al menos públicamente, y que la recesión se está generalizando al conjunto de la economía y será más profunda y duradera de lo previsto, con sus consecuentes efectos perniciosos en el empleo, el ingreso y el bienestar de las mayorías. La economía va en caída libre y sin paracaídas, sin políticas contracíclicas. Y los supuestos pilotos, el príncipe de los Pinos y sus oráculos de Hacienda, Agustín Carstens, y del Banco de México, Guillermo Ortiz, a quienes el derrumbe financiero internacional los tomó por sorpresa y se quedaron pasmados ante los escombros; pese a que el desastre se había iniciado un año antes, se fueron a desayunar, para usar las palabras de Paul Krugman, o quizá a festejar la reprivatización petrolera y energética. Su fundamentalismo neoliberal los ha cegado. Si antes no hicieron nada para sacar al país de su dilatado estancamiento, ahora tampoco. Y, por desgracia, el dios-mercado que, según se dice, resuelve todo automáticamente, no aparece por ningún lado.

En su informe sobre las finanzas públicas, del 30 de octubre, Hacienda afirma que los efectos negativos de los sucesos mundiales en las variables reales de nuestra economía han sido limitados, porque “los fundamentos macroeconómicos del país se han fortalecido en los últimos años mediante la aplicación de una política fiscal y monetaria disciplinada y responsable, que coadyuvó a robustecer el mercado interno; (y porque) las instituciones financieras del país no contaminaron sus balances con la adquisición de activos inmobiliarios del exterior de baja calidad, lo que les ha permitido conservar sus niveles de capitalización y solvencia. (Así) La actividad productiva, el gasto interno y el empleo formal en México siguen creciendo, aunque a ritmos anuales más moderados que los observados en trimestres anteriores”. El crecimiento de 1.7 por ciento en el tercer trimestre es considerado por Hacienda como “una variación positiva”; pero también puede ser considerado como una señal “positiva” de la caída, pues la tasa es 50 por ciento menor al registrado un año antes y la peor desde 2003 para un periodo similar, cuando fue de 1.1 por ciento. Dada la tendencia, el cuatro será cero por ciento o menos 1 por ciento –¿Carstens aún lo verá “positivo”?–, el más bajo desde 2002, cuando decreció 1.4 por ciento y el país estaba en plena recesión. El salinista Pedro Aspe, experto en armar desastres –su paso por Hacienda es corresponsable de la crisis de 2004– descarta el riesgo de la recesión.

Comparado con Agustín Carstens, Guillermo Ortiz resultó un catastrofista. Un día antes dejó en claro que los “fundamentos macrofortalecidos”, la “disciplina” monetaria y fiscal y las impolutas hojas de balance de la banca son inútiles ante una veleidosa realidad. Ortiz señaló que la economía se enfila a registrar su peor desempeño de la década –desde 2001 y 2002, cuando la tasa del Producto Interno Bruto (PIB) fue de menos 0.2 por ciento y 0.8 por ciento, respectivamente–, debido a la inestabilidad financiera mundial, el debilitamiento de la economía global y la recesión estadunidense. Dos de los “motores” de la economía, agregó, pierden fuerza: a) la actividad productiva interna, el consumo privado y las exportaciones; b) el crédito bancario, cuya tasa se paraliza y se acerca a cero crecimiento. La caída de Estados Unidos afecta a las exportaciones manufactureras mexicanas, en especial la automotriz, que aportan el 25 por ciento del producto, y las remesas. Así, Guillermo Ortiz pronostica un crecimiento de 2 por ciento en 2008 y 0.5 por ciento en 2009. Los empleos nuevos serán entre 150 mil y 250 mil, contra los 1.3 millones que se necesitan anualmente. Si entre 2001 y 2003 la recesión de Estados Unidos tiró al abismo a la economía mexicana, otra vez vuelve a repetirse la historia.

