Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 47 segundos
Ante la pregunta ¿Quién eres? Es frecuente responder con nuestro nombre: Fulano de tal… Sin embargo, una denominación salida de la voluntad paterna y la herencia genealógica no da cuenta de la esencia de nuestro ser. Por otro lado, identificarnos con el oficio que desempeñamos, tampoco resulta muy adecuado.
En esta oportunidad quiero aclarar el porqué del nombre de este espacio. Ya en alguna ocasión mencioné que viene de la reflexión que la filósofa Alemana Hannah Arendt hace de la vida, en su texto La Condición Humana.
Contrario a lo que pudiera pensarse, el trabajo no es una actividad propiamente pública en primera instancia. Desde la antigua Grecia, lo público corresponde casi exclusivamente al ámbito de la política. Sin embargo, es curioso que parezca que el hombre, visto como homo faber (el hombre que hace), se mueve en un espacio que se asemeja a lo público, esto es: el mercado. Aunque claramente se ve que todavía la política es el único espacio donde lo público adquiere toda su dimensión real, por lo que se hace evidente que el mencionado mercado tiene una preponderancia inferior —que, sin embargo, parece ganar terreno cada día— .
La labor se asocia a la necesidad corporal, a los procesos biológicos: nacimiento, reproducción y muerte. Es la actividad necesaria para la supervivencia de la especie y del hombre concreto; como la labor es la vida misma, se identifica con los procesos naturales.
Para el animal laborans no existe el mundo. Vive concentrado, disfrutando y sufriendo, sus procesos biológicos. Es semejante al rebaño, incapaz de establecer una esfera pública. El homo faber está capacitado para tener una esfera pública propia, aunque no sea política. Su esfera pública es el mercado, donde muestra lo hecho por sus manos y recibe un cierto aprecio por ello. El mercado es la vía que tiene este homo faber para entrar en relación con sus semejantes y la utilidad es el criterio rector en sus relaciones.
Es justo a partir de esta relación, que el hombre puede actuar organizadamente y unirse para realizar actividades como la labor o el trabajo y dicha organización resulta esencial también para la política. Es más, lo cierto es que aunque esta organización colectiva esté presente tanto en la labor, como en el trabajo, sólo en el espacio de la política, del diálogo, puede hablarse de propiamente de lo público.
En resumidas cuentas: el mercado es un espacio público; pero de ningún modo las relaciones surgidas a partir del intercambio de productos, equivalen a la relación que se da en el diálogo y la acción conjunta. Lo público del mercado está en el ejercicio necesario para alcanzar acuerdos en las actividades propias de la labor o el trabajo, pero ya se ha dicho que estas actividades solamente son posibles el campo de la organización política donde los hombres no sólo viven sino que actúan en común.
La clave de esta distinción entre “lo público” del mercado y el espacio político, auténticamente público, estriba en que quienes acuden al mercado no son principalmente personas sino homo faber, es decir “productoras de productos” que no se muestran a sí mismas, sino que ofrecen que producen. Lo que impulsa al fabricante a “salir” al mercado es el apetito por los productos y no el deseo de relacionarse con las personas y por ende, la fuerza cohesión del mercado no radica más que en el poder de cambio y no se relaciona con el diálogo y la acción.
Es preciso añadir que pronto, el mercado ha pasado de ser un sitio para el intercambio de productos del trabajo directo a un simple lugar de cambio, donde el fabricante fue sustituido por el comerciante, que en nada está involucrado con la fabricación de los productos que ofrece al cambio.
Esto trae como consecuencia, un nuevo modo de apreciar las cosas mundanas que, al principio, eran estimadas por su valor de uso y ahora, con el comercio, adquieren un valor de cambio. La valía y la utilidad de la cosa están en el objeto mismo, en tanto que el valor de cambio depende del aprecio de quienes acuden al mercado. La valía o valor de uso, está en la esfera privada del objeto, mientras que el valor de cambio surge en la esfera pública.
Lo cierto es que esta inversión de los valores de uso y de cambio, acarrea una pérdida de la presencia del valor intrínseco en las cosas, puesto que todo ello parece estar supeditado al interés con que se intercambien estas cosas en el mercado.
Hay, dentro de los objetos fabricados por el homo faber, uno que se escapa a estas consideraciones del valor de uso y el valor de cambio y que por ello, adquiere un estatuto particular: la “obra de arte”, considerada como la manifestación más elevada de la capacidad creadora del homo faber, puesto que no tiene una finalidad, ni tampoco una utilidad propiamente dichas, sino que es lo mundano en su estado más puro porque incluso, se separa de las cosas de uso cotidiano a fin colocarse en el sitio que le corresponde, el cual no es otro que servir de muestra de la capacidad creativa y fabril del hombre.
Queda claro, frente lo efímero de los productos de la labor, que los objetos mundanos, fabricados a partir del trabajo, tienen una mayor permanencia a lo largo del tiempo. Para el caso del arte, dicha permanencia se hace aún mayor puesto que está sustentada en un anhelo de inmortalidad: dar testimonio de la presencia de algo inmortal salido de manos mortales.
Es interesante entender cómo la trascendencia de este anhelo de inmortalidad se muestra no sólo en los sucesos de la historia, que se originan en la actividad política y la acción, lo cierto es que dichos hechos quedan en la memoria, gracias la actividad productora del homo faber.
El trabajo es pues, la más sólida y segura de las actividades humanas. Ubicada justo entre la labor y la acción, dando testimonio perdurable de la historia humana a través del trabajo de los artistas porque sin ellos el único producto de la actividad propiamente humana, la acción, no existiría.
El caso es que hasta ahora, nuestras relaciones parecen estar determinadas por valores análogos a los del mercado, en términos de uso y utilidad. Esos criterios constituyen el principio de la exclusión hacia las personas con discapacidad por ser “incapaces” de realizar diversas actividades, Más que analogarse al mercado, las relaciones interpresonales deben asemejarse a la obra de arte, que rebasa toda consideración utilitarista del hombre.
Labor, trabajo y acción
Por Mauricio Melgar Álvarez, responsable del área de inclusión social de personas con discapacidad en Core Social, consultora especializada en fortalecimiento y profesionalización del tercer sector.