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Junto con las crisis ecológica, energética y económica, la situación alimentaria mundial es uno de los cuatro más graves problemas que hoy enfrenta la humanidad, debido a la acumulación de recursos en limitados polos sociales y territoriales.
Ernesto Montero Acuña / Prensa Latina
Jacques Diouf, director de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), anunció el 6 de mayo último en París que el hambre afectará a 104 millones más en 2009, como consecuencia de la crisis económica, y llevará el “total de personas malnutridas a casi 1 mil millones”.
En 2008 se agregaron 40 millones a esta condición, como consecuencia del aumento de los precios de los alimentos, adicionalmente a los 75 millones incrementados en 2007.
Hoy el mundo debe duplicar la producción de víveres y 32 países requieren “ayuda urgente”.
Tal situación afecta principalmente a naciones del Tercer Mundo, pero no deja de incluir a más de 32.5 millones de estadunidenses –un número mayor que la población de los estados de Michigan y Texas juntos–, quienes requieren vales alimentarios para subsistir.
Notas de prensa del 5 de mayo informaban que se trata del tercer récord mensual consecutivo registrado por el Ministerio de Agricultura de la Unión, que controla la distribución de los bonos concedidos por el gobierno a los más necesitados.
El informe refleja que la crisis económica impulsa a más del 10 por ciento de los estadunidenses a inscribirse en el Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria, un plan federal equivalente a 112.82 dólares mensuales per cápita, concedido a quienes tienen recursos muy limitados para el estándar estadunidense.
Días antes, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) había anunciado que la economía latinoamericana decrecería en 2009, su primer retroceso en seis años, a la vez que la tasa de desempleo aumentaría a niveles cercanos al 9 por ciento, casi 2.5 más que en 2008.
La secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, auguró durante el Latin America Emerging Markets Forum 2009, en Bogotá, que “los efectos de la crisis internacional se dejarán sentir con fuerza este año en la región”.
Los países más afectados, dijo, serán México (con el -2 por ciento de crecimiento), Brasil (-1), Costa Rica (-0.5) y Paraguay (-0.5); mientras que Panamá, Perú, Cuba y Bolivia mantendrán un índice igual o superior al 3 por ciento; y Ecuador y Chile no aumentarán su Producto Interno Bruto (PIB).
Las estadísticas reflejan también efectos negativos en el comercio internacional y en los precios de los bienes primarios, debido a que los términos de intercambio para la región, en conjunto, caerán en el 15 por ciento, lo que incide de igual modo la capacidad adquisitiva y elevará nuevamente los precios de alimentos primarios.
Se observará también una fuerte disminución de las exportaciones –principalmente en economías abiertas como las centroamericanas y la de México–, reducción de las remesas familiares, menores ingresos por turismo e inferior inversión extranjera directa.
Sobre los efectos de la actual situación económica en Latinoamérica, Bárcena había sostenido antes en Madrid que en “2008 sí hubo un impacto en la pobreza, debido al aumento de precios de alimentos básicos, que fue el primer efecto detectado en esta crisis”.
A ello se añaden las consecuencias en aumento de enfermos con la influenza A/H1N1, que afecta de manera creciente a los mexicanos con una consecuencia económica negativa del 0.5 por ciento estimado para este año y que, según el Banco de México, elevará la contracción previsible al 5.3 por ciento del PIB en 2009, superior a lo estimado antes por la Cepal.
También reforzará las consecuencias de la crisis económica en Estados Unidos, Canadá y varias decenas de naciones más en el resto del mundo.
Todo esto se añade como condición nueva a un contexto mundial en crisis durante las últimas tres décadas y media, al menos, y que hizo explosión alimentaria y económica en 2008, lo que se considera inconcebible en un mundo “civilizado y tecnológicamente avanzado”.
De marzo de 2007 a marzo de 2008, numerosos alimentos elevaron sus precios, entre ellos, el maíz, 31 por ciento; el arroz, 74 por ciento; la soya, 87 por ciento, y el trigo, 130 por ciento, todos de enorme demanda, principalmente entre los sectores populares de países subdesarrollados.
Naciones Unidas atribuyó tal efecto a que Estados Unidos y Europa habían provocado la subida al destinar grandes porcentajes de sus cosechas cerealeras a la fabricación de agrocombustibles, con la justificación de reducir el cambio climático, pero condenando al hambre a millones de personas en el Tercer Mundo.
Se estimó en más de 100 millones los pobres afectados por esa política. BBC Mundo publicó entonces que “lo más injusto de todo ello es que los países menos contaminantes, los menos desarrollados, y por tanto, los menos responsables del cambio climático, sean los que tengan que pagar las consecuencias de la actividad de países más contaminantes, como Estados Unidos”.
Añadía que las ayudas no serán suficientes para paliar una situación calificada como “extremadamente grave” por las agencias de la ONU, entre ellas, la United Nations Children’s Fund, que manifestó preocupación porque cada año mueren 3.5 millones de niños por malnutrición, algo que podría agravarse significativamente.
Esto, a pesar de que el crecimiento de la producción alimentaria global y per cápita ha venido creciendo más de prisa y sostenidamente que la población, al menos en los últimos 50 años.
Al respecto, la FAO consideró que la mayoría del incremento en el consumo se ha realizado en los países desarrollados, en gran parte como productos elaborados.
Los piensos y los agrocombustibles se encuentran en mayor medida entre los no directamente alimentarios para humanos, una utilización que se considera ha contribuido a los aumentos de precios en el mercado mundial.
El presidente demócrata Barack Obama aspira a que su país produzca, al menos, 60 mil millones de galones de etanol celulósico, por año, para 2030 y 2 mil millones para 2013, e impulsa, por otro lado, reducir el consumo de hidrocarburos en automóviles.
Pero esto requiere un profundo cambio en la concepción precedente, impulsada por su antecesor republicano George W. Bush.
Por la anterior conjunción de factores, no puede augurarse hoy que la crisis alimentaria sea un problema con solución previsible y, sin embargo, resolverla resulta impostergable.