Las evidencias de la descomposición económica son ineludibles. Según el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas, el indicador manufacturero se ubicó en 49.6 puntos en octubre, su “lectura más baja para el mes reportado desde que se construye el indicador”. Agregó que tres de cuatro indicadores del sector manufacturero cayeron en octubre contra el mes anterior, mientras en el plano comercial todos los datos fueron a la baja. Su indicador no manufacturero se ubicó en 46.3 puntos, 6.6 puntos menos que hace un año y el peor nivel desde enero de 2004 que comenzó a medirse. “Éste es el segundo mes consecutivo por debajo del umbral de 50 puntos, con una acentuada tendencia descendente, lo que sugiere un ambiente de mayor debilitamiento en las actividades comerciales y de servicios”. Como se observa en el cuadro 1, los volúmenes de la producción industrial, que son más sensibles a las variaciones del ciclo económico –a diferencia de la agropecuaria–, a la demanda interna y externa, manifiestan su declinación o desplome. La minería, tanto petrolera como no petrolera, ha decrecido 7 por ciento. Hacia agosto la construcción prácticamente se ha paralizado. La de electricidad se desacelera, ya sea por razones estacionales, exorbitados precios ante el retiro de subsidios o la menor actividad. Las manufacturas de madera, química, minerales no metálicos o productos metálicos están en recesión o en vísperas, al igual que la textil y la fabricación de equipos de cómputo y electrónicos, que dependen en gran medida del consumo de Estados Unidos. Para ese mes, la producción de equipo de transporte aún crecía, pero en septiembre la venta de automóviles en México se desplomó 11.5 por ciento y en nueve meses acumuló un decremento de 2.1 por ciento debido a las turbulencias financieras, el costo del crédito, la cautela de los consumidores, los precios de las gasolinas y la entrada de vehículos usados al país. Las exportaciones hacia Estados Unidos, donde se coloca el 71 por ciento de las mismas, cayeron 7.5 por ciento y lo harán más si se considera el colapso del crédito y el desplome del consumo, que ha provocado caídas espectaculares en las ventas de las firmas de ese país (General Motors, 45 por ciento; Chrysler, 25 por ciento, y Ford, 30 por ciento).

Globalmente, las industrias automotriz, textil, de equipos y aparatos eléctricos y electrónicos aportan el 58 por ciento de las exportaciones manufactureras y se destinan básicamente a Estados Unidos. Allá se coloca el 80 por ciento del total de las ventas externas nacionales. La tendencia de las exportaciones totales ha sido errática, aunque declinante. En julio, crecieron 21.8 por ciento; en agosto, 5.6 por ciento, y en septiembre, 9.4 por ciento. Manufacturas como la textil, madera, papel y maquinaria y equipo retrocedieron en agosto, y la del plástico y minerometalúrgica disminuyeron, en consonancia con la producción. Las exportaciones hacia a Estados Unidos crecieron 17.5 por ciento y 5.2 por ciento en julio y agosto. Es probable que la baja haya acentuado desde septiembre, debido a la contracción de 0.3 por ciento de su PIB en el tercer trimestre. La percepción es reforzada por el decremento de 3.1 por ciento del consumo privado en ese lapso y el derrumbe de la compra de bienes duraderos en 14.1 por ciento.

Casi a diario, a partir de octubre, cada dato fortalece el panorama sombrío de Estados Unidos, el cual se refuerza e intensifica con la orgía especulativa y el desquiciamiento de los mercados financieros. En la simbiótica relación enfermiza de una espiral brutalmente descendente, los circuitos del consumo, la producción, los financieros y el comercio exterior hunden irremisiblemente al orgulloso y despiadado imperio en una depresión dramática, sin fondo y sin orilla previsibles. La peor desde 1929, que tocó fondo hasta 1932 y sólo pudo reanimarse hacia 1935-1936, con el “nuevo” trato de Franklin Roosevelt. Se espera que en el último trimestre de 2008 la economía decrezca 2 por ciento y en 2009 apenas mejore en 0.1 por ciento. ¿Cuántos trabajadores mexicanos serán eyectados de Estados Unidos? Es incierto. Quizá en 2010 empiece a salir del desastre, cuyo infierno sufren azorados, desde septiembre, 9.2 millones de desempleados (6.1 por ciento de la Población Económicamente Activa) –en diciembre de 2007 eran 7.4 millones, en mayo del mismo año eran 6.5 millones– y es compartido sincrónicamente con otros países europeos, dada la interconexión productiva y financiera. Algunos que ya han cruzado el umbral recesivo son: Reino Unido, Irlanda, España, Estonia, Islandia, Letonia, Alemania, Francia, Italia, Eslovenia y Lituania. La Unión Europea (27 países) apenas crecerá 0.2 por ciento en 2009, pese a que en abril se pensaba que sería en 1.8 por ciento. La zona euro (15 socios) en 0.1 por ciento contra el previo de 1.5 por ciento. Para 2010 se espera que mejoren a 1.1 por ciento y 0.9 por ciento, respectivamente. Japón también se cae. Recesión y desempleo es el signo de los tiempos.

