Calderonismo: 18 meses económica y socialmente perdidos

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Tantas veces la ha repetido que, al final, puede ocurrirle una tragedia, ser la única víctima de su propia guasa: quedarse como la única persona que realmente se crea su pulla, relativa a que la reactivación económica está a la vuelta de la esquina, que el aparato productivo saldrá de su estado comatoso en el segundo semestre del año.


Desde luego, con un aparato productivo en calidad de desahuciado, se necesita sentirse demasiado simpático, suponer que se tiene una imaginación excesiva, o que ésta se le haya atrofiado, para seguir con esa retahíla, porque para los demás mexicanos, con justa razón, hace tiempo se les convirtió en chocantemente monótona. Quizá hasta para sus empleados. Por ejemplo, los de Hacienda o el banco central, por mencionar a los que, en cierto sentido, tienen alguna relación con algo que desde hace varios años se ha tornado difuso, al menos los nueve que abarcan la oscuridad panista: la conducción económica. Es obvio que no les queda más que festejar sus bromas, al cabo es el jefe. Pero según se observa, cada vez les resulta complicado, porque sus luminosas sonrisas han sido empañadas por las sombrías muecas.

Peor aún, a Felipe Calderón le sucederá algo parecido al caro mito platónico de los católicos: terminará su sexenio esperando vanamente el paraíso perdido. No será para él esa tierra hartas veces prometida. En el mejor de los casos, lo más que podrá aspirar es que hacia mediados de 2012 la economía, en términos reales, apenas llegue a un valor similar al existente en el segundo trimestre de 2008 (poco más 9 billones de pesos), que apenas llegue al borde del abismo, en el nivel en que se encontraba cuando le quitaron violentamente el piso y se derrumbó en la tercera peor recesión en los últimos 77 años.

Su profundidad probablemente se ubicará entre las dos recesiones más dramáticas estadísticamente registradas, descontando las traumáticas épocas de inflexión histórica de las cuales se carece de registros, como la de la Revolución Mexicana, 1911-1920; la de 1995 (-6.2 por ciento), con Ernesto Zedillo, y la de 1932 (14.8 por ciento), con Pascual Ortiz Rubio, mejor conocido como el Nopalito. Felipe Calderón pasará a los anales como un contrareformador que quiso regresar el reloj de la historia hasta el conservadurismo decimonónico y terminó cosechando uno de los peores desastres, el primero del siglo XXI. Infelices parangones históricos. Esto gracias, primero, a la irritante pasividad de los calderonistas, que rayó en el autismo, quienes no hicieron más que en ridículo cuando las evidencias indicaban que el colapso internacional superaban los barruntos. Y, después, por su obsesiva decisión de aferrarse, hasta la ignominia, en los clavos ardientes de su fe en los rancios credos económicos, desacreditados y sepultados entre las ruinas, y sentarse a esperar la “mano invisible” del Godot dios (“mercado libre” arregle todo, algún día). Dejaron pasar la oportunidad de replantear la relación Estado-mercado y alguien tendrá que hacerlo en el futuro.

Gracias también a los gobiernos neoliberales priistas-panistas que desmantelaron la economía, las bases endógenas de la acumulación capitalista y el crecimiento fueron trasladadas hacia Estados Unidos (el sector exportador que depende de su ciclo económico); las engancharon como furgón de cola al tren estadunidense. Los gobernantes chinos hicieron algo parecido, pero inteligentemente, visionaria y exitosamente, hasta el momento: aprovecharon la voraz demanda de ese mercado, pero sin desmantelar su aparato productivo, el cual, por el contrario, se expande, se fortalece y gana competitividad mundial, más allá de las ventas externas de productos tradicionales, protegido por el Estado.

Mientras nuestros aprendices en la economía vudú oscilan entre alumnos-“socios” aventajados de las peores aventuras librecambistas y arruinados menesterosos, dignos de pena y de la aún más esclavizadora caridad pecuniaria para evitar el colapso definitivo del siervo-“socio” que se tragó el sapo completo, como los fracasados Carlos Menem, Alberto Fujimori o Augusto Pinochet, a los chinos se les vislumbra una potencia emergente, más sólida y, acaso prematuramente, como una nación que contribuirá a acelerar el ocaso de la hegemonía capitalista estadunidense, nuestro “socio”.

Con Zedillo, la superación de la fase recesiva del ciclo económico, desde el “pico” donde se derrumbó hasta el final en el valle, hasta el otro borde donde emergió, costó 12 trimestres, 48 meses, entre diciembre de 1994 y el último de 1997. La reactivación duró poco tiempo, sin consolidarse como un crecimiento sostenido, porque a finales de 2000 volvió a contraerse otra vez. En esta ocasión, la recesión foxista, de carácter clásico, duró siete trimestres (último de 2000 y el tercero de 2002), 28 meses. La crisis iniciada en 1982 fue más violenta; se requirieron ocho años para superarla.

Optimistamente, el costo de la nulidad calderonista costará, al menos, alrededor cuatro años y medio, 18 meses más perdidos económica y socialmente. La tendencia hacia la recesión se inició en el primer trimestre 2008, y acaso se llegará artificialmente al otro “pico” hacia mediados de 2012. Será hechizo porque, sin duda, los calderonistas abrirán la llave del gasto público, como tradicionalmente lo hicieron su momento los priistas y los foxistas, para “inflar” el nivel de Producto Interno Bruto y crear algunos cuantos empleos más en ese año, con el objeto de una ilusoria mejoría y tratar de evitar su derrota en las elecciones presidenciales. Ello si lo permiten las finanzas estatales, porque su situación en este y el siguiente año será ruinosa, y pueden colapsarse antes. Si así sucediera, marcarían la muerte anticipada de la reacción panista, ya que el país quizá se desmoronaría entre un peor caos económico, financiero y sociopolítico.

