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Han sido tres las veces en las que el presidente Enrique Peña Nieto se ha referido al populismo, ese mal que aqueja gobiernos y que según palabras del propio Peña son de izquierda o de derecha, pero todos riesgosos por igual.
Ante el seno de la ONU, Peña Nieto fue más allá y afirmó que “el siglo XX ya vivió y padeció las consecuencias de individuos que carentes de entendimiento, responsabilidad y sentido ético optaron por dividir a sus poblaciones. Las sociedades deben de estar alertas frente a quienes se aprovechan de sus miedos y preocupaciones, ante los que siembran odio y rencor con el único fin de cumplir agendas políticas y satisfacer ambiciones personales”.
Las otras dos referencias que hizo el presidente sobre el populismo fueron en sus discursos de julio pasado donde Peña Nieto fue abrazos por los suyos, los del PRI; y en el de su tercer informe de gobierno plantado en el mismísimo Palacio Nacional.
¿Qué le preocupa al presidente?, ¿Qué temor siente porque en menos de tres meses se ha referido a esta corriente ideológica que reivindica al Estado como defensor de los intereses de la población con “medidas populares” destinadas a ganar su simpatía, aún a costa de tomar medidas contrarias al estado democrático? La forma es fondo en política y lo cierto es que los comentarios del presidente tienen un destinatario claro: Andrés Manuel López Obrador.
Pero dejemos de lado las nuevas aspiraciones de López Obrador por competir una tercera vez en las elecciones presidenciales. El tabasqueño irá con todo para hacerse de la presidencia en 2018, eso lo tenemos claro, entonces surgen las dudas: ¿por qué la arenga presidencial, por qué desde ahora apuntalar una estrategia electoral, quizás muy temprana, en contra de Andrés Manuel?
La intención de los priistas será retener la presidencia en 2018, dar continuidad a las reformas echadas a andar por Peña Nieto, es decir, su triunfo mantendría seis años más el status quo, sin que nada sustancial cambiara en el país.
Sin embargo, los datos duros nos demuestran que esa “desesperación” de ir en contra de López Obrador tienen su origen precisamente en la debilidad, en los errores y en las omisiones del gobierno de Enrique Peña Nieto y también, hay que decirlo, en el entorno mundial desfavorable en materia económica y energética.
Los graves señalamientos de conflicto de interés entre Grupo Higa y el presidente y su familia, la crisis en materia de seguridad, la fuga de “El Chapo” Guzmán, los asesinatos de periodistas, el usos de recursos públicos para beneficio personal como el caso de David Korenfeld y el helicóptero de la Comisión Nacional del Agua, y la desaparición de los 43 estudiantes de la normal rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, son precisamente las aristas que este gobierno ha mostrado en tres años de gobierno.
No es novedoso que Enrique Peña Nieto tenga el porcentaje más bajo de aprobación de un presidente mexicano en los últimos 20 años: tiene el 35 por ciento, menor a la obtenida por Vicente Fox (41 por ciento en 2004 y 60 por ciento en 2006), y por Felipe Calderón (53 por ciento en 2009 y 59 por ciento en 2013). Según el estudio de Latinobarómetro, un sitio que monitorea a 18 países de América Latina desde 1995, con sede en Chile. Nuestro país ocupa también el último lugar en satisfacción con la democracia en la región con 19 por ciento, en contraste con Uruguay, nación que encabeza la lista con 70 por ciento de aceptación, seguida por Ecuador (60) y República Dominicana (54).
¿Es López Obrador lo peor que podría pasarle a México? No lo sé. Pero, lo que sí sé es que el desencanto en las instituciones, los pocos beneficios palpables de las reformas transformadoras del país, el poco crecimiento económico, la falta de dinero en los ciudadanos comunes y corrientes que pagan puntualmente altos impuestos y la gravísima crisis en materia de Derechos Humanos son oxígeno puro para que Andrés Manuel López Obrador se presente con una opción que aglutine ese enojo y frustración de muchos mexicanos.
Y aquí hay de dos: que el presidente que ha prometido no dividir a la sociedad se empeñe a partir de ahora en agrupar en torno a su persona, a su partido, a su proyecto de nación y a los interesados en mantener el status quo.
O bien que los populistas, aquellos que a partir de ambiciones personales se empeñen en llegar al poder para “cumplir agendas políticas” que pongan en peligro ese status quo, ese que ha dejado endeudados a estados, ese que ha obsequiado televisiones o ese que ha dejado impune a ex gobernadores como Guillermo Padrés o Andrés Granier.
Tres años antes de las elecciones estamos plantados otra vez en un escenario que centra otra vez sus piezas en la polarización y en la figura de Andrés Manuel López Obrador. Ojalá que el presidente tenga cuidado, porque apostar a dividir, apostar a polarizar podría ser la bala que termine con el débil y frágil gobierno de Peña Nieto. Bienvenidos a lo que han llamado: “foxismo reloaded”.
Arista Final: Se cumplió un año de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y el informe presentado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Internacionales no sólo derrumbó la “verdad histórica” de la PGR del gobierno de Enrique Peña Nieto sobre lo ocurrido en Iguala, también apunta hacia un posible intento de encubrimiento por parte de las autoridades de los tres niveles de gobierno. ¿Qué nos toca hacer como sociedad si la “verdad histórica” fue una mentira?
*Periodista y productor.
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