Drogas y TV

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Pese a todos los intentos de diversas naciones del mundo por establecer en sus respectivos países políticas públicas que combatan la producción, el consumo y la distribución de drogas ilegales, Estados Unidos ­-el país de mayor consumo de estupefacientes, contrario a los esfuerzos internacionales- ha dado luz verde a la legalización de la marihuana en dos estados (Colorado y Washington) para uso recreativo, y refrendado el uso medicinal en 19 estados de la unión americana.

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Más allá del interés informativo que causa esta decisión, lo que tenemos frente así es una industria multimillonaria con la capacidad de convertir en legal, lo que por muchos años se ha desarrollado al amparo de la ilegalidad, la corrupción, la complicidad y el desenfado de las clases política y económica mundiales que literal y metafóricamente están involucradas hasta las narices en el problema del narcotráfico.

En ello, la televisión –y en menor medida otros medios–, se han visto obligados a introducir en sus contenidos el tema de las drogas y los delitos que conlleva su trasiego y consumo, ya sea mediante la producción de series de ficción que intentan recrear la vida delictiva, o bien, mediante documentales serios que ponen en evidencia la cruda realidad de dicho cáncer social.

Es el caso del programa especial: Cocaína: Historia entre líneas, que recientemente trasmitió la cadena A&E Television Networks, a través de su canal History, donde sin tamiz alguno exhibe la forma en que los traficantes y distribuidores de la cocaína burlan la “supuesta” vigilancia de las autoridades estadunidense para trasladar desde las fronteras del sur de los Estados Unidos hasta los centro de distribución más importantes de la costa este.

Los testimonios de quienes ahí aparecen son tan genuinos como reveladores, pues protegidos con máscaras en el rostro y la voz distorsionada, hacen una radiografía precisa de su modus operandi, y sobre todo, dan fe de lo jugoso que es el negocio en términos de las ganancias económicas que genera para toda la cadena de personas que participan en el proceso del trasiego y distribución.

Además, estos testimonios ponen en entredicho la honradez y ética de las autoridades estadunidense, al revelar que todos los involucrados, desde los policías de la patrulla fronteriza, pasando por ministerios públicos, agentes de la DEA, políticos, periodistas, alcaldes, todos, reciben una cuota monetaria producto de su silencio y complicidad.

Los datos duros que se exponen en este documental son por ejemplo que 9 de cada 10 billetes en circulación en Estados Unidos tienen pequeñas cantidades de cocaína, lo que significa que materialmente todo el dinero circulante tiene un tránsito inexorable por el mundo de la droga. Otro más, tan sólo en el año 2008, cerca de 1.5 mil millones de dólares en cocaína fueron confiscados solamente en aquel país.

La televisión, con su poder de penetración y capacidad de construir una realidad a través de la imagen y los testimonios de los entrevistados, logra lo que las autoridades probablemente saben pero ocultan: decirnos cómo es y en que estatus actual se encuentra el problema del narcotráfico, y en particular, el tema de la cocaína que más allá de ser un problema de salud pública, nadie se atreve a ponerle un freno debido a la magnitud financiera que representa para la economía estadunidense y los países productores.

Sin ser una apología del delito, la televisión –y en especial este tipo de producciones– pone el dedo en la llaga en el tema del narcotráfico, al parecer no es un asunto de buenos y malos, de valores perdidos, de un tejido social resquebrajado o de una política sanitaria inapropiada, se trata en todo caso de la permanencia irrestricta del poder económico de una industria multimillonaria soportada en estructuras financieras que dan cause a un sin fin de actividades ilícitas; pero también, que sostienen actividades lícitas en el entorno de la política, el derecho, la economía y otros lugares del contexto social.

Esta vez, la televisión con contenidos responsables nos permite observar que la guerra emprendida en México y otras naciones para combatir al narcotráfico son sencillamente batallas simuladas que no llevan a nada y que no representan ningún tipo de triunfo; pues sólo crean un ambiente de violencia donde la muerte y los actos fuera de la ley sirven para que los gobiernos legitimen el uso de la fuerza del Estado contra las bandas criminales y destinen millonarios recursos en la compra de armas y tecnología que apuntale el sentido combativo de ejércitos y policías antinarcóticos, produciendo así, la sensación de un inquebrantable compromiso social, cuando en la realidad deberían en todo caso debilitar las finanzas de los grupos delincuenciales que nunca dejan de presentar nuevos líderes y estrategas que impiden caiga su presencia en el mercado.

Concederle el estatus legal al consumo de la marihuana con fines recreativos en dos estados de la unión americana, podría en principio ser algo menor, pero no lo es. La idea de legalizar las drogas, como ha ocurrido en otros países, intenta disminuir el poder de las bandas de narcotraficantes, sobre todo en materia de producción y distribución, por lo que se avizora que la gran industria de los estupefacientes no cederá tan fácilmente el terreno a una producción formal y a una regulación gubernamental.

Ante ello, los medios de comunicación tienen un gran compromiso de exhibir cada día y con responsabilidad, los detalles más profundos del tema. Así como lo hizo la televisión con esta radiografía del trasiego de la cocaína entre países latinoamericanos, europeos y los Estados Unidos, será oportuno conocer también nombres y el respectivo encarcelamiento de los involucrados: políticos, policías, empresarios y todo aquel que participe en cualquier lugar del mundo en la multimillonaria industria del narcotráfico.

*Juan José Solís Delgado es maestro en comunicación por la Universidad Iberoamericana