En 2007, el comercio mundial de bienes y servicios creció 7.2 por ciento, según el Fondo Monetario Internacional. En 2008 y 2009, 4.9 por ciento y 4.1 por ciento, 31 y 17 por ciento menos. Pero puede ser peor, debido a la confluencia de shocks: el descenso de los precios de las materias primas, como el petróleo; la iliquidez y la parálisis del crédito mundial; las fugas de capital; la quiebra masiva de empresas; la desvalorización de activos, o los cuantiosos recursos destinados por los gobiernos para salvar a los responsables del naufragio: los grupos financieros, que son tragados por un pozo sin fondo.

La Cepal estima que el trofeo del peor desempeño en América Latina le corresponde a México. El 24 de octubre, Calderón, sarcástico o con una percepción de la realidad e inteligencia digna de Vicente Fox, animaba a los empresarios locales para que “aprovecharan” la devaluación del peso en 25 por ciento para que exportaran más. ¿Hacia qué mercados? ¿En ese caos?

“Pobrecito de nuestro paisito de la cola de paja” –para usar las palabras del poeta salvadoreño Roque Dalton–. Apenas si da para ser el furgón de cola de Estados Unidos.

Si el “motor” externo se desacelera, el interno, el consumo, también. La tasa anualizada de las ventas al menudeo en agosto apenas creció 0.1 por ciento. La del mayoreo cayó 2.7 por ciento. En el cuadro 2 se ve detalladamente la declinación generalizada del consumo, debido a la inflación, la pérdida estadística del poder de compra de los salarios mínimos y contractuales en el año (1.4 por ciento y 1.2 por ciento, según Banxico), el mayor desempleo (en diciembre de 2007 su tasa fue de 3.4 por ciento y en septiembre de 2008 de 4.25 por ciento), el desplome de la demanda por medio del crédito y la quiebra de confianza de la población. En octubre, el índice de confianza del consumidor cayó 19.2 por ciento respecto a su nivel de octubre de 2007, según Banxico-Inegi, ubicándose en su mínimo nivel histórico. El que mide la situación económica de los integrantes del hogar en el momento actual bajó 8.6 por ciento, el de las perspectivas de la situación de las familias en 14 por ciento y el que cuantifica la posible compra de bienes durables en 36.6 por ciento.

En septiembre, el crédito real al sector privado de la banca comercial creció 22 por ciento. Un año después, 0.6 por ciento. El agropecuario cayó a la mitad, similar a la construcción y los servicios; el minero decreció 21.5 por ciento, el manufacturero se paralizó cero por ciento, el del consumo se hundió 28 por ciento. En septiembre de 2007, la cartera vencida privada aumentó 4.3 por ciento y en el mismo mes de 2008, 52 por ciento; la del consumo subió 59 por ciento. La incertidumbre, la atonía productiva, la pérdida de ingreso y empleo explican el deterioro del crédito y los pagos; pero, también por la voracidad bancaria. Por ejemplo, el interés medio cobrado por las tarjetas de crédito en septiembre subió a 41.8 por ciento, frente a 34.24 por ciento de agosto y julio, 700 por ciento por arriba de la inflación.

Menor consumo externo e interno implicará recesión y mayor desempleo, pobreza y miseria.

Si la situación anterior es grave, lo es más si se considera que los “responsables” de la conducción económica hacen todo lo necesario para hundir al país lo más rápidamente posible, además de entregar hasta el momento 14 mil millones de dólares de las reservas internacionales a las empresas especuladoras que han desquiciado la bolsa y los mercados cambiario y de dinero. Carstens nos aplica puñaladas traperas con el alza criminal de los precios bienes y servicios públicos (agua, electricidad, gas, gasolinas); mezquina el gasto público e impone un presupuesto recesivo para 2009. Ortiz, con su política de altos réditos reales, encarece aún más el crédito, agudiza los problemas de pago (mayores carteras vencidas) y estimula la contracción productiva y el desempleo. Estados Unidos, Europa o Japón recortan los réditos y dejan en segundo plano la inflación para contrarrestar los efectos perversos del colapso financiero sobre la liquidez, los pagos, la producción y el empleo. Argentina impone límites a la salida de divisas (hasta 2 millones de dólares mensuales) y la especulación bursátil y cambiaria (la compra de acciones de una empresa foránea que cotiza en el mercado local o de bonos que se cotizan afuera, para su venta inmediata en el exterior, con el fin de obtener dólares y dejarlos fuera del país; la obligación de mantenerlos en sus carteras al menos tres días antes de revenderlos; restringir la cuota diaria para girar dólares al exterior en las operaciones de las sociedades de bolsa, 60 mil a 100 mil, sin exceder del tope mensual), para tratar de atenuar las presiones desquiciantes de los especuladores sobre la paridad, los réditos, las reservas internacionales y la producción.

Los calderonistas alimentan a los cuervos a costa de las mayorías.