La primera mitad sexenal calderonista arrojará un balance desastroso. Promediará una tasa anual de decrecimiento de poco más de 1 por ciento, con la cual será imposible ocultar el hundimiento de 8-10 por ciento de 2009. Sería como tratar de tapar un elefante con una hoja de parra. La segunda mitad no será significativa, girará alrededor de una mediocre tasa media anual de 3 por ciento. Posiblemente todo el sexenio sea del orden de 0.8 por ciento, sólo superada por la del mandato de Miguel de la Madrid, que fue de 0.3 por ciento. El priismo y el panismo de los ceros. Sólo serán superados por el Nopalito, cuando la caída fue 6 por ciento. ¡Hasta nuestro Bucaram, Vicente Fox, el de las tierras cristeras del bajío, arrojó mejores estadísticas: 2.3 por ciento!

En los nueve años del panismo se requerirán al menos 8.5 millones de nuevos empleos y sólo generarán 1.4 millones. Siete millones no encontrarán nada legalmente. Dada la estructura productiva, para generar el millón de empleos formales que se necesitan anualmente, sin pensar a estas alturas en su calidad, la economía tendría que crecer en un mínimo de 6 por ciento cada año. Y en la era del “cambio” apenas ha reptado a una tasa media anual de 1.2 por ciento.

¡Vaya ignominia!

No dejan de ser llamativas las peculiaridades históricas alrededor de esas crisis. La de 1928-1935 se inscribe entre la convulsionada lucha de Calles y Obregón por el poder, el asesinato de este último, el maximato, la existencia de tres gobiernos bianuales, la revuelta cristera en contra del estado laico, la depresión internacional, el fracaso de la teoría económica neoclásica y del “mercado libre”, el tránsito hacia el desarrollo y el estado keynesiano-estructuralista, el inicio del desplazamiento del modelo primario-exportador por el de industrialización sustitutiva de importaciones. La iniciada en 1982 con el derrumbe del modelo petrolero, la crisis fiscal del Estado y de aquella forma de industrialización, así como el asalto al poder de los neoconservadores, encabezados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, en las metrópolis, seguidas por sus cruzados tropicales como De la Madrid, que sacaron del sepulcro las ideologías neoclásicas, la “mano invisible” y el “libre mercado”, que se creían yertas para siempre, desmantelaron el Estado, entronizaron al capitalismo neoliberal y tocaron a vuelo las campanas por lo que quedaba de la herencia de la revolución mexicana.

La crisis de 1994 representó la muerte anticipada de dicho proyecto y si nuestros neoliberales hubieran sido “racionales”, como reza el credo en que fue educado Pedro Aspe, entre otros, el de las “expectativas”, lo hubieran desechado. Ya antes habían conocido el fracaso de los experimentos de las criminales militares del sur del continente. Sin embargo, la dictadura del mercado y el despotismo presidencialista les son útiles a los fines de las elites. La de 2008 constituye su colapso “globalizado”; pero mientras afuera responsabilizan al modelo del colapso y le hacen ajustes, nuestra extrema derecha, la priista y los renacidos cristeros están decididos asumir los costos y mantenerlo hasta sus últimas consecuencias. Son suicidas.

Antes de ganarse a pulso el cero con el que pasará a la posteridad, Calderón observa impávido cómo la economía y la sociedad se desploman en un abismo cuyo fondo aún se desconoce. Quizá entendió que nada puede hacerse. Sobre todo cuando no se desea hacer nada. Ya se desentendió de la economía y de quienes dependen de ella. Les hizo caso a Fox: hace tiempo dejó encargado el negocio a Carstens y Ortiz. Encontró dos pasatiempos más atractivos: dirigir la campaña electoral panista, como le aconsejó Fox, y, otro, más antiguo, elegido motu proprio, las aventuras de policías y ladrones. No los aburridos del “cuello blanco” de las altas finanzas, tampoco los del tráfico de influencias o los que saquean al Estado; ni los pederastas emboscados en la iglesia católica; la lucha en contra de aquellos marginados, el lumpen del narco, tan generosamente reproducidos por la falta de crecimiento, los míseros salarios pagados legalmente y la quiebra de expectativas provocadas por el neoliberalismo.

Según un diario, los narcos pagan a los indígenas de Oaxaca, Guerrero o Michoacán, entre 15 y 18 pesos diarios por la siembra de la amapola y la goma de opio. Una verdadera miseria (El Universal, 25 de mayo de 2009); similar a los salarios que los productores agrícolas legalmente establecidos les dan a sus trabajadores en condiciones laborales que nada envidiarían los esclavos. ¿Cuánto pagan o pagaban Fox y sus familiares a los infantes que explotaba en sus tierras? Difícilmente, algo sustancialmente diferente.

Bajo la lógica calderonista, es mejor morirse de hambre que corromperse. Su oferta social es la inanición, irse de indocumentado hacia Estados Unidos o de mendicantes en las zonas urbanas. Porque sus políticas económicas sólo alcanzan para esas formas de vida, en las áreas rurales y urbanas. También ofrece la cárcel, tarea en donde se ha aplicado el Ejecutivo; incluyendo a los descontentos sociales.

En una cosa sí puede estar seguro Calderón: su seductor entrenamiento, con el que quiso ganarse la credibilidad ante la población y que no pudo obtener por la vía legal de las urnas, le tendrá mayormente ocupado en lo que le resta de su mandato. Hacia 2012, de los poco más de 11 millones de personas que buscarán un empleo legal por primera vez, 9 millones sólo encontrarán puertas cerradas en las empresas que no revienten; y esas personas tendrán que subsistir de alguna manera.