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Por Haydeé Moreyra
Cerca de 48 millones de ciudadanos franceses fueron invitados a las urnas el pasado 24 de abril. Emmanuel Macron, presidente de Francia, ganó las elecciones en la segunda vuelta, con 58.5 por ciento de los votos, frente a su contrincante, Marine Le Pen. Con estos resultados, Macron logra reelegirse por cinco años más, al tiempo que su partido continúa con la mayoría en el Congreso, un suceso no visto en los últimos 57 años. Todo pareciera un éxito rotundo, aunque nada más alejado de la realidad.
Antes que Macron, el abstencionismo fue el más claro ganador. Según el Ministerio del Interior de Francia, 28 por ciento de la plantilla de electores decidió no votar, lo que representa 2.6 puntos más que en 2017 y el segundo porcentaje más alto alcanzado en una elección presidencial en los últimos 50 años. La razón: los franceses están desilusionados y decepcionados de la política, una combinación de sentimientos sociales muy peligrosa.
La victoria también suele esconder el pasado reciente. En 2018, la confianza de los ciudadanos en la presidencia de Macron se encontraba “por los suelos”, con solo 26 por ciento de aprobación. Su baja de popularidad inició cuando canceló la tradicional conferencia de prensa que solía celebrarse el Día de la Bastilla, sin mencionar el malestar que causó al intentar establecer un puesto oficial de primera dama, que no existe formalmente en Francia.[1] Pero “la gota que derramó el vaso” fue su osada propuesta que tenía el objetivo de reformar el viejo sistema de pensiones y que provocó la mayor ola de huelgas en el país desde 1968. ¿Qué fue lo que cambió la opinión de los ciudadanos? La firma de un acuerdo de estímulos económicos por 750 mil millones de euros… y el Covid. El resultado: un repunte en la aprobación presidencial hasta de 50 por ciento.
Con la presidencia ya “en sus manos”, visualizo cinco desafíos para el mandatario francés, y no son menores: Consolidar la mayoría en el Parlamento; detener el aumento relativo en las preferencias ciudadanas por Marine Le Pen y partidos de extrema izquierda/derecha; implementar medidas que atiendan la crisis postcovid y la costosa inflación; retomar la discusión para reformar el sistema de pensiones y modernizar el sistema de salud, y reposicionar el liderazgo de Francia con la UE, en medio de la guerra entre Rusia y Ucrania.
En junio se elige al nuevo Parlamento de Francia. El partido de Macron, La République en Marche, y sus aliados, tienen hasta ahora 60 por ciento de los asientos. Las elecciones intermedias han probado estar muy en sintonía con el sentimiento “del momento” de los votantes. En ese sentido, este tipo de elecciones resultan impredecibles. El que Macron haya sido elegido presidente y tenga la mayoría hoy, no implica que permanecerá así; si el votante “revira” su preferencia mostrada en la reciente elección y concede contrapesos en el Parlamento, los siguientes cinco años serán un verdadero reto para el gobernante.
El segundo desafío tiene que ver con lo que “no ganó” Macron en las elecciones presidenciales. Marine Le Pen, la candidata populista, se ha distanciado del partido nacionaliza neonazi y se ha acercado al votante de clase media. El resultado: haber obtenido 41.46 por ciento de los votos en la segunda vuelta, casi 8 puntos porcentuales más que en 2017. Más todavía, los comicios revelaron que el partido de ultraizquierda, liderado por Jean-Luc Mélenchon, alcanzó un sorpresivo tercer lugar en las preferencias electorales. El mapa de las elecciones presidenciales muestra que Macron tiene una Francia dividida entre la periferia y las ciudades, entre las grandes urbes y las zonas rurales, entre los jóvenes y los adultos mayores, entre los ricos y pobres. Su mayor desafío será unirlos a todos en un objetivo común.
Fuente: Departamento de Interior de Francia, obtenido de: https://www.resultats-elections.interieur.gouv.fr/presidentielle-2022/}
Si eso fuera poco, el gran reto en el corto plazo es atender los problemas económicos del ciudadano común; una inflación galopante de 4 por ciento en marzo; una tasa de desempleo mayor a 7 por ciento; tendencia alcista en el costo del dinero, y una deuda pública por encima de 100 por ciento del PIB, estos son solo algunos ejemplos. Las perspectivas económicas del FMI no son halagüeñas, como tampoco lo es el panorama económico mundial que ha provocado la guerra entre Rusia y Ucrania. Macron ha prometido un presupuesto especial para reducir el impacto de la inflación en el costo de vida de los ciudadanos franceses; sin embargo, el margen de maniobra es reducido, si consideramos que hoy en día la deuda pública/ PIB se encuentra en niveles cercanos a 112 por ciento.
Durante su primer periodo, Emmanuel Macron lanzó una iniciativa para elevar la edad de retiro de 62 a 65 años. Aunque impopular, la medida me parece necesaria, pues busca “sanear” las finanzas públicas y el costoso estado de bienestar. El gran rechazo a la iniciativa obligó al mandatario a detener la discusión hasta 2027. Sin embargo, la flexibilización del mercado laboral es solo uno de los grandes problemas estructurales. El otro es el sistema de salud, el cual se vio seriamente comprometido cuando estalló el Covid en Europa: Un déficit en staff médico, escasez de equipo e infraestructura médica y bajos sueldos entre el personal, son únicamente algunos ejemplos de las necesidades del sector. Todo ello implica dinero. La pregunta es de quién provendrá: de las “arcas” del gobierno (contribuyente) o de la emisión de deuda pública.
Ante la salida de Angela Merkel como primera ministra de Alemania, la carta de presentación de Europa “cambió de manos” y quedó en Francia. Desde mi punto de vista, ni Mario Draghi, ni Olaf Scholz, ni Boris Johnson ostentan la legitimidad política (y el tiempo) para asumir ese rol de liderazgo mundial. Según M. J. Szewczyk, profesor adjunto en Sciences Po, Macron tiene una visión práctica de Europa; es una noción de autonomía estratégica. De acuerdo con el especialista, Macron cree que la misión de Francia es restaurar el liderazgo de Europa en el mundo, consolidando valores que los unen al país galo: derechos humanos, libertad, economía de mercado y justicia social. El presidente francés ha sostenido (al menos antes del estallido de la guerra entre Ucrania y Rusia) que la civilización europea –en la que Rusia también es parte- es distinta a la de Estados Unidos y China.
La guerra entre Rusia y Ucrania reposicionó el mapa geopolítico, y eso incluye a Francia. Si bien el país galo ha apoyado a Ucrania, se le ha criticado (a Macron) su falta de liderazgo en el conflicto. No obstante, el mayor desafío está dentro de sus fronteras; hay una porción de votantes franceses que han manifestado su nacionalismo y euroescepticismo. Y es que en estas elecciones quedó clara la fractura en la sociedad francesa, entre populistas y liberales, entre nacionalistas y pro-europeos. ¿Cómo asumir el liderazgo en la Unión Europea cuando al interior existen distintas visiones de país?
Mi impresión es que el sentimiento de victoria durará poco. Los retos son mucho más profundos y complejos como para disfrutar del resultado electoral. Bien decía Tara Varma, del Departamento de Relaciones Exteriores del Consejo Europeo: “El mayor reto de Macron será crear un sentido de cohesión en un país extremadamente fragmentado…”, y yo añadiría: en una Unión Europea extremadamente vulnerable.
*Coordinadora Executive MBA-EGADE Business School