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Por: Lilia Carrillo, consultora en comunicación
El mantra digital es: todo se mide y lo que no se puede medir, no se puede mejorar.
Cierto, pero no puede ser el único parámetro, porque estamos normalizando -y acostumbrándonos- a lo peor del lenguaje: si todo se vale para atraer la atención del lector, entonces necesitamos ser más estruendosos, más impactantes hasta que normalizamos el discurso, ya no importa si fue “atroz”, “con saña” o el peor de todos: “violento”, como si arrebatar una vida no fuera, en sí mismo, un acto violento.
En este sentido, el político, filósofo y matemático colombiano, Antanas Mockus, ha insistido en la importancia del papel que tiene el lenguaje para la construcción de la paz: nombrar es un acto poderoso de creación, de imposición de límites, de entendimiento y de vinculación con el otro, quien sea, si está o no de acuerdo con nosotros.
Cuando optamos por frases como “abrazos y no balazos”, no hay compromiso, no hay reconocimiento de víctimas, no hay una reparación del daño por parte de los victimarios, no hay vinculación alguna con la sociedad; eso sí: cumple como slogan político: una frase pegajosa, fácil de entender, más cerca del “bueno, bonito y barato” o “aquí los mejores tacos del rumbo”.
Y todo apunta a que seguiremos inmersos en el discurso facilón. El 16 de septiembre, en medio de las tensiones económicas -que van a tener que solucionarse, porque para eso justamente existen los paneles y las instancias jurídicas- veremos otra retahíla de palabras efectivas, altisonantes, patriotas, que son un gran titular pero que nos dejan exactamente en el mismo punto: no hay estrategia, no hay acciones y no hay plan.
Tenemos declaraciones de los gobernantes que desde el lenguaje dejan claro que están sobrepasados y no están dispuestos a tomar acciones de ningún tipo.
Los feminicidios, por ejemplo, son “lamentables”, “terribles” e “inimaginables” pero también son “una situación aislada” producto de “un entorno social”. Quizá el peor discurso fue el del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, ante el feminicidio de la activista Luz Raquel Padilla: “ni todas las medidas que pueda disponer el gobierno de cualquier nivel son suficientes cuando hay la convicción de cometer un acto tan atroz”. Es decir: habrá impunidad, aún ante actos con premeditación, alevosía y ventaja.
Es entendible que las fiscalías locales insistan que hicieron su trabajo ante las amenazas, aunque las vidas arrebatadas digan lo contrario; que insistamos en que todo es producto de una sociedad colapsada donde lo importante es retomar los valores, donde minimizamos el impacto de la violencia o la corrupción, como la caída de Compranet y la justificación de la propia autoridad hacendaria de “a lo imposible nadie está obligado”, -un argumento que, por cierto, no podemos usar los contribuyentes-.
La vida digital nos enseña la importancia del lenguaje y por eso hay disciplinas específicas para dar valor a las palabras clave. No podemos vivir sin esa brújula en la vida sin pantallas, acostumbrándonos poco a poco a que el mundo sea mínimo, polarizado y lleno de eufemismos porque no encontramos cómo nombrar lo que estamos atestiguando.