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Aquellos que pensaban que la reunión del Grupo de los 20 (G20) daría medidas concretas para resolver la crisis económica mundial tuvieron que esperar. La finalidad de tal encuentro fue solamente hablar de finanzas y dar mayores capacidades al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial (BM) para que continúen su política de explotación de los países en desarrollo.
Damien Millet * / Eric Toussaint ** / Red Voltaire
No le faltó publicidad a la cumbre del G20 que se reunió en Londres durante los primeros días de abril. El grupo de los 20 países más industrializados y emergentes se citó para aportar soluciones a la crisis. Pero mucho antes de la clausura de la cumbre, la constatación era certera: el G20 no estará a la altura del desafío.
Y es que el G20 no se organizó con el objetivo de aportar soluciones.
Se convocó de prisa y corriendo en noviembre de 2008 para salvar la cara de los poderosos y tratar de rellenar las brechas de un capitalismo en plena crisis. Por lo tanto, le fue imposible adoptar medidas suficientemente radicales para invertir la tendencia.
Se le pidió a la opinión pública que mirara en dos direcciones que servían para cristalizar la exasperación: los paraísos fiscales y las remuneraciones de los directivos de las grandes empresas.
Por supuesto que hay que abolir los paraísos fiscales.
Para ello, es suficiente prohibir a las empresas y a los residentes tener activos o mantener relaciones con asociados establecidos en paraísos fiscales. Los países de la Unión Europea que funcionan como paraísos fiscales (Austria, Bélgica, Reino Unido, Luxemburgo…) y Suiza deben levantar el secreto bancario y poner fin a su práctica escandalosa. Pero ésta no es la orientación tomada por el G20: serán sancionados algunos casos emblemáticos, se pedirá que estos países tomen unas medidas mínimas, y se hará una lista negra de territorios no cooperativos depurada con sumo cuidado (la City de Londres, Luxemburgo y Austria consiguieron no figurar en esa lista).
Por otra parte, las remuneraciones de los directivos de las grandes empresas, que incluye a paracaídas de oro y bonos diversos, son realmente insoportables. En periodo de crecimiento, los patrones afirmaban que era necesario recompensar a los que aportaban tantos beneficios a la empresa para evitar su partida. Ahora que la crisis está sólidamente instalada y que las empresas ven cómo aumentan sus pérdidas, los de siempre continúan reclamando lo que se les debe. El G20 sólo intentará regular estas remuneraciones, y esto durante un corto tiempo. Lo que no se tocará es la propia lógica de todo esto.
Más allá de los paraísos fiscales y de los superbonos de los patrones, para quienes tampoco se han especificado las eventuales sanciones, los países del G20 seguirán reflotando los bancos. Al FMI, a pesar de su descrédito y deslegitimación a escala mundial, se le colocará de nuevo en el centro del juego político y económico gracias a un aporte de fondos que se producirá desde ahora y hasta 2010.
Un pequeño retoque de pintura en un planeta en ruinas: he aquí lo que le toca al G20. Sólo una fuerte movilización popular podrá permitir la construcción de cimientos sólidos para elevar por fin un mundo en el que las finanzas estén al servicio de los seres humanos y no al revés. Las manifestaciones del 28 de marzo al 1 de abril fueron muy importantes: 40 mil personas en Londres, decenas de miles en Viena, Berlín, Stuttgart, Madrid, Sao Paulo, Brasilia, Roma, Buenos Aires…, con el lema “Qué los ricos paguen la crisis”. La semana de acción mundial convocada por los movimientos sociales del mundo entero durante el Foro Social Mundial de Belem en enero de 2009, tuvo, por consiguiente, un eco gigantesco.
Aquellos que anunciaron el fin del movimiento altermundista se equivocaron. El movimiento ha demostrado que es perfectamente capaz de conseguir grandes movilizaciones y es sólo el principio. El éxito de las realizadas en Francia el 29 de enero y el 19 de marzo con 3 millones de manifestantes en las calles, demuestra que los trabajadores, los desocupados, los jóvenes quieren otras soluciones para la crisis, no las que consisten en salvar a los bancos y obligar a los de abajo a ajustarse más el cinturón.
En forma simultánea pero independiente del G20, el presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Miguel d’Escoto, convocó una reunión general de jefes de Estado para el próximo mes de junio y pidió al economista Joseph Stiglitz que presida una comisión de propuestas para responder a la crisis global. Las soluciones que se proponen no son apropiadas, demasiado tímidas, pero tendrán el mérito de ser objeto de discusión en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Una nueva crisis de la deuda se está preparando en el Sur, y es la consecuencia de la explosión de la burbuja de la deuda privada inmobiliaria en el Norte. Esta crisis, que afecta actualmente a la economía real de todos los países del Norte, ha provocado una caída de los precios de los productos primarios, lo que ha reducido los ingresos de divisas con las que los gobiernos de los países del Sur reembolsan su deuda externa.
Más aún, la contracción del crédito ha conducido a un alza del costo de los préstamos a los países del Sur. Estos dos factores ya están produciendo suspensiones de pago de la deuda por parte de los gobiernos de los países más expuestos a la crisis (comenzando por Ecuador).
Seguirán otros dentro de uno o dos años.
La situación es absurda: los países del Sur son prestadores netos del Norte, en primer lugar Estados Unidos, con una deuda externa total de más de 6 billones de dólares (el doble de la deuda externa de todo el Tercer Mundo).
Los bancos centrales de los países del Sur compran bonos del Tesoro de Estados Unidos. Por el contrario, deberían formar un banco del Sur, democrático (un país igual a un voto), con el objetivo de financiar proyectos de desarrollo humano; salir del BM, del FMI y del Banco Interamericano de Desarrollo, que son instrumentos de dominación; desarrollar las relaciones de solidaridad Sur-Sur, como lo están haciendo los países miembros de la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe, Alba (Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Dominica); realizar auditorías de las deudas que les reclaman y dejar de pagar las deudas ilegítimas.
El G20 vigilará para que se preserve lo esencial de la lógica neoliberal. Los principios son de nuevo apuntalados, aunque su fracaso esté claro. El G20 reafirma su apego a “una economía mundial abierta basada en los principios del mercado”. Por lo tanto, su sostén al dios mercado no es negociable. El resto es mera palabrería.
*Presidente del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, coautor con Eric Toussaint del libro 50 preguntas, 50 respuestas sobre la deuda, el FMI y el BM **Presidente del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo en Bélgica. Libro más reciente: Banque mondiale: le coup d’État permanent, 2006