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Una de las palabras más repetidas en el medio económico en estos últimos 6 meses ha sido el nearshoring. Todo mundo habla de esta gran oportunidad de la década y de la fugacidad con que podría desaparecer si México no lo aprovecha. Este anglicismo resume la nueva tendencia del comercio exterior de abandonar países lejanos pero tradicionalmente baratos para producir (el viejo offshoring en China) para ahora reubicar las plantas en otros sitios igual o más baratos (México) pero mucho más cercanos a los grandes centros de consumo (Estados Unidos en este caso). En últimos meses hemos escuchado que empresas globales como Lego, Mattel, Hisense, Bosch, Kia e incluso la icónica Tesla han anunciado inversiones multimillonarias para relocalizar partes importantes de su producción en México.
La cosecha del nearshoring para la economía mexicana puede de hecho durar varios años. Un reciente estudio de J.P. Morgan (Adrián Huerta y Ana Pous, 2022) estima que esta oportunidad representará entre 80 y 170 mil millones de dólares de exportaciones adicionales en los siguientes cinco años, significando un crecimiento adicional en el PIB de México de entre 1.2 y 2.6% al año durante dicho periodo. Las necesidades irán desde el habilitamiento de nuevos parques industriales pasando por la provisión de materia prima, insumos, mano de obra y hasta vivienda para toda la cadena de valor de las industrias automotriz, electrónicos, maquinaria industrial, juguetes, semiconductores, muebles y textiles. En términos comparativos las exportaciones mexicanas podrían vivir años tan fructíferos como los posteriores a la firma del TLCAN.
¿Qué factores explican esta coyuntura tan favorable? En mi opinión podemos encontrar razones económicas y geopolíticas. La alternativa del nearshoring comenzó a tomarse mucho más en serio luego de las disrupciones de las cadenas mundiales de suministro durante la pandemia del COVID19, las aparentes ventajas en costos de producción fueron barridas cuando las empresas enfrentaron no sólo paros totales ante el cierre de ciudades enteras en China, sino también altísimos costos de transporte que hacían inviable seguir produciendo tan lejos. Hoy este factor se antoja mucho menos relevante pues la mayoría de las redes de logística se han restablecido y los precios del transporte aéreo y marítimo casi han recuperado sus niveles prepandemia. ¿Por qué entonces insistir con el nearshoring?
En primer lugar, porque China ha perdido su competitividad basada en mano de obra barata. El enorme pull de trabajadores que migraron en ese país del sector agrícola al industrial se ha agotado, además de que las prácticas de esclavitud moderna tan comunes en los años noventa fueron cambiando ante la presión local e internacional. El punto de inflexión se encuentra en 2011, cuando por primera vez el salario manufacturero en China igualó al de México en unos 2.60 dólares por hora. En estos últimos 10 años el salario chino no ha dejado de crecer y alcanza hoy los 5.23 dólares por hora mientras que el salario mexicano ha permanecido estancado ubicándose en 2.90 dólares al cierre de 2021 con todo y los importantes crecimientos en productividad del sector manufacturero en México. Si a eso le agregas la altísima integración de las cadenas de suministro a Estados Unidos, la amplia red de tratados de libre comercio y el crecimiento de clusters industriales, México ha logrado ubicarse en el cuarto mejor lugar en el Índice de Costo-Competitividad Manufacturera publicado por Boston Consulting Group, muy por arriba de China ubicado ahora en el onceavo lugar.
En toda esta historia también encontramos una motivación menos comentada pero que ha jugado un papel decisivo para cristalizar el nearshoring: el miedo y la crisis de desconfianza mutua entre China y Estados Unidos que se encuentran hoy en su nivel más álgido en los últimos 50 años cuando en 1972 el presidente Nixon visitó China en un gesto de apertura ideológica y comercial con aquel país. Desde entonces el empresariado y los políticos estadounidenses se manifestaron confiados y ansiosos de participar del boom asiático al tiempo que los chinos mostraron sólidas muestras de cooperación incluyendo su integración a la Organización Mundial del Comercio en 2001, la reducción de aranceles, un mayor respeto a ley y a los derechos de propiedad y la apertura económica en sectores antes reservados al Estado.
La fructífera cooperación ha terminado para dar paso a lo que el presidente Biden calificó como una era de “competencia estratégica vigorosa” que si bien ha aclarado será pacífica, representa una larga carrera para determinar qué modelo de gobernanza será el dominante en el mundo. El mismo presidente Xi Jinping ha enfatizado en varias ocasiones que su país «no dejará de luchar frente a la oposición de Occidente al ascenso de China». Los motivos de desconfianza no son gratuitos y es que el riesgo de cooperación militar entre China y Rusia está latente. Un riesgo de esta naturaleza hace totalmente inviable el histórico entrelazamiento comercial entre Estados Unidos y China pues hoy flota una amenaza continua de que cualquiera de los dos países pueda bloquear las exportaciones e importaciones del otro, como de hecho ya ha empezado a ocurrir en algunos sectores, dando paso a la autosuficiencia regional.
Curiosamente, por encima de los motivos de costo que como vimos ya favorecían a México desde hace 10 años, la oportunidad del nearshoring parece hoy finalmente cristalizarse debido al recrudecimiento de la desconfianza global entre Occidente y China. ¿Podrá México estar a la altura de este friendshoring o serán Taiwán o Vietnam como enclaves de control estadounidense los principales beneficiados? El récord de inversión extranjera directa recibida en México en 2022 muestra que podemos tener la confianza de los inversionistas incluso ante los retos en materia de capacidad energética, seguridad y estado de derecho. Aun sin aprovechar todo el potencial todo parece indicar que el beneficio en 2023 y 2024 será importante.
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