¿Indispensable, buena educación o talento y capacidad?

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Nunca llegó a estudiar la secundaria. Si bien no sabía nada del negocio de los bancos cuando adquirió uno -como él mismo aceptaría tiempo después- sus empresas crecieron, prosperaron y sortearon tiempos buenos y malos para sobrevivirlo cuando falleció a los 81 años de edad. Es probable que don Roberto González Barrera, empresario mexicano fundador del Grupo Maseca y banquero destacado a partir de su adquisición de Banorte, nunca haya sentido la necesidad de justificar mediante su CV lo que sus logros en los negocios hacían evidente: que la carencia de credenciales académicas no significaba gran cosa para describir su potencial de entregar resultados como el guía de sus compañías o de aprender por sí mismo acerca de las responsabilidades que asumía.

La reciente partida de don Roberto ha dado pie a que los medios rescaten los aspectos más emblemáticos del personaje de negocios, sobre todo, la historia del mexicano que alguna vez fue bolero y llegó a la lista de los multimillonarios del mundo. Su historial escolar atrapa la atención no sólo por el dramatismo que le añade a la historia del hombre hecho a sí mismo -del self-made-, sino porque va contra la intuición algo generalizada de que la prosperidad económica está proporcionalmente ligada al número de títulos académicos que cuelgan en el muro de la oficina.

Si bien es natural que alguien que ha dedicado el tiempo y esfuerzo que demanda obtener un título universitario, estudiar un posgrado o terminar un doctorado, logre tener un ingreso mayor de aquel que tomó un camino que no incluía a la academia, el llevar tal noción al extremo de empatar el talento al grado académico ha sido un factor que ha perjudicado a inversionistas, empresas y otras organizaciones.

Los tres son propensos a cometer el mismo error: el simplificar la vital tarea de evaluar la capacidad de una persona a partir de la revisión de sus títulos académicos, y las instituciones que se los han otorgado, dándole prioridad por encima de una valoración de su carácter como profesional y persona, de su talento, experiencia, honestidad y -quizás lo más importante- buen sentido común en el ejercicio de sus responsabilidades.

La simplificación del proceso de selección va más allá de una necesaria introspección y mea culpa por parte de los departamentos de recursos humanos. Un inversionista bien puede fijarse demasiado en la ficha curricular de los directores generales de sus empresas, sin prestar mayor atención a otros rasgos que pueden ser tanto o más importantes. El enfoque excesivo en las credenciales académicas ha servido repetidamente para justificar, por ejemplo, el reemplazo de los fundadores -cuyas organizaciones se desarrollaron y prosperaron bajo su guía- por directivos externos en aras de la “profesionalización de la administración” No es inusual el resultado sea que terminan estropeando el trabajo de años o décadas no sólo del fundador, sino de todos los colaboradores.

Las universidades son instituciones especialmente propensas a cometer el error de simplificar el proceso de escoger a su personal. Bajo la tesis de que sólo alguien que posee un título académico determinado puede dar una cátedra satisfactoria en su nivel anterior -por ejemplo, maestría para licenciatura, doctorado para maestría-, varias instituciones se han autolimitado en cuanto a los docentes de los cuales pueden disponer para enseñar. Tristemente, suponiendo la aplicación estricta de tales reglas, don Roberto no hubiese podido dar cátedra de maestría en una escuela de negocios así lo hubiera deseado. Tampoco en universidad.

La principal responsabilidad de un reclutador es hacer un estudio completo de las personas con el potencial de formar parte en la organización que representa. Si bien el problema de fondo no es que se preste una muy debida atención al trasfondo académico de un individuo, sí lo es confundir éste como descriptor definitivo de su talento y capacidad. De igual manera, la tarea del buen inversionista va más allá de echar un vistazo al CV del director general de sus compañías ya sea en bolsa o a nivel privado, y va hasta procurar conocerlo tan a fondo como le sea posible. Quizá, en un golpe buena suerte, llegue a toparse con un joven talento, pasado por alto por los demás, con las características de don Roberto González Barrera.

*Ignacio Montané, CFA. Asesor en capital de inversión y en planeación patrimonial